En plena guerra, Nadia Kukla dirige la gira de un grupo de rock. Se encarga de los desplazamientos, los boletos, las comidas... pero “el principal desafío”, cuenta la joven ucraniana, son las alarmas aéreas que saltan cada día por los bombardeos rusos. Los Susidy Sterpliat (“Los vecinos tolerarán”), un dúo pop-punk, tienen doce actuaciones previstas en Ucrania en esta primavera boreal.
“Si una alerta aérea dura más de una hora, cancelamos y lo reprogramamos”, explica con voz ronca Nadia Kukla, una ucraniana de 30 años. Los cortes de electricidad son otro problema. Este día, el grupo se prepara para tocar en Vinnytsia, en el centro de Ucrania, en un pub situado no muy lejos de donde el 14 de julio de 2022 hubo un terrible bombardeo ruso contra una sala de conciertos perteneciente al ejército. El ataque dejó 27 muertos, incluyendo tres niños, y 202 heridos. Han pasado casi tres años, pero el edificio sigue ahí, destrozado.
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Frente a esta violencia, en un país lleno de heridas, la resistencia cultural asesta un golpe a ojos y oídos. El espectáculo continúa. En el camerino, poco antes del concierto, el baterista Oleksander Pavlov, de 28 años, y el guitarra Artur Zubarev, de 27, están de muy buen humor. Ambos se juntaron en 2017 en Mikolaiv, en el sur, y desde entonces producen una música “alegre” con letras que “no tienen sentido necesariamente” pero que “dan fuerza” a quien las escucha, según Oleksander.
Desde 2022, según varios actores del sector, la cultura en la Ucrania no ocupada vive un “renacimiento”. El público ha dejado de lado las producciones rusas y rusófonas y tiene verdadera sed por obras nacionales, y las ganancias de los músicos ucranianos en las plataformas de streaming han ido en aumento.
Los Susidy Sterpliat, que al principio cantaban en ruso, se pasaron al ucraniano y, según dice, ahora tienen más seguidores. Aunque rechazan cualquier comparación con los militares que arriesgan su vida en el frente, ambos consideran que su trabajo también se opone a la agresión rusa. “Hay un combate para apoderarse de nuestras tierras, pero también de nuestras cabezas”, subraya Artur. Esta noche, el guitarrista desea “abrazar” a la sala. En el escenario, llevará una camiseta negra transparente, mientras que Oleksander actuará sin camisa y con la cara llena de purpurina.
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Al concierto han venido unas 260 personas, muchas de ellas adolescentes. Como teloneros actúan los Krash Test, un trío punk de Sumy, una región del noreste muy devastada por las bombas rusas. Uno de sus temas trata sobre “una neonazi”, una “ucraniana típica” que “bebe sangre de bebés rusos”; una burla al Kremlin, que asegura que en Ucrania está luchando contra los herederos de Hitler.
Varias veces, la multitud exclama: “Nakhouï soussidiv!” (“¡Que se jodan los vecinos!”), un lema contra Rusia que, al tiempo, hace alusión al dúo cabeza de cartel. Y entonces llegan los Susidy Sterpliat, que ofrecen más de hora y cuarto de furia, gritos y saltos de alegría. En un momento dado, unas bragas, sin que se sepa de quién son, caen en el escenario.
El dúo toca una oda a la borrachera, una balada nostálgica sobre el verano de 2021, meses antes de que empezara la invasión rusa; un tema sobre “la dependencia” que corea toda la sala... Antes de terminar, se celebra una subasta cuyos beneficios irán destinados a los médicos de la brigada Azov, una unidad formada en 2014 por ultranacionalistas que se han granjeado fama de héroes desde que comenzó la invasión.
La primera oferta: entradas gratuitas y el derecho a tomar unas copas con los Susidy Sterpliat, por los que dos personas acaban pagando 15.000 grivnas (362 dólares) y 11.000 grivnas (265 dólares) respectivamente, unas sumas importantes en Ucrania. Al final, el baterista Oleksander se quita sus calzoncillos de golpe, delante de todos (aunque lleva otros puestos) y también los subasta.
La prenda se vende por 3.000 grivnas (unos 72 dólares) y se la lleva Anastassia, de 17 años, que asegura haber sentido “las mejores emociones posibles” durante el concierto. A Nazar, de 19 años, la música le ayuda a olvidar “la locura del ambiente”. “La situación es muy estresante, muchos familiares combaten. Esto permite alejarse de eso y volver a la época de antes de la guerra”, cuenta. En unas horas, el grupo volverá a echarse a la carretera. Próxima parada: Odesa.