Según relata a Ideas+Palabras, Maricruz Méndez Vall, hija de Epifanio Méndez Fleitas, a la hora de hacernos llegar el material, ahora que se conmemora el centenario de Roa y también el de Méndez Fleitas, es oportuno que conozcamos de cerca qué tipo de relación y respeto mutuo se tenían, ya que muchas veces, según la propia Maricruz, eso fue desvirtuado: "Es importante esta amistad poco conocida en general, a veces tergiversada con mala fe o no por algunas personas, y que últimamente hemos clarificado con testimonios y documentos, con buenos resultados por suerte, que se plasma en estos documentos, más allá de trascender de manera conjunta en el cancionero popular, con temas de letra de Augusto y música de Epifanio". "De la carta –explica Méndez Vall, Mirta Roa (hija de Augusto Roa Bastos) y yo vamos a extraer partes y la vamos a leer– haciendo un contrapunto con puesta escénica, para el homenaje que le va a hacer EPA a Roa en breve".

Ambos textos, publicados a continuación en este espacio son una carta de Augusto Roa Bastos enviada a Méndez Fleitas en 1953 y un recordatorio sobre la figura del político y músico escrito por Roa para ser publicado en el libro sobre su padre: Antología del recuerdo: Méndez Fleitas en la Memoria de su pueblo (1995) y la edición ampliada del 2016, publicado por Teresa Méndez Faith, también hija de Méndez Fleitas, docente especializada en literatura; investigadora y reconocida especialista en literatura y escritores paraguayos, radicada desde hace muchos años en los EEUU.

Fuente: Méndez-Faith, Teresa. Antología del Recuerdo: Méndez Fleitas en la memoria de su pueblo (Asunción: Intercontinental Editora, Segunda edición ampliada, 2016), páginas 110 a 120.

AUGUSTO ROA BASTOS

Nota editorial: Transcribimos a continuación dos "testimonios" de nuestro gran escritor compatriota –una carta de 1953 y un mensaje recordatorio de 1994, escrito especialmente para este libro (en respuesta a mi invitación en forma de "Carta abierta", publicada en la Revista Ñe'engatú en 1992 y mencionada en mis "Palabras limonares")– que, a pesar de que distan entre sí más de cuarenta años, reflejan, no obstante, un temprano y raro reconocimiento de una de las grandes virtudes del "viejo": su coherencia ideológica y pragmática, el ser consecuente consigo mismo, la unidad entre sus ideas y sus actos, cualidad esencial suya, aunque ignorada incluso por muchos que en aquel entonces se hacían pasar por "amigos" de verdad…

Don Augusto Roa Bastos y don Epifanio Méndez Fleitas. Foto: Suplemento Ideas+Palabras.

DEL POETA Y ESCRITOR PARAGUAYO AUGUSTO ROA BASTOS A DON EPIFANIO MÉNDEZ FLEITAS

Buenos Aires, 26 de julio de 1953

Señor Epifanio Méndez

Hotel "Continental"

Buenos Aires

Mi apreciado amigo:

He dedicado este fin de semana al interesante material bibliográfico que tuviste la amabilidad de dedicarme. Tenía mucho interés en confrontar cuanto antes con tu pensamiento escrito la imagen viva y sugestionante que durante estos últimos tres meses me he venido formando de tu personalidad y de tu criterio, en un trato frecuente y directo. La prueba no ha podido ser más concluyente: tus ideas forman una unidad armoniosa y dinámica con tus actos. Estos nacen necesariamente de aquellas, y no se pueden concebir ideas como las tuyas sin una actitud y una actividad íntegramente orientada y consagradas al servicio de un ideal noble y profundo.

