• POR EL HNO. MARIOSVALDO FLORENTINO
  • Capuchino

Con estas bellísimas palabras empieza el Evangelio de este domingo, también llamado: “Domingo del Buen Pastor”.

La relación del hombre con Dios muchas veces en la Biblia es comparada a la relación de un pastor con sus ovejas. De hecho, en Israel todos cono­cían este trabajo y hablar del pastor para muchos era tocar recuerdos muy intensos de experiencias relacionadas con esta ocupación.

Cuando Jesús afirmaba: “Yo soy el Buen Pastor” todos entendían muy bien lo que significaba en la práctica lo que él estaba diciendo y ellos también recordaban que, en Ezequiel, Dios tenia rega­ñado a los malos pastores y había prometido que un día, Él mismo sería el Pastor de Israel. Por tanto, en Jesús, Dios quiere conducir todo el rebaño a las verdes praderas de su Reino.

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Algunas características de este Buen Pastor nos ayudan a conocer mejor el corazón de Dios: El Buen Pastor conoce sus ovejas, para él cada oveja es particular. La conoce en sus hábitos específicos. Tiene una atención especial para cada una. Cada oveja tiene una identidad propia, gene­ralmente caracterizada por un nombre particular, lo que significa que, ella no es solo un número. No es que al final del día el Buen Pas­tor las cuenta y si falta una él sale a buscar una oveja cual­quiera que se perdió. Él mira su rebaño y se da cuenta de que falta justo “tal” oveja y sale a buscarla llamándola por su nombre, imaginando hacia donde se habrá ido por­que la conoce muy bien, sabe sus gustos y sus tentaciones.

El Buen Pastor no abandona sus ovejas ante el peligro, Él sabe que su misión es defen­derlas y conducirlas con seguridad hasta a los pra­dos y a las fuentes de agua. Él es el primero en combatir el peligro. En todo lo posible Él no permite que las ovejas sean amenazadas. Delante del ladrón o del lobo, el buen pastor no se intimida más lo combate y lo ahuyenta, pues no acepta perder ni una de sus ovejas. El buen pastor corre el riesgo, se coloca Él en peligro para proteger su redil.

El Buen Pastor no es un mer­cenario, él no trabaja solo por intereses personales, solo para asegurar su sueldo. Quien así lo hace está mucho más preocupado consigo mismo y las ovejas son sola­mente un modo de ganarse la vida. Por eso, el mercena­rio jamás se colocará en peli­gro, jamás hará un esfuerzo más allá del estrictamente necesario, pero, al contra­rio, siempre buscará su pro­pia seguridad y su propio bien antes de todo.

El Buen Pastor da la vida por sus ovejas, esto significa que el buen pastor en el día a día se consume, se gasta por sus ovejas. Son las necesidades de las ovejas que dictan al pastor cómo organizar su vida. Sus horas de descanso, su tiempo de comer, la dirección donde andar y otros, son estableci­dos de acuerdo al bien de las ovejas, y no según los gustos y deseos del pastor. O sea, en un cierto modo, el Buen Pas­tor es el servidor de las ovejas. Y él lo hace no por una obli­gación impuesta por otros, sino por una decisión perso­nal, por realizar su vocación.

En una palabra, el Buen Pas­tor ama a sus ovejas. Todas estas características que nosotros reconocemos ple­namente en Jesús Buen Pas­tor, la Iglesia desde el inicio las propone como las caracte­rísticas auténticas de los obis­pos y de los que son llamados a cooperar con su ministe­rio, en el caso, los presbíte­ros. De hecho, este domingo es la fiesta del obispo, a quien somos invitados a recono­cer como imagen viva de Cristo en nuestro medio, que gobierna, instruye y santifica todo el aprisco.

Todavía, si de un lado reco­nocemos las características del Buen Pastor, debemos también por otro lado reco­nocer las características de las ovejas.

Las ovejas conocen su Pas­tor, son capaces de recono­cer su voz. No seguirán a otro. Tienen plena confianza en la dirección indicada por el pastor. Delante del peligro corren en su dirección. Se protegen atrás de él. Las ove­jas deben permanecer unidas al redil, pues solo así el pas­tor puede protegerlas del lobo o del ladrón. Si las ovejas se esparcen, aunque que el pas­tor sea bueno no será capaz de atender a todas. No basta que tengamos un Buen Pas­tor para salvarnos, es necesa­rio que seamos también una buena oveja.

Muchas veces en nuestros días no nos gusta mucho este lenguaje de redil, de ovejas. Nos suena como un desprecio a nuestra condición humana, a nuestra libertad, a nuestra inteligencia y capacidad de decisión. No queremos ser una masa. Seguramente este rechazo viene del hecho de que el mundo nunca estuvo tan masificado como ahora. Los medios de comunicación, están realmente haciendo de todo el mundo una sola cosa. Es la moda, son las ideologías trasmitidas hasta de modo oculto, los modismos que están haciendo del mundo una masa uniforme. La pro­paganda despacito va hip­notizando a las personas, y éstas pensando que actúan libremente, hacen exacta­mente lo que la moda les manda.

La propuesta de Jesús Buen Pastor, no tiene nada de esto. Sí, es verdad que debemos estar unidos en el redil que es la Iglesia, es también verdad que él continúa teniendo una relación personal con cada uno de nosotros, conocién­donos por el nombre, valori­zando todos nuestros dones particulares y llamándonos a una vida intensamente asu­mida en primera persona. En el lenguaje de Jesús ser una de sus ovejas, significa tener la posibilidad de realizarnos personalmente en nuestra más auténtica vocación.

El Señor te bendiga y te guarde, el Señor te haga bri­llar su rostro y tenga miseri­cordia de ti. El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.

Para ayudarte en tu creci­miento espiritual me gustaría proponerte un pequeño ejer­cicio para toda esta semana. Que reces todos los días el salmo 23 (22), si es posible que lo memorices y después que los uses en tus oraciones per­sonales, por ejemplo, cuando entres a una iglesia, o cuando hagas la comunión, o cuando te despiertes. Salmo 23 (22):

“El Señor es mi pastor: nada me falta; en verdes pastos él me hace reposar y a donde brota agua fresca me con­duce, fortalece mi alma; me guía por el recto sendero por amor de su Nombre. Aunque pase por quebradas oscuras, no temo ningún mal, porque tú estás conmigo: tu bastón y tu vara me confortan. Tú preparas ante mí una mesa, frente a mis adversarios; con aceite perfumas mi cabeza y mi copa rebosa. Me acompa­ñarán tu bondad y tu favor durante toda mi vida; mi mansión será la casa del Señor por largo, largo tiempo”.

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