A unos 70 kilómetros del distrito de Filadelfia, en Mariscal Estigarribia, departamento de Boquerón, indígenas de la comunidad Nacsu, en Campo Loa, sufren los embates de una fuerte sequía desde hace tres años y que les robó la posibilidad de producir. Tajamares y aljibes están cada vez más secos, por lo que se ven obligados a recorrer kilómetros en busca del líquido vital.

Pese a la dura situación, la esperanza pinta una sonrisa en cada uno de ellos. La necesidad no es un motivo suficiente para llenarse de tristeza y preocupación, en un espacio donde el hambre y la sed están en constante acecho. Nacsu, Campo Loa, es una comunidad indígena de la parcialidad Nivaclé que está ubicada en el distrito de Mariscal Estigarribia, departamento de Boquerón, a unos 70 kilómetros de Filadelfia.

Lejos de la civilización, en medio de campos secos y con mínimo apoyo, cada uno de los integrantes enfrentan un complejo panorama causado por la sequía desde hace tres años. “Estamos casi un año sin lluvia, estamos esperando otra lluvia para poder iniciar nuevamente la siembra, estamos buscando otras formas para pedir que nos ayuden con semillas”, dijo a La Nación-Nación Media Pelagio Rojas Valdez (49), miembro de la comunidad y docente de una pequeña escuela ubicada a 10 kilómetros de esta aldea.

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Las mujeres de la comunidad en horas de la tarde se acercan hasta el tajamar de donde recogen agua para beber los días siguientes. Foto: Christian Meza.

La posibilidad de iniciar una nueva campaña de siembra se vio interrumpida por la sequía, que si bien ya cumple tres años, se reforzó durante estos meses convirtiendo campos enteros en cementerio de arbustos, depósito de arena y un inmenso olvido. La última vez que los indígenas de esta comunidad comenzaron a sembrar fue hace un año, según indicó, pero con una cosecha pobre y mínima ante una inminente pérdida que no pudieron enfrentar.

Es por esto que, en especial los hombres, se ven obligados a renunciar a la posibilidad de dedicarse a la agricultura, darle mejores condiciones de vida a sus hijos y a su familia, para tener que realizar viajes de kilómetros para encontrar un pequeño trabajo en donde alcanzan un poco de dinero para poder sobrevivir. Desde ese momento, la agricultura dejó de ser una opción para los indígenas de esta comunidad, quienes también enfrentan un duro momento con la provisión de agua.

Líquido vital, oscuro y salado

Juan Aguayo (56), líder de la comunidad desde hace 25 años, contó que la comunidad está compuesta por al menos 200 familias en el barrio San Antonio de esta localidad, con un promedio de 7 hijos cada una. En las casas, todas precarias, viven más de 10 personas, en su mayoría niños, quienes ante las condiciones actuales tuvieron que acostumbrarse a ese estilo de vida.

El líder mencionó que las carencias son bastante grandes, y no solo están relacionadas a la agricultura y las condiciones climáticas que impactan sobre la misma. Vivir en Campo Loa puede considerarse todo un desafío por lo alejado que se encuentra de cualquier zona urbana y por la falta de agua potable que existe también en la zona.

Pese a lo extremo que parezca la situación, ninguna de las casas ubicadas dentro de esta comunidad tiene disponibilidad de agua para beber a gusto, y en el caso de que ataque la sed, la única opción que tienen es un tajamar ubicado a unos 2 kilómetros. Aguayo señaló que cuentan con al menos 7 aljibes que una vez al mes son recargados con agua que se extraen de los tajamares de la zona, o bien, son traídos de otros lugares.

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Este tajamar se encuentra a unos dos kilómetros de la comunidad y se convirtió en la única opción de los indígenas para poder beber. Foto: Christian Meza.

Pensar en agua potable, transparente, limpia y con un gusto neutral es una utopía para todos los indígenas, tanto de esta como para las demás comunidades, ya que la que beben todos los días es la que justamente se saca del tajamar más cercano, que poco a poco va perdiendo tamaño ante la escasez de lluvias.

Al costado de una bicicleta, un medio de transporte fundamental para los aldeanos, cada uno de ellos, antes de que el sol caiga con más fuerza y apague la única luz en el camino, llega hasta este lugar en donde hay un círculo de agua estancada, empapada de insectos y con un color oscuro a causa del barro, para proveerse del líquido vital.

Aguayo dijo que es la única forma de tomar agua dulce, ya que las que se encuentran en los pozos que se arman en la comunidad son bastante saladas. Cuenta que la única solución a esta necesidad es la perforación de un pozo artesiano con una infraestructura adecuada para que el agua pueda llegar a cada familia.

Mientras aguardan ese sueño cumplir, las familias indígenas siguen administrando la poca agua a la que acceden a través de los tajamares que están en riesgo de secarse ante una sequía fuerte y poderosa que no da tregua ni a personas ni animales de todo Boquerón.

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Las 200 familias de esta comunidad dependen de este lugar que aguantaría solo unos meses en el caso de que no llega la lluvia. Foto: Christian Meza.

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