No he resistido por eso al deseo de escribirte estas líneas para sustraer a la emoción fugaz de la conversación y a la improbable oportunidad de expresártelas personalmente, las impresiones producidas en mi espíritu por la afortunada experiencia de la lectura de tus libros. Cu ya'e jhaicha ñaneñ'eme: ya yujhuro peteí mba'e porá nico ñamombe'u se oyupé: iñasái jhaguá la ña ne marangatú…

No se me oculta, por lo demás, que cualquier opinión relativa a tu persona, de crítica o de elogio, trascienda el simple plano personal, pues has construido tu vida y la orientas con un sentido mucho más amplio, no a la escala de limitados intereses individuales, nobles o no, sino a la escala de nuestra propia colectividad. Tu fuerza, Epifanio, tu gravitación consiste precisamente en este hecho esencial. Y lo que es mejor: tienes conciencia de ello. Te sientes importante no en cuanto individuo, sino porque en cuanto expresas a tu colectividad en lo que tienes de más auténtico y vital, con ideas y actos determinados por la lógica de la historia. Por eso, aún tus fracasos parciales, si llegan a ocurrir, no serán sino episodios, errores transitorios en el camino de una sola y larga lucha victoriosa en la que los ideales que encarnas acabarán de imponerse con fuerza incontrastables, siempre que no se desvirtúe en su naturaleza de pueblo y de historia, que es su razón de ser.

No hay individuos providenciales en la historia de la sociedad humana, sino en la medida en que realicen este mandato inapelable. Y el juicio de la posteridad y aún del presente inmediato es casi siempre infalible. No hay manera de burlarlo ni de sobornarlo, ni a veces de retardarlo.

Nuestro Mariscal de Hierro fue un hombre auténticamente providencial, en el sentido de necesario. ¿Por qué? Porque encarnó el afán de supervivencia de nuestra raza y de nuestra nación.

Bolívar y San Martín libertaron pueblos sojuzgados políticamente. Fue una tarea inmensa. Pero Solano López luchó por una causa más penosa y dramática: impedir que el ejemplo de los Libertadores fuese negado; impedir que mandatarios falaces, arrastrando a sus pueblos con móviles secretos e inconfesables, en una agresión terriblemente absurda, volvieran no sólo a esclavizar políticamente sino también destruir a sangre y fuego a una nación cuyo tremendo y único delito era su dignidad y soberanía, su inquebrantable decisión de independencia. Cuando Solano López, en Cerro Corá, comprendió que ya su vida era impotente para la defensa material de la patria, arrojó su muerte al paso de los invasores como un inmenso bloque de piedra untada en sangre gloriosa, y los detuvo allí para siempre, como ante una muralla infranqueable y acusadora.

A ochenta y tres años de su sacrificio, a pesar de la infame lápida de plomo de los legionarios y del señoritismo urbano de dentro y de fuera, Solano López, paraguayo ejemplar, maravilloso ejemplo americano de fortaleza moral y patriotismo militante, no académico ni especulativo, sigue presidiendo la vida nacional junto con los otros hombres de nuestra historia, auténticamente providenciales como él; y sigue encarnándose en sus descendientes espirituales más meritorios.

Sé que habita en ti esta certidumbre. Y lo comprobé hace algunas tardes, cuando la hermosa y monumental cabeza del Mariscal pintada por Guevara fue conducida hasta tu habitación del hotel. En la emoción de sus ojos había un remoto y metálico fulgor. Y cuando leíste en voz alta la sentencia escrita al pie del cuadro: "Se sintió inmenso, porque se sintió la Patria…", en el conmovido silencio que siguió a tus palabras, todos los amigos que te rodeábamos sentimos la indecible y pura sustancia de patria de que están hechos sentimientos como los tuyos.

Esto es importante, Epifanio: porque solamente pasiones de una naturaleza semejante, sentidas y servidas con carácter impersonal por su inmensidad y amplitud, pueden anular o, en el peor de los casos, canalizar benéficamente el fanatismo sectario de eficiencia tan circunstancial y de efectos tan disolventes en los tejidos más nobles de la estructura nacional.

Es innumerable la cantidad de cosas buenas que se han malogrado indefinidamente en nuestro país por la propia intransigencia sectaria de los paraguayos, en todos los órdenes en el de la política, en el de la cultura, en de las instituciones.

