La ciudad de Piribebuy recuerda hoy uno de los capítulos más nefastos de la historia de la humanidad. Este lunes 12 de agosto se cumplen 155 años de la única batalla urbana que se desarrolló en el marco de la Guerra Grande, que duró 6 años.

La contienda desarrollada el 12 de agosto de 1869 fue una de las más sangrientas de la Guerra contra la Triple Alianza, en la que el Ejército paraguayo defendió con heroísmo sin igual la soberanía nacional. Piribebuy se había convertido en aquel entonces en la tercera capital de la República. Los aliados llegaron con todo y comenzó la batalla.

La Nación/Nación Media conversó con el historiador Eduardo Ortiz Mereles, presidente de la Asociación Cultural Mandu’arã, y con Miguel Romero, actual encargado del Museo Histórico Comandante Pedro Pablo Caballero, de la ciudad de Piribebuy, quienes brindaron un relato histórico basado en conocimientos bibliográficos, así como también en la versión oral de los ancestros.

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El profesor Ortiz explicó que para comprender estos hechos se debe remontar a diciembre de 1868, tras la derrota en la batalla Itá Ybaté, donde el Marqués de Caxias (Brasil) dio por terminada la guerra y se retiró del comando de operaciones. Lo reemplazó el príncipe Gastón de Orleans, conocido también como Conde D’Eu, pariente de los reyes de Francia, yerno mimado, casado con Isabel, hija del emperador Pedro II de Brasil.

Por otro lado, la defensa de Piribebuy se encomendó al teniente coronel Pedro Pablo Caballero, con un efectivo de 1.600 hombres, mujeres y niños, que dio frente al enemigo que apareció en la zona el 9 de agosto, con más de 20.000 hombres de las tres armas y con 43 piezas de artillería.

“Para entonces, López ya estaba en retirada hacia el Norte, perseguido por el enemigo que lo superaba en número, pero consiguió reagrupar a su ejército, conformado ya por ancianos, mujeres, adolescentes y niños, que se alistaron de manera voluntaria”, indicó.

La defensa de Piribebuy estuvo a cargo del Tte. Cnel. Pedro Pablo Caballero, con un efectivo de 1.600 hombres, mujeres y niños, que dio frente al enemigo de más de 20.000 hombres de las tres armas. Foto: Ilustrativa

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Ortiz mencionó que tres días antes de la batalla de Piribebuy, la pequeña ciudad ya estaba sitiada por el grueso del ejército aliado. Ante la inminente llegada, sobre todo del ejército imperial, el Tte. Cnel. Caballero ordenó que las familias y los civiles abandonasen la ciudad y se escondieran en el monte para evitar ser víctimas de la desigual batalla que tendría lugar. Pero la mayoría se negó a evacuar y dejaron sin efecto la orden.

Inicio de la contienda

Don Miguel Romero destacó que los primeros enfrentamientos comenzaron el 10 de agosto, en las afueras de Piribebuy. Al día siguiente, llegó la intimación del ejército aliado exigiendo la rendición y finalmente, el 12 se dio la batalla en la ciudad. Duró 5 horas y se desarrolló con tres ataques definitivos.

Esta es la parte rigurosa que debemos rememorar siempre, la batalla de Piribebuy fue muy injusta para nosotros. Siendo la tercera capital del Paraguay, en la ciudad quedaban 1.600 personas, donde los militares formados eran un poco más de la docena, el resto eran civiles, en su mayoría mujeres, ancianos y niños”, indicó.

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Agregó que “el ejército aliado estaba compuesto por unos 20 mil soldados y más de 43 cañones rayados con balas enormes, en tanto que el ejército paraguayo solo contaba con cañones cuyas balas eran pequeñas”.

Tomaron parte en la batalla el propio Conde D’Eu, el general Joâo Manuel Mena Barreto, el general Vitorino y el general Correa da Cámara, mientras que el resto del ejército aliado quedó expectante del resultado.

