Ciudad del Este. Agencia Regional.
En la colonia Tierra Prometida, distante a 69 kilómetros del casco urbano del distrito Itakyry, al norte del departamento de Alto Paraná, existe un puesto de salud dependiente del Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social. Desde hace 28 años, la enfermera Ramona Esther Flores es