Parece inevitable que la militancia en un partido político suponga la tácita y fanática aceptación de todos los compromisos sectarios, sin discriminación alguna. No se puede construir un orden estable, ni siquiera podría esperarse que surjan condiciones propicias para ello, si se utiliza el poder para convertir a martillazos verdades relativas en verdades absolutas. El fanático más poderoso del mundo no podría lograr que lo negro sea blanco, salvo por el transitorio fenómeno de sugestión colectiva cuyos efectos, por otra parte, además de fugaces, no alterna la naturaleza de las cosas.

Durante mucho tiempo el país ha padecido las consecuencias de este tremendo mal. Ha soportado con discutible estoicismo a hombres empotrados a horcajadas en las espaldas del pueblo, sobre pretexto de un falso provincialismo, y cuyo satisfactorio arquetipo podría ser el señor J. Natalicio González. Hombre de cultura tan vasta y aprovechada como sus apetitos, no vaciló en servirse incluso de las ideas de Platón y Aristóteles para justificar sus cimarronas especulaciones y adornar con gallardetes filosóficos el sopor de su digestión pantagruélicamente paraguaya. Considerado como el primer intelectual paraguayo en el exterior, estafó a la nación y estafó a nuestra cultura, echando por tierra el respaldo moral y la probidad intelectual de sus libros, algunos de ellos capitales por la importancia de sus temas.

… Fue barrido porque él no representaba, como cabeza de un grupo faccioso, la fuerza histórica de la colectividad paraguaya. Había usurpado el sitio respetable de los mandatarios genuinos, identificando sus sórdidos intereses de medro personal con los necesarios e inalienables intereses del pueblo y de la nación. A pesar de su cultura, del prestigio internacional de su publicidad individual, de sus pseudas preocupaciones indoamericanas, raciales y populares y de la fuerza discrecional del poder, de la que usó y abusó, el falso Buda mestizo de pies de barro, estómago de bronce y cabeza de papel, cayó bajo el empuje del grupo más débil en apariencia, pero que tenía la íntima convicción de su verdad republicana.

Qué enorme diferencia entre Solano López y Natalicio González, a despecho de ser éste uno de sus glorificadores. Entre estas dos figuras se extiende la gama amplísima del mérito y del desmérito. Pero en tanto que Solano López está vivo, su prestigioso y desprestigiado biógrafo está muerto como un molusco en su salsa de tinta y de billetes de banco. Por haber alimentado esa presunción y haberla expresado, quizás prematuramente, en tiempo en que el Tendotá se iba haciendo poderoso, merecí el destierro y alguno que otro mote infamante. No hago pues más que rememorar un juicio que en su hora implicaba sus riesgos.

Pero si el fanatismo sectario fundado en un grupo político es disolvente, no lo es menos el fanatismo fundado en ideologías o regímenes extranacionales.

Es absolutamente verdadero que el meridiano de la concordia y, por tanto, de la paz social paraguaya, no pasa por Moscú, ni por Pekín, ni por Londres, ni por Washington. Pasa exclusivamente por nuestra comunera, señorial y libertaria Asunción. Un hilo fino de acero y de jazmines de glorias y esperanzas, con los colores de nuestra enseña, sube desde los ojos profundos de nuestros muertos y ata nuestros ojos vivos en dirección a la meta de nuestro propio destino nacional. Es indudable que este destino no podemos comprarlo hecho, ni de medida, ni por entregas, en una casa extranjera de remates. Tampoco podemos conseguirlo como un regalo por nuestra adhesión incondicional y total, por nuestra satisfecha sumisión a cualquiera de los bloques que se disputan el predominio del mundo. Nosotros mismos debemos trabajar y luchar por nuestro propio destino. Y para que sea verdadero, es evidente que este destino debe llevar el sello de nuestro escudo con su sabio lema: "Paz y Justicia", y no el sello de la Svástica, de la Hoz y el Martillo, y menos, desde luego, el símbolo monetario de ninguna potencia extranjera. Nuestra paz y nuestra justicia deben producir la concordia de la familia paraguaya y, en lo externo, una pacífica y justa convivencia con los demás países.

