DESDE LA FE

Por Mariano Mercado

“Salve señora de la Asunción, gloriosa fundadora de nuestra gran nación. Al Paraguay bendiga tu casto corazón”, reza parte del himno de Nuestra Señora de la Asunción. María fue escogida y favorecida, de entre todas las mujeres, para concebir al único Hijo de Dios, a quien guió y acompañó en su misión, hasta su crucifixión y resurrección. Estuvo presente en los momentos más significativos de la vida de Jesús y en los primeros tiempos de la Iglesia.

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María es modelo de fe viva, de humildad y obediencia generosa, de sabiduría reflexiva y pureza divina. Es la mujer que dijo “sí”, aunque muchos de los acontecimientos no los comprendió, los vivió con fe y confianza, cumpliendo a cabalidad con la voluntad del Padre.

Según una antigua tradición, el mismo Jesús había avisado a los apóstoles que se reunieran en Jerusalén para despedirse de María. Ellos la vieron morir y la enterraron junto a las tumbas de José y la de sus padres, Joaquín y Ana. Pero Tomás no llegó a tiempo, y cuando lo hizo, quiso despedirse. Al abrir la tumba, el cuerpo de María no estaba, solo vieron los lienzos con que la habían envuelto. Esa noche escucharon una música celestial y María se hizo presente: “Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna a sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas” (Ap 12, 1).

La solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María no tardó en adquirir un fuerte y relevante significado, que se condensó en el siglo quinto con la devoción de la sociedad medieval a la Madre de Dios. Sin embargo, no es hasta el siglo pasado, el 1 de noviembre de 1950, tras un largo período de indefiniciones y ambivalencias, que el Papa Pío XII lo proclama dogma de la Iglesia, en la “Constitución Munificentissimus Deus”, lo que fue reafirmado en el Concilio Vaticano II.

La Virgen Inmaculada, Madre de Dios, preservada inmune de toda culpa original, acabada su vida terrena, glorificada en cuerpo y alma, fue asunta, elevada a la gloria celestial y el Señor la exaltó como Reina del universo.

Al respecto nos decía Juan Pablo II: “De María aprendemos a rendirnos a la voluntad de Dios en todas las cosas. De María aprendemos a confiar también cuando parece haberse eclipsado toda esperanza. De María aprendemos a amar a Cristo, Hijo suyo e Hijo de Dios y que nada es imposible para el Padre”. María, madre, nos acompaña, es imagen y signo fiel de esperanza, consuelo para todos los creyentes hasta el final de los tiempos.

Hoy celebramos con gran devoción, su día. Así como el de nuestra querida ciudad de Asunción, una de las ciudades más antiguas de Sudamérica, fundada el 15 de agosto de 1537. Recibió de Juan de Salazar y Espinoza su nombre: “Nuestra Señora Santa María de la Asunción”, en honor a la Virgen. Las delegaciones para las conquistas españolas eran acompañadas por sacerdotes católicos, de ahí la influencia de los nombres en la ciudades que fueron fundadas en la época. Desde nuestra ciudad capital partieron las expediciones para fundar otras muchas ciudades de América, convirtiéndose así en “Madre de Ciudades”.

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