Gonzalo Cáceres - Fotos: gentileza
Un simple partido de fútbol es considerado –por los testigos inmediatos de los hechos– como uno de los catalizadores, por no decir el triste preludio, de la brutal guerra de desintegración de la antigua Yugoslavia.
En realidad, la cosa no era tan simple y tampoco se trató de un partido más. Las causas y antecedentes de las guerras de la ex-Yugoslavia se pueden rastrear incluso hasta bien entrada la Edad Media y van desde cuestiones étnicas, pasando por lo histórico y hasta el lado religioso, pero en estas líneas trataremos de situarnos en el mencionado punto de inflexión.
EL QUIEBRE
Todo comenzó el 4 de mayo de 1980, 10 años antes. Aquel día fallecía en Liubliana, Eslovenia, el mariscal Josip Broz, considerado el padre de la Segunda Yugoslavia e implacable defensor de la hermandad entre los pueblos de las naciones que constituían la por entonces República Federativa Socialista.
Tito se encargó de reprimir las voces disidentes y persiguió a cada movimiento nacionalista, cada intentona de secesión y cada alma que se animó a levantar la voz contra su política de integración.
Una integración a regañadientes, claro está. Porque pese a tener siglos de historia en común y de compartir profundas raíces, las diferencias étnicas, religiosas y sociales, principalmente entre serbios y croatas, musulmanes y ortodoxos, que aquel feroz militar mantuvo de la mano, perduraron lo suficiente como para saltar por los aires.
La ausencia del dictador alentó a los diferentes políticos oportunistas, a quienes se les aflojó el bozal y no hicieron más que alimentar el sentimiento separatista. Durante aquel período, la tensión étnica fue galopante.
Sin Tito, Yugoslavia estaba herida de muerte.
EL INCENDIARIO CLÁSICO DE LOS BALCANES
La evidente animadversión entre los vecinos explotó la tarde del 13 de mayo de 1990. Se enfrentaban el Dinamo Zagreb croata y el Estrella Roja de Belgrado serbio, en el estadio Maksimir de Zagreb.
El evento en sí fue muy controvertido y se vio afectado por la violencia entre los aficionados yugoslavos. Los seguidores del Dinamo Zagreb (mayoría croata) exhibieron pancartas y cánticos nacionalistas, mientras que los seguidores del Estrella Roja (serbios) respondieron con provocaciones. Así, dimes y diretes.
En el minuto 65 del partido, con el marcador 0-0, se desató un enfrentamiento, primero entre los jugadores sobre el césped, luego estos con la policía y, finalmente, entre los hinchas.
La espiral de violencia desembocó en el caos generalizado en las gradas y la policía intervino usando gases lacrimógenos. Aplicó la fuerza para controlar la situación. Los hechos derivaron en la muerte de varias personas y numerosos heridos.
El incidente del estadio Maksimir se convirtió en toda una revelación para los nacionalistas. Los conflictos políticos se agravaron y cruzaron el punto de no retorno. La guerra era inevitable.
Poco más de un año después, serbios, croatas, bosnios, musulmanes, cristianos y ortodoxos intercambiaban disparos a lo largo y ancho de la geografía que alguna vez compartieron.
Lo que siguió fue limpieza étnica: cientos de miles de violaciones, secuestros, la desaparición de ciudades enteras, ejecuciones, desplazamientos e irreproducibles crímenes de lesa humanidad, una auténtica carnicería.
Es importante destacar que el partido en sí no fue la causa directa de la guerra, ya que los problemas subyacentes entre los yugoslavos estaban mucho más arraigados, pero sin duda contribuyó al posterior conflicto armado.
Este evento simbolizó la división y de una vez dio cara a la violencia que brotaba en el país. Por ello, se lo considera uno de los antecedentes que selló el destino de los yugoslavos.