La profesional indicó que estos pueden modificar estructura y funciones cerebrales en la niñez e insta a prestar atención a señales y saber qué hacer para ayudar.
Las víctimas de maltrato durante la niñez y adolescencia soportan secuelas emocionales toda la vida, ya que la interacción que los padres tienen con sus hijos genera cambios estructurales y funcionales en el cerebro de los niños.
Las víctimas de abuso, por lo general, tienden a sentirse temerosas y ansiosas, o fácilmente descontroladas en su estado de ánimo, pueden pasar de una tranquilidad a una explosión de ira o llanto desconsolado por mínimas cosas que le ocurren y que le disgustan.
En este sentido, la licenciada Zunilda Zaracho, psicóloga del Hospital General Pediátrico Niños de Acosta Ñu, habló acerca de la “educación o corrección” con base en agresiones físicas y psicológicas. Así también, señaló que la sobreprotección, así como la negligencia en los cuidados, propician que los niños y adolescentes no aprendan a desarrollar sus recursos personales para enfrentar el mundo.
De esta manera, la profesional resaltó que niños y adolescentes son más propensos a repetir ciclos durante la vida adulta, por ejemplo involucrarse en relaciones abusivas o volverse abusivas. Tienen mayor riesgo de padecer problemas relacionados a la salud mental, como depresión y ansiedad; o a la salud física, como desarrollar diabetes, obesidad, cardiopatías u otros problemas.
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Cómo identificar
Los pequeños en edad preescolar pueden volver a mojar la cama, chuparse el dedo o llorar con más frecuencia. Pueden mostrar signos de terror y ansiedad severa de separación, ocultarse, tartamudear y desarrollar problemas para dormir.
Quienes se encuentran en edad escolar, en muchas ocasiones, pueden sentirse culpables por el abuso que sufrieron. Es posible que no participen en las actividades escolares, obtengan malas calificaciones (es conocido que el indicador más fiable de depresión infantil es el descenso de las notas), tengan menos ganas de relacionarse con los amigos y se metan en problemas con más frecuencia.
Además, pueden sufrir más dolores de cabeza y estómago; o sea, tener síntomas físicos sin causa específica que pueda ser encontrada por los pediatras en estudios auxiliares.
En cuanto al comportamiento de los adolescentes, refirió que pueden actuar de manera negativa, como pelear con familiares, faltar al colegio, mantener relaciones sexuales indiscriminadas y sin protección e incurrir en el consumo de drogas o alcohol. Es posible que tengan baja autoestima y no puedan hacer amigos con facilidad. Posiblemente, comiencen peleas y/o acosen a otras personas.
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Tipos de violencia
La profesional explicó que la violencia tiene varias caras y, entre las más frecuentes, la física, la psicológica y la sexual; también las de género, conyugal y económica. La violencia siempre es una forma de ejercer el poder de dominio, mediante el empleo de la fuerza del que se “cree” superior sobre aquel designado como inferior.
Violencia física implica lesiones, golpes, pellizcos, empujones y cualquier maltrato hacia el cuerpo. Mientras que la violencia psicológica abarca insultos o comentarios de desvalorización, lo que puede tener como consecuencia estrés crónico, baja autoestima, disminución de la sensación de defensa.
También existe la violencia sexual, que es la acción de forzar a la persona para que lleve a cabo o reciba conductas sexuales que no desea y la violencia por negligencia en el cuidado, la cual consiste en no satisfacer las necesidades básicas de los niños.
En otro momento, la psicóloga manifestó que el éxito que tenga un niño a la hora de recuperarse del abuso o el trauma depende de varios factores. Indicó que es probable que los niños nunca olviden lo que vieron o experimentaron durante el abuso, pero pueden aprender maneras saludables de lidiar con sus emociones y recuerdos.
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“Cuanto antes reciba ayuda, mayores serán los beneficios”, remarcó. En ese sentido, la profesional ofreció algunas recomendaciones de abordaje con una víctima de abuso o maltrato. Instó a ayudar a sentirse seguro, hablarle sobre sus miedos, hacerle saber que no es su culpa ni la tuya.
Recomiendan hablar sobre las relaciones saludables, sobre los límites, que nadie tiene derecho a tocarlo o incomodarlo, inclusive miembros de la familia, maestros, entrenadores u otras figuras de autoridad. Así también, sugieren ayudar a encontrar un sistema de apoyo confiable. Un consejero escolar, terapeuta u otro adulto de confianza puede ofrecerle apoyo continuo.
Conseguir ayuda profesional es fundamental. “El terapeuta trabajará con el niño o adolescente para convertir los pensamientos negativos en positivos. También ayudará a aprender maneras saludables de lidiar con el estrés”, resaltó.