Una sola manera tiene el individuo de acertar en la vida: siendo siempre el mismo. Una sola manera de no errar tienen las colectividades y los pueblos: Asumiendo plenamente la verdad natural de su idiosincrasia y la responsabilidad de su destino.

Esta doctrina es la que surge claramente de tus libros. Mi larga digresión inicial, antes que comentarios, ha surgido precisamente de comprobar con satisfacción y con orgullo nuestros puntos de vista comunes sobre cuestiones fundamentales de nuestro país, tú como hombre público, yo como simple ciudadano del montón, como escritor independiente que tiene la obligación ineludible de acercarse a las cosas y a los hombres, a los acontecimientos y a los grandes temas permanentes de nuestro país sin más compromiso que decir la verdad pese a quien pese, desde el punto de vista de los intereses generales de nuestra cultura.

He leído íntegramente con mucho detenimiento tu notable conferencia del Banco Central sobre los problemas económicos y el desequilibrio monetario que afecta a nuestro país. Aunque profano en estas materias altamente especializadas, el sentido común me asegura que este trabajo es un lúcido y exhaustivo análisis de nuestra realidad económico-financiera, de los males que han quedado como resabio de la anarquía y del desgobierno anterior, así como de la correspondiente terapéutica que ya se está aplicando en metódica escala.

Probablemente, es el ensayo más sincero y valiente, en su género, que yo conozca. Tu criterio organizador y purificador no se detiene en eufemismos para señalar las tachas y los defectos que se deben corregir de raíz. Ciertos estadísticos o funcionarios cunocoides, con alma de consejeros áulicos, hubieran encontrado la manera de disimular los males con énfasis académico, "para evitar el pánico", según la fórmula al uso de la cobardía elegante. Tu conferencia no anda con vueltas. "Ñe'e gûyente nicójhesá yereva jha oyekytyva oñe'esero". Lo más interesante de ella es que lejos de ser pesimista, mantienes desde el principio al fin un tono de elevado optimismo creador.

Al mismo tiempo de plantear un programa de vitales realizaciones dentro de las complejas funciones del banco, tu conferencia constituye también, editada en folleto, un persuasivo manual de ética administrativa, uno de los primeros, si no me equivoco, en todo el país.

Espíritu de responsabilidad, equidad, eficiencia y tesón son los elementos fundamentales de esta doctrina cuya aplicación tiene ya antecedentes prácticos encomiables a través de tus anteriores actuaciones.

He leído también la recopilación de tus editoriales en "La Razón", los que juntamente con los de Osvaldo se publican "in extenso", bajo el título genérico de "Batallas por la Democracia". Estos artículos escritos al calor de la lucha diaria y gran parte de ellos, en el fragor de dramáticos acontecimientos, perfilan nítidamente la contextura de tu temperamento y de tu posición política: Una pasión paraguaya al servicio de un ideal íntegramente paraguayo; sin enconos enfermizos y con la mirada tendida esperanzadamente sobre amplias perspectivas. Junto a la rigurosa inteligencia filosófica de Osvaldo y su brillante capacidad dialéctica, tu talento de profunda y natural perspicacia, tu sagacidad y tu intuición sorprendentes, así como tu prosa batalladora y sobria, han brindado en estos editoriales aportes capitales para el estudio de los hechos políticos más importantes acaecidos en estos últimos años en el Paraguay.

Me encuentro mediando también la lectura de "El Orden para la Libertad". Y dejo para el final el libelo contra el Tendotá, del cual necesito tomar algunos puntos que me van a ser muy útiles para adelantar mi novela cuyo argumento te he referido y cuyo tema central es el triunfo de la solidaridad de hombres libres. Es decir, el gran tema de tu vida y de tu obra.

No quiero terminar estas líneas sin decirte que uno de los aspectos de tu pensamiento y de tu actividad que me resultan más importantes y atractivos, es tu constante y fértil preocupación en favor de nuestro pueblo campesino.

