Verónica Giménez
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Cada año en diferentes partes del país se organiza la pascua juvenil, que reúne a jóvenes durante tres jornadas para vivir una Semana Santa de reflexión sobre la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Sin embargo, en los últimos años la cantidad de participantes disminuyó notablemente y la pregunta que muchos se hacen es ¿qué pasó con los jóvenes?
Si bien la llegada de la pandemia del COVID-19 marcó un antes y un después en varios aspectos de nuestras vidas, ya desde antes una importante distancia empezó a gestarse entre los jóvenes y la Iglesia. “Hace 10 años se notaba la participación plena de los jóvenes en actividades como Pascua Joven, porque era la atracción que había en esos días, pero con el tiempo la participación fue bajando”, manifestó el diácono José Martínez de la parroquia San Lorenzo de Ñemby en conversación con La Nación/Nación Media.
Tanto el avance de la tecnología como otras actividades recreativas fueron factores esenciales que alejaron a los jóvenes del significado central de la Semana Santa, según expresó el religioso. “Para el joven de ahora no tiene tanta importancia, quizás ni está enterado, porque las familias también cambiaron y ya no tienen como una tradición muy arraigada. Creo que esa transmisión de la fe es lo que se fue perdiendo, entonces el joven pasa indiferente estos días”, reflexionó.
En ese contexto, reconoció que después de la pandemia se notó aún más la poca participación de los jóvenes en las pascuas, ya que en muchos lugares hubo menos de 50 participantes, y en donde se presentó una buena cantidad, no era proporcional al número de personas que vive en la zona.
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“El joven de ahora, a los que se llama generación de cristal, no está acostumbrado a confrontarse ni a sí mismo ni al otro, más bien está centrado en sí mismo y cree que el centro es él y que todo gira entorno a sí mismo. Las heridas que tienen les genera el miedo a sufrir, por eso no se involucran y prefieren evitar”, mencionó.
El diácono Martínez también instó a los jóvenes y sus familias a participar de la Pascua, ya que considera una oportunidad para reconocer el amor de Dios, identificar las necesidades de otros y desprenderse de las cosas materiales, que podrían hacer crecer los vacíos en el interior que alimentan la indiferencia en la fe.
El enfriamiento espiritual
Por otra parte, la psicóloga Laura Cáceres explicó que el cristianismo dejó de ser la base que sustenta los valores y las culturas de los países occidentales debido a un enfriamiento espiritual. “Existe un mercado cultural libre con diferentes opciones que compiten con el cristianismo y también entre ellas, pretendiendo ser la mejor opción, más atractiva y gratificante. Las presiones ideológicas y culturales erosionan la fe de muchos jóvenes que no tienen convicciones firmes, pueden creer, pero no saben por qué lo creen”, profundizó.
Además, sostuvo que los jóvenes se vuelven reacios cuando las reuniones juveniles son una obligación rutinaria y poco creativas. “El cristianismo no debe ser una imposición para los jóvenes, sino más bien se debería desarrollar en ellos el sentido de pertenencia y permanencia”, remarcó destacando que la espiritualidad aporta ánimo, consuelo y esperanza a la comunidad.
El desafío del liderazgo juvenil es descifrar los gustos y las necesidades de las nuevas generaciones y entender los retos que enfrentan los jóvenes actualmente a fin de saber cómo orientarlos. La psicóloga recomendó aceptar y no juzgar las dudas que puedan tener, permitir que su fe sea probada y acompañarles en el proceso de crecimiento espiritual. “Promover un clima de credibilidad del grupo de jóvenes, que realmente vivan lo que proclaman”, destacó.
Beneficios de la fe
Para la psicología, la fe también tiene sus bondades: ofrece respuesta, aporta bienestar y da sentido a la vida. Sobre el primero, Cáceres explicó que la ciencia o la filosofía no ofrecen respuestas claras a muchas preguntas existenciales, por lo que ocasiona inquietud, sin embargo, la espiritualidad es una referencia que ayuda a alcanzar dicho bienestar.
Continuó respecto al siguiente, que la espiritualidad es una virtud, una herramienta que proporciona la fortaleza necesaria para afrontar los sucesos negativos la vida, y en cuanto al tercero dijo que ayuda a responder las preguntas existenciales. “Las creencias son un apoyo para afrontar, es recurrir a un ser superior que es sensible y receptivo a las emociones y que ofrece consuelo a su aflicción, sobre todo cuando la persona que sufre vive en soledad y no tiene a nadie con quien hablar y compartir”, concluyó.
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