DESDE LA FE
- Por Edmundo Valenzuela, sdb
- Arzobispo metropolitano de la Santísima Asunción
La Conferencia Episcopal Paraguaya nos presenta este año dedicado al laicado, al término de los dos años anteriores; el primero dedicado a la Palabra de Dios y el segundo a la Eucaristía. Por supuesto, la Palabra de Dios y la Eucaristía continúan en vigor y más que nunca en apoyo al año del laicado. Acentuamos que la vida cristiana es un llamado hecho por la Palabra de amor y de misericordia de Dios Padre. Quien llama lo hace gratuitamente para nuestro bien, que es la salvación. El mismo Jesucristo, Palabra eterna de Dios, vida y luz, se hace presente como alimento espiritual en la Eucaristía. Ahí, en esa celebración de la “cena del Señor”, sacrificio y banquete eucarístico, se realiza el misterio pascual, uniendo Palabra y acción eucarística sacramental, para que en Él tengamos vida plena.
Esta gracia extraordinaria de Cristo que hemos vivido a lo largo de estos dos años prepara y fundamenta el año del laicado. Imposible de entender desde la mera concepción humana la conjunción de ambas realidades, Palabra y Eucaristía como anuncio de la vida de los fieles laicos, si no partimos del evangelio de la vida. Como dice San Juan en el prólogo (Jn 1, 1-18) la vida es luz y a los que la acogen se les da el poder de ser “hijos de Dios” por gracia. Esa vida que es eterna, sin embargo, se encarnó en la naturaleza humana, en el seno de María Virgen Santísima. Eso es lo que rezamos en el “ángelus”: el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Los pastores debemos ofrecer espacio, lugar e importancia a nuestros agentes pastorales, invitándolos a la participación en comunión con todos, reconociéndolos con afecto y respeto, destacando la labor que realizan en la parroquia o en las instituciones educativas. No solo recemos con ellos, sino “caminemos con ellos” en el servicio realizado a la evangelización. La misión de los pastores es crear lazos de amistad y de delicadeza con cada uno de ellos. La respuesta de los fieles laicos nos enriquece con su colaboración, comprensión y afecto. Busquemos superar el “clericalismo” con el viejo vicio de la falta de caridad. Al contrario, con “Fratelli tutti” promovamos comunidades fraternas, vivas y animadas por la Palabra y la Eucaristía, dispuestas a vivir y a trabajar juntos por un país mejor.
En cada parroquia, valoricemos nuestros laicos. Visualicemos sus diversos grupos en las celebraciones litúrgicas. Convoquemos los domingos, por poner algún ejemplo, a profesionales; a familias con sus abuelitos; a madres solteras, a viudas; a trabajadores estatales; a las autoridades locales, a los agentes pastorales, a niños y jóvenes escolares con sus docentes y padres de familia; a comerciantes, a empresarios, etc.
Así también, sean nuestros agentes de las pastorales catequística, educativa, litúrgica, social, sanitaria, penitenciaria, de comunicación. Extendamos lazos de buenas relaciones afectivas y efectivas con grupos y movimientos laicales con quienes, como fuerza eclesial, llevamos juntos la tarea de la evangelización, en la diversidad de miembros del “Pueblo de Dios”. Todos y cada uno, nutridos de la Palabra de Dios y de los sacramentos llevamos como Iglesia una misión en los ambientes en donde nos toca vivir y trabajar.
Como “Pueblo de Dios”, cada uno de los bautizados en su vocación y misión, sepamos trabajar en redes: la jerarquía, los consagrados y los fieles laicos. Cada cual construye la Iglesia, desde su específica vocación y misión. Y la Iglesia no vive para sí, no es autorreferencial, sino vive para el mundo, para nuestra sociedad que necesita de la verdad del evangelio, en expresiones de caridad, libertad, solidaridad, paz y amor.
En línea con el Concilio Vaticano II y las orientaciones pontificias continuemos la conversión personal y pastoral. Organicemos los encuentros de formación y misión en todos los organismos y asociaciones eclesiales a fin de que todos como discípulos misioneros sean protagonistas del servicio a la persona y a la sociedad con los valores evangélicos de la doctrina social de la Iglesia.
Soñamos con tiempos nuevos y con mayor impulso de “caminar juntos” como se nos sugiere en el proceso diocesano del Sínodo de Obispos, estamos llamados a sembrar la Buena Noticia. Es un gran desafío, es una gran misión que debemos cumplir.