Rubén Reyes partió ayer a la eternidad. Tenía apenas 44 años y una vida intensa, forjada en el trabajo, los encuentros de amigos y las noches de risas sin demoras. Lo conocí una noche de tertulias, música y buenos vinos en un restaurante ubicado sobre la avenida Mariscal López, a cuadras del entonces diario Hoy. Era a finales de los ’90.
Él era un pendex que practicaba en el diario Hoy, de sonrisa permanente y ojos claros muy abiertos. Yo había recién cambiado la tinta de Abc Color por la de Noticias El Diario. Congeniamos enseguida en esa sintonía de desclasados e incomprendidos de aquella sociedad careta y carente de empatía con la gente que no conoce.
Amante de las noches en vela, las anécdotas picantes, la ironía y la buena música, Rubén era el invitado exquisito en las citas de colegas y amigos en cenas y tertulias en noches insomnes de estar con amigos. Y en ese ámbito creció en conocimientos y habilidades inconfesables.
Por eso su muerte temprana, repentina y sin aviso nos golpeó en el alma. Por su juventud y su talento para revertir situaciones extremas. Lo vimos capear tormentas personales con la prestancia del buen torero que ni se inmuta ante una estocada. Conocimos su calibre de peleador callejero indomable, cuando debió escupir verdades. Y por su don de gente, solidario y manso, cuando de amores se trataba. Por eso y por mucho más, lo vamos a extrañar bastante.Buen viaje, querido Rubén.
M.R. VELÁZQUEZ