DESDE LA FE

  • Por Mariano Mercado

“Tomad y comed todos de él porque este es mi cuerpo que será entregado por ustedes. Tomad y bebed todos de él porque esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por muchos, para el perdón de los pecados. Hagan esto en memoria mía”. Esta oración que cada sacerdote pronuncia del misal para la consagración del pan y el vino encierra el misterio de la Eucaristía y es el momento trascendental de la celebración.

“La historia cuenta, que Pedro de Praga era un sacerdote de grandísima piedad y moral, pero dudaba de la real presencia de Cristo en el pan y en el vino. En una ocasión, hacia 1264, celebrando misa en la iglesia de Santa Cristina, en Bolsena, Italia, llegado el momento de la Consagración, sucedió un milagro: Tras partir la Hostia se convirtió en verdadera carne y de ella emanó sangre”.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Jesús Sacramentado se ha manifestado de formas extraordinarias en diferentes ocasiones. Si bien el origen de la festividad se remonta alrededor de 1240, en Bélgica, por solicitud de la priora Juliana de Cornillon, fue después del milagro en Bolsena que el papa Urbano IV, extendió la solemnidad a toda la Iglesia, decidió que el Santísimo Cuerpo del Señor fuese adorado, en memoria de su extraordinario amor por nosotros, a través de una fiesta particular y exclusiva: el “Corpus Domini”, hoy más conocida como “Corpus Christi”.

¿Por qué la adoración a algo tan humilde como un trozo de pan? Quizás estamos tan abstraídos en una realidad tan sobrevalorada y sumamente materialista, que hemos olvidado, perdido o inclusive, negamos, la capacidad que tenemos de ir más allá, de transcender a lo que los ojos ven y los oídos escuchan. Es que no es algo, es alguien, con la mirada de la fe. Sin fe vemos solo el objeto, no el sujeto.

Jesús les dijo: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí nunca tendrá sed” (Juan 6,35). Es el alimento que sacia el espíritu, recibirlo en la Santa Misa y adorarlo posteriormente, es una gracia única que los católicos en general, con honradas excepciones, no valoramos en su justa medida, hasta hoy. Un pastor evangélico dijo una vez a una religiosa católica “Si yo creyera que Jesús está vivo en ese pedazo de pan, no dejaría de estar delante del sagrario nunca”. La religiosa quedó en silencio y no tuvo alternativa que darle la razón. Debemos pasar mucho más tiempo adorándolo, alimentar nuestro espíritu de su presencia entre nosotros.

A través de la fuerza de las palabras con las que el sacerdote consagra, se “transubstancian” los elementos pan y vino, aun conservando su sensibilidad y apariencia a los sentidos de la conciencia ordinaria, se produce la transformación, la penetración más profunda y pura en la substancia, para convertirse, en algo nuevo: en el Cuerpo, la Sangre y la Divinidad de Cristo. Nuestro Señor, se hace presente en la Eucaristía, entre nosotros, con una forma distinta, pero en su verdadera sustancia. Es el misterio de la fe, no hay hecho semejante en toda la creación.

Y de esa misma manera, tan admirable conversión la podemos experimentar en nosotros. Recibir la manifestación de la verdad, de la luz, en lo más profundo y verdadero de nuestro ser, el mismo cambio, por nuestra participación en el misterio de esta Transformación Eucarística; a la que respondemos, siempre fieles: “Señor mío y Dios mío”… ¿Dimensionamos con plena consciencia la importancia de semejante compromiso?

Comer y beber juntos es un gesto de amistad y comunión. Invitamos siempre a comer, a personas a quienes queremos manifestar nuestra acogida. Así también Jesús nos invita a la mesa de la Eucaristía, no solo como una fuente donde acrecentar nuestra fe, sino también donde hallar el fundamento de nuestra comunión y misión. Celebremos siempre con devoción la fe y el amor a nuestro Señor presente en el Santísimo Sacramento. Él merece ser adorado y reverenciado en todo momento, abramos la mente y el corazón a esta gracia tan grande, para que la conversión de nuestras vidas se sostenga en el poder de su amor.

Esa presencia real de Jesús en el pedazo de pan solo la vemos desde la fe. No es algo, es alguien.

Etiquetas: #algo#alguien

Déjanos tus comentarios en Voiz