Por mucho tiempo todavía, nuestro pueblo va seguir siendo un pueblo esencialmente campesino. Ninguna política que olvide esta premisa o que subordine la situación individual y colectiva del campesinado a los intereses urbanos, tiene hoy día en el Paraguay más posibilidades de sobrevivir que en el pasado. Un justo equilibrio entre la ciudad y el campo, y aún más: la supremacía del campo sobre la ciudad desde el punto de vista de la asistencia del gobierno en cuanto a sus reivindicaciones sociales, económicas y culturales, es tal vez el Desideratum para un progreso material de ritmo más rápido y para la consolidación de una paz estable y fecunda entre todos los paraguayos.

Tu pensamiento, en este sentido, es profundamente honrado y antidemagógico. Tus libros nos confirman, párrafo por párrafo, esta certeza. No podía ser de otro modo, puesto que tu naturaleza campesina y agraria es la fuente de tus mejores cualidades y el documento de tu probidad como paraguayo, como patriota, como amigo…

En mi irrefrenable inclinación de escritor, que me lleva a observar y a identificarme con los hechos, cosas y personas de mi contorno, siento especial curiosidad por estas últimas. He llegado incluso al convencimiento de que en un país como el nuestro, donde las instituciones no han acabado todavía de formarse, las personas realmente superiores son lo más valioso que existe en la escala de los valores jerárquicos; sobre todo, aquellas personas que desempeñan un rol y sienten la conciencia y responsabilidad del papel que juegan en la sociedad. Tú estás, evidentemente, en esta situación. De ti, como clama el personaje de Shakespeare en el pasaje famoso, también la naturaleza irguiéndose ante tu presencia podía decir: "Este es un hombre…". Hubiera deseado conocerte en el llano o en el anonimato del pueblo; estoy seguro que te hubiera reconocido igualmente como tal, es decir como un predestinado y que te hubiera apreciado como ahora te aprecio y te admiro. Sólo que entonces mi amistad no hubiera tenido nada de que avergonzarme.

Con mis felicitaciones, mis votos de ventura personal y mis deseos de que cada día avances un nuevo paso afortunado en el camino que te has trazado, te estrecho cordialmente las manos.

FIRMA: Augusto Roa Bastos

(De: Diario La Unión, 7 de agosto de 1953)

"UN HOMBRE FIEL A SU DESTINO"

"La doctora Teresa Méndez-Faith, talentosa compatriota que honra a la cultura de nuestro país como docente, ensayista y crítica literaria de reconocido prestigio en los centros universitarios de los Estados Unidos, me pide algunas palabras para el volumen que está preparando en torno a su padre, don Epifanio Méndez Fleitas. Es para mí un compromiso de amistad y gratitud participar en el homenaje colectivo que va a rendirse a la memoria de un hombre probo y valiente, indoblegable y austero, en un largo, tormentoso y atormentado tramo de la vida nacional. Y es también un sincero homenaje a Teresa, formada en el exilio, y a todos los suyos.

Epifanio Méndez Fleitas –Don Epí, como le llamaban los suyos– supo cumplir con altura y dignidad su trayectoria humana y ciudadana con la apasionada entrega de su vida, de su acción y de su obra a sus ideales políticos, a su visión y concepción intransigente de un Paraguay más justo para todos, por encima y más allá de su propio ideario y militancia partidarios. Entrega que culminó con su muerte en el destierro, sacrificio emblemático en nuestra América inconclusa y sobre todo en nuestro infortunado país, de todo luchador fiel a su causa, a su destino, a una vocación libremente elegida para servirla con íntegra pasión, con absoluta honradez.

Conocí a don Epifanio en la década de los cuarenta, cuando yo era secretario de redacción de "El País" y él venía al diario a traer los comunicados de su partido y sus propias colaboraciones. Eran encuentros breves y fugaces de pocas palabras. Ya entonces se perfilaban en el joven alto y delgado, discreto y parco en el hablar, los rasgos inconfundibles de un carácter forjado en la lucha y en el fuego de una convicción política que yo no compartía pero que respetaba en él por su sinceridad y por el temperamento de un auténtico militante.

Sólo recuerdo que una vez me dijo: "Vienen tiempos duros para el país. Algún día nos encontraremos en el mismo campo". El pronóstico se cumplió muy pronto, en su primera parte, con el estallido de la insurrección de Concepción, en 1947.

Mi partida al exilio forzoso marcó en mí la mutilación del desarraigo, uno más entre cuatro millones de seres humanos, en la mayor diáspora de nuestra convulsionada historia política, primero bajo la dictadura del general Higinio Morínigo y luego bajo la de Stroessner.

Seis años después, gracias a la mediación de Epifanio Méndez Fleitas, fue como pude entrar transitoriamente al país para asistir a mi madre, gravemente enferma. La corta licencia sólo me permitió despedirme de ella. La vuelta al exilio se hizo más dura y traumática tras su muerte en la que no me fue dado acompañarla hasta su última morada.

Epifanio asumió bajo su entera responsabilidad la gestión de mi breve retorno. Debido a las intrigas palaciegas del señor J. Natalicio González, prominente eminencia gris del Partido Colorado y a la sazón ministro de Hacienda de Morínigo, yo empecé a ser considerado por el régimen como un elemento subversivo de "extrema peligrosidad". Aquel gesto generoso y humano de Epifanio comprometió mi gratitud y dio origen a una amistad que se fortaleció cuando el propio Epifanio fue arrojado al exilio por el dictador Stroessner, a quien llamo en mis escritos el "tiranosaurio".

En el exilio se cumplió la segunda parte del pronóstico de Epifanio: al fin nos encontrábamos los dos en el mismo campo, es cierto, pero no el de la política, sino el del destierro de millones de compatriotas arrojados por el oprobio dictatorial. Bajo los efectos del canibalismo político, Epifanio, el hombre del poder, conoció la prueba de la llanura. Pero descendió a ella con dignidad y estoicismo. El exilio lo convirtió en víctima propiciatoria de los verdaderos culpables, en blanco de las diatribas, del desprecio o la indiferencia hasta de algunos de sus propios correligionarios. ¡Vae victis!…

Epifanio era extremadamente respetuoso de la intimidad y dignidad del otro. Conocedor de mi reluctancia a las facciones en pugna, y a toda militancia de carácter partidario, nunca hablamos de política. Pero hablamos sí, mucho, de la historia patria, de nuestra cultura popular multifacética y plurilingüe.

A la muerte de Julio Correa, me pidió un texto de homenaje a la memoria de nuestro hombre de teatro, texto al cual él mismo puso música bajo el título de "Canto a Julio Correa", Otro gesto de su pluralismo democrático fue su constante rechazo de todo dogmatismo de exclusión política, social y cultural, como se comprueba leyendo sus numerosos libros en los que expresó su pensamiento. Coincidente con esta actitud pluralista y antidogmática fue, entre otras cosas, su preocupación constante por la repatriación de los restos de nuestros músicos y poetas de diversas tendencias, muertos en el exilio.

Me cuenta Teresa Méndez-Faith que también espera que los restos de Epifanio sean repatriados en ocasión del décimo aniversario de su muerte, en cumplimiento de una ley ya aprobada por los poderes públicos. Yo me congratulo de este retorno y solo me conduelo con los suyos por lo tardío de esta reparación. Como en los casos de otros eminentes compatriotas: Agustín Barrios, Eloy Fariña Núñez, Félix Pérez Cardozo, José Asunción Flores, Hérib Campos Cervera, Gabriel Casaccia, Carlos Lara Bareiro, Teodoro Mongelós y tantos otros. Muchos, en todas las escalas sociales, sufren aún el destierro post-mortem por haber sido fieles a su destino, leales a su tierra paraguaya. Sólo cabe murmurar la transida queja del poeta: "… ¡ah tierra que a tu imagen me hiciste para de ti arrojarme!…".

FIRMA: Augusto Roa Bastos

Septiembre de 1994

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