Carolina Vanni, carolina.vanni@nacionmedia.com
Iniciaba el mes de agosto en 2004 y más de uno madrugó para tomar el carrulim, la típica bebida que los paraguayos consumen a primeras horas del día 1 del octavo mes del año para ahuyentar la yeta o mala suerte. Ese 1 de agosto era soleado y pintaba que sería un domingo relativamente tranquilo, pese a que iban aumentando los casos de influenza A (H1N1). Los hospitales estaban sobrecargados por las consultas por casos de infecciones respiratorias agudas y las camas de terapia, que siempre fueron escasas, estaban todas ocupadas.
Ese domingo muchos padres aprovecharían para llevar a sus hijos al hospital para una consulta porque presentaban cuadros de tos, mientras que aquellas familias que no tenían urgencia, porque la salud no estaba quebrantada, se disponían a disfrutar de un domingo en familia. Ese era el caso del psicólogo clínico Gustavo Sosa, quien era vecino del barrio Trinidad: “Yo nací y crecí en Trinidad. Soy del barrio Fátima. Luego de casarme me fui a Loma Pytã. Esto fue una catástrofe. Esto es algo que cambió para siempre la sonrisa del trinidense, cambió el ser del trinidense. Ya nada es igual. Pero hay que vivir con ello”, dijo a La Nación/Nación Media.
El licenciado Sosa acostumbraba visitar el supermercado Ycuá Bolaños Botánico los domingos al mediodía para comprar el almuerzo familiar. Otras familias se preparaban para el tradicional asado o la pasta dominguera e iban cerca de la media mañana a realizar sus compras. Sin dudas, los domingos el supermercado siempre estaba lleno.
UNA EXPLOSIÓN Y SE DESATÓ EL INFIERNO
Así se perfilaba ese 1 de agosto de 2004. Pero todo cambió cuando a las 11:20 sonaron las alarmas del infierno y las puertas se cerraron. Las personas no podían salir sin antes pagar. Eso dijeron los sobrevivientes. Al sonido de las alarmas se vino una gran explosión y se desató el infierno.
A partir de ese preciso momento todo cambió en el populoso barrio Trinidad. Las nubes negras rápidamente cubrieron el cielo y los gritos desesperados, mezclados con las sirenas de las ambulancias, los bomberos y la Policía Nacional, ensordecieron la capital del Paraguay. El caos se había desatado. El eco de las sirenas llegó a todos los puntos del país, que vivía de este modo una de las tragedias más grandes en tiempos de paz. Se estima que cerca de 400 personas murieron entre el humo y las llamas.
En el barrio Trinidad prácticamente no había una sola cuadra que no tuviera una familia afectada por el incendio. En algunas casas las pantallas de TV quedaron prendidas esperando en vano la vuelta de los miembros de esa familia. Gustavo Sosa supo luego que personas conocidas estaban entre las víctimas. “En la cuadra paralela a mi casa fallecieron amigos, sobrinas, primas, amigos de infancia. En cada casa había un velorio”, recordó con tristeza.
Para el bombero voluntario Roberto Ríos fue una experiencia que marcó su vida. “Ese servicio marcó mi vida. Nunca antes había visto tantos cadáveres juntos. Fue algo realmente fuerte”, dijo el voluntario que prestaba servicios en la 5.ª Compañía del Cuerpo de Bomberos Voluntarios.
Aseguró que cuando sonó la alarma de un incendio grande en un supermercado, no pensó que sería de tal magnitud.”Nos encontramos con algo dantesco. No sabíamos bien por dónde comenzar. Había personas atrapadas, personas ya fallecidas, el fuego parecía un monstruo que no cedía, aunque un montón de gente estaba trabajando allí”, rememoró.
HOSPITALES SOBREPASADOS
Entre los primeros en recibir a los heridos estaba el Sanatorio Santa Bárbara, que justamente está situado a pocas cuadras del lugar del siniestro, luego el IPS, el Materno Infantil de Trinidad, el Hospital de Clínicas y otros más.
Sabrina Vera, enfermera del Hospital Central del Instituto de Previsión Social en ese entonces, recordó que si bien el hospital estaba con muchos pacientes por cuadros respiratorios, pronto el servicio de urgencias se llenó de personas afectadas por el incendio. “Llegaron personas con todo tipo de quemaduras. Algunas parecían estar bien, pero tenían quemaduras internas causadas por el humo. Otras personas tenían incluso el hollín en sus ropas y sus cuerpos”, comentó la enfermera, cuya guardia debía terminar a las 18:00, pero que se extendió hasta el día siguiente.
LAS LISTAS
En la medida en que las personas eran derivadas a los centros asistenciales e ingresaban en las urgencias, se iban anotando los nombres de quienes podían dar sus datos o tenían algún documento consigo. Esto ayudó a realizar una “lista” de las personas que iban ingresando a los servicios de urgencias.
Sabrina Vera recordó que lo más triste era cuando venían los parientes y rogaban que sus familiares estén en la lista de internados que se actualizaba y se leía a viva voz cada una hora. Además del IPS, listas similares tenían en todos los centros asistenciales donde se recibió a los heridos.
Memorial recibió ayer a familiares de víctimas
Varias actividades se llevaron adelante en el Memorial de Ycuá Bolaños, recordando la tragedia.
“Nuestras actividades en general empezaron el 15 de julio. Tuvimos cuentacuentos con niños pequeños, conciertos, conversatorios sobre salud mental y un encuentro de artes”, Liz Torres, sobreviviente y miembro de la Coordinadora de Víctimas del Ycuá Bolaños a La Nación/Nación Media.
Ayer se desarrolló el acto central, que consistió en el levantamiento simbólico de la bandera de la lucha. “Aquella bandera con los rostros de nuestros familiares quienes, que por muchos años portamos”, agregó Torres.
La coordinadora de víctimas indicó que también participaron de esta actividad los bomberos de diferentes compañías, quienes acompañaron con el toque de sirena. Dentro del acto central también se realizó un acto ecuménico.
La misma explicó que luego de esta actividad realizaron la lectura del manifiesto, donde expresan que cada 1 de agosto atraviesan por un dolor profundo, además de reivindicar la vida, la memoria y la justicia. Finalmente, a las 20:00 se cerraron las actividades con un concierto denominado Ecos de Esperanza con la participación de varios artistas solidarios.