El autoproclamado “Toro” saltó al ruedo bramando espumas. Disparando adjetivos con pretensiones de descalificación contra todos sus adversarios. Solo él y su equipo asumían todo el patrimonio de la honorabilidad y de la pureza sanguínea dentro del coloradismo.
Parecían nerviosos y rabiosos al mismo tiempo. Pero la presentación social del nuevo movimiento del vicepresidente y aspirante al sillón de López, Hugo Velázquez, fue de nulo impacto. Sin ninguna trascendencia. Ni el desesperado esfuerzo de los medios de comunicación aliados logró instalar que Fuerza Republicana venía para combatir la corrupción, la pobreza y la inseguridad en el país. Las fotos publicadas en los diarios y en otros espacios mediáticos hablaban de por sí: proyectaban la imagen de una gavilla de cómplices.
Algunos, delatadamente inescrupulosos para apropiarse de los recursos del Tesoro público; otros, hace rato abandonaron la pobreza de la prepolítica para convertirse en potentados económicos, sin más oficios –ni exageramos reclamando títulos– que colgarse de los bolsillos del Estado. Sin un ápice de ética. Y los cómplices necesitan siempre de alguna sombrilla que les arroje una sombra de impunidad a futuro por si les toque descabalgar del lomo del poder. La Fiscalía General del Estado podría resultar una buena estrategia.
Fracasada su propuesta –la del vicepresidente– de alianza de la Asociación Nacional Republicana con partidos de la oposición para el 2023; prácticamente disipado el humo con que el ministro del Interior, Arnaldo Giuzzio, quiso enturbiar –como buen peón– las internas del Partido Colorado a favor de Hugo Velázquez, el candidato oficialista se juega ahora por su último recurso: la fiscala general Sandra Quiñónez. De alguna manera intenta distraer la atención y recomponer filas ante el descalabro electoral que le presentan todas las encuestas en relación con las internas republicanas del 18 de diciembre del 2022.
La campaña para apoderarse de esta institución logrará congraciarlo nuevamente con los medios y periodistas que viven ebrios de resentimiento y frustración. Y, sobre todo, de un inagotable anticoloradismo. En este juego, el peón es Hugo Velázquez. Y de esta traición alguna vez deberá responder ante su propio partido. Principalmente, como denunciara el senador Juan Carlos Galaverna, por la presencia de los anticolorados –muy diferente a la de simples opositores– en los primeros anillos del Gobierno.
Con una oposición complaciente a la que no le disgusta ser arrastrada por la vorágine de las internas coloradas, las bancadas de diputados y senadores del extinto movimiento Añetete acordaron acompañar al juicio político a la fiscala general Sandra Quiñónez. Acompañar es una forma de esconder que los verdaderos promotores de este proceso son ellos: los diputados y senadores que responden al gobierno de Mario Abdo Benítez. Y por ende, a Hugo Velázquez. La promesa a sus “leales” es que de alcanzar este objetivo tendrá en sus manos una doble arma: la de la impunidad para los amigos y la del garrote para los adversarios. Quiere la Fiscalía General de Estado como instrumento al servicio de sus intereses partidarios.
El cinismo del vicepresidente de la República, Hugo Velázquez, queda reflejado en este fresco tan fresco que todavía no se secó en el muro del Gobierno. Si tanto le interesan la justicia y la trasparencia como proclama, debería sugerirle al director general de Yacyretá, Nicanor Duarte Frutos, a que rinda cuentas de los gastos sociales y le permita a la Contraloría General de la República ingresar a los locales de la entidad para hacer su trabajo. Lo demás es pura habladuría de políticos sin catadura moral.
Por su parte, la peonada de la oposición mueve feliz y obediente la cola. La del furgón.