Defensa con lo que estaba a mano

Luego de agotar las pocas balas que tenían y con la pólvora que sobraba, las mujeres cargaron los cañones con lo que tenían disponible, incluían vidrios rotos, piedras pequeñas, restos de vasijas de cerámica, cubiertos e instrumentos de metal y hasta frutos de cocoteros, que al ser disparados emitían un silbido debido a sus orificios y confundían a los soldados brasileños, relató don Romero.

Una ilustración muestra cómo fue el avance de las fuerzas aliadas y la defensa del pueblo paraguayo. Foto: Gentileza

Ahí peleó hasta el último defensor, desde las casas, los arroyos, incluso desde la mismísima Iglesia, que se había convertido en una especie de fortín, ya que contaba con paredes de hasta un metro de grosor.

Tanto Romero como Ortiz coincidieron en que en las últimas acciones de la lucha murió el general brasileño João Manuel Mena Barreto, comandante en jefe del 2º Cuerpo de las tropas imperiales. Cayó con un balazo en la zona de la ingle, disparado por un tirador paraguayo. Este hecho provocó la ira del Conde D’Eu, que ordenó la muerte por degollamiento de todo paraguayo.

La orden no solo se cumplió de inmediato, sino que se cometieron los actos vandálicos más vergonzosos del ejército aliado, en su mayoría contra mujeres y niños de los que quedaban apenas un centenar. Los prisioneros fueron degollados y muchas mujeres ultrajadas y mutiladas antes de ser degolladas.

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Entre los primeros en ser asesinados estuvo el propio Tte. Cnel. Caballero, quien no aceptó la rendición. El Conde ordenó degollarlo y desmembrarlo por fuerza de 4 caballos.

Don Romero mencionó que, en la versión oral del pueblo, el Conde D’Eu no saciada aún su sed de venganza por la muerte de general, por lo que preguntó si aún habían personas vivas en la ciudad y se le informó que en el Hospital de Sangre habían 600 internados, más las enfermeras.

Entonces, ordenó cerrar las puertas, ventanas e incendiarlo con todos dentro. “En el relato de Efraín Cardozo, dice que se cerraron puertas y ventanas y quemaron vivos a los 600 heridos más las enfermeras, una de ellas era Francisca Yegros de Yegros, quien no quiso abandonar a sus heridos y se inmoló lanzando a su hijo por la ventana”, relató.

Las mujeres cargaron los cañones con lo que tenían disponible, incluía vidrios rotos, piedras pequeñas, restos de vasijas de cerámica, cubiertos e instrumentos de metal y hasta los frutos de los cocoteros. Foto: Ilustrativa

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Presuntas motivaciones

El profesor Ortiz señaló que existen dos versiones sobre la motivación sanguinaria del Conde D’Eu, aclarando que ambas son especulativas. Por un lado, que el soldado Gervasio León diera muerte a un alto mando del ejército aliado, cuando ellos eran superiores en números.

La otra versión, no confirmada, es que existía una relación muy cercana entre el conde D’Eu y el Gral. Mena Barreto, con la presunción de que eran pareja; pese a que el conde D’Eu estaba casado con la hija del emperador Pedro II.

Don Miguel Romero recordó que de la sangrienta jornada del 12 de agosto de 1869 solo un reducido número de mujeres y niños logró salir con vida y como testigos marcados a sangre para contar la historia. Una de ellas fue la sargenta Cándida Cristaldo, quien hasta los últimos días de su vida recordó haber visto en un extremo de la plaza el cadáver de una madre aun con su criatura en brazos, que dulcemente seguía mamando de sus senos ensangrentados.

“Un grupo de mujeres fueron formadas en fila para comenzar un bárbaro sistema de ejecución: luego de que uno arrancara los senos femeninos de un tajo con una filosa bayoneta, otro tiraba un lanzazo mortal. Y faltando solo unas cuantas mujeres más antes que le toque a Cándida Cristaldo, como si fuese un milagro de Dios, harto de tanta barbarie apareció un oficial brasileño impetuosamente uniformado, con un entorchado dorado que brillaba al sol, y ordenó que inmediatamente parara esa inhumana ejecución. Así pudieron salvar sus vidas Cándida Cristaldo y otro grupo de 5 mujeres”, concluyó el historiador.


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