DESDE LA FE
- POR MARIANO MERCADO
En año 2020 marcó significativamente la vida de toda la humanidad. La pandemia desatada por el covid-19 obligó al aislamiento primero, y al distanciamiento social después. Definitivamente nos percatamos que no estábamos preparados para lo que se nos venía encima.
Esto indudablemente afectó y nos está afectando, no solo el estado físico y psicológico, sino también está causando una serie de profundos cambios, que en la mayoría de los casos repercuten en serios daños a las realidades sociales, y como no podía ser de otra manera, impactando directamente en la economía, principalmente en las economías más débiles.
Nos encontramos, por tanto, afectados o, enfrentados por múltiples factores para el desarrollo de una autonomía individual, como pilar fundamental para una vida plena. Estamos viviendo una durísima realidad, y creo que vamos a tardar un poco en salir de ella. Muchas personas han perdido a sus seres queridos, otras han quedado sin trabajo, sin sustento. Se evidencian sufrimientos de numerosas familias, dolor, angustia, pareciera que una avalancha de negatividad se cierne sobre todo y sobre todos.
Sin embargo, toda situación de crisis social es una oportunidad, sobre todo para llegar allí donde la capacidad efectiva del Estado, para responder a las necesidades de la población, está ausente. Es donde emerge, donde aflora lo mejor de cada uno, donde se visibiliza de manera natural el más puro sentido humano. Surge un valor esencial, una luz de esperanza, que está presente, aunque casi siempre de manera prudente y reservada: la solidaridad. Qué gran virtud ¿verdad?
En estos meses hemos sido testigos de contundentes ejemplos de solidaridad, y si bien esta acción siempre ha existido sobre todo en nuestro país, ahora, en momentos de crisis, se hace más notoria. Vivenciar la solidaridad, ayudar de forma incondicional y desinteresada, genuina, sin esperar nada a cambio, humaniza y dignifica.
Sin dudas uno de los destacados es Ignacio “Nacho” Masulli. Un joven deportista que encontró en el rostro sufriente de los demás, la motivación suficiente para realizar un acto de amor al prójimo, que luego con la ayuda de su madre se fue multiplicando y con el acercamiento de más personas. Miles de platos de comida, medicamentos, ropas, gestión ante instituciones públicas, un sinfín de hechos que lo posicionaron ante la sociedad, como joven sobresaliente. Fue el puente que unió la necesidad de unos, con la solidaridad de otros. No alimentó solo físicamente a las personas, sino alimentó el espíritu, con un acto de amor que genera esperanza. El mensaje fue claro, no están solos, somos hermanos, somos familia de Dios.
La virtud natural de ponerse en el lugar del otro, de apoyar por empatía, es entender desde lo más profundo que dar una mano, no cuesta caro al que da, y significa mucho para el que recibe. Desde las pequeñas acciones cotidianas, a los grandes retos benéficos, el valor de la solidaridad es un pilar tan vital como necesario en toda sociedad, que rompe con el concepto individualista, de individuo posesivo a individuo solidario, para crear y unirnos, cooperar como comunidad, con lazos fraternales que nos hacen más fuertes y libres, frente a una realidad que muestra una creciente desigualdad.
La Madre Teresa de Calcuta decía: “No tenemos la solución a todos los problemas del mundo en nuestras manos. Pero frente a todos los problemas del mundo, tenemos nuestras manos”. La fuerza de la juventud fue clave para generar esperanza en este tiempo de crisis. Pero todos debemos comprometernos con el destino de nuestra sociedad, nuestro país y, por ende, de nuestra casa común, el mundo. Don Bosco decía a los jóvenes Donde reina la caridad, ahí está la felicidad. Seamos felices amando y sirviendo.
Sin dudas uno de los destacados es Ignacio “Nacho” Masulli. Un joven deportista que encontró en el rostro sufriente de los demás, la motivación suficiente para realizar un acto de amor al prójimo, que luego con la ayuda de su madre se fue multiplicando y con el acercamiento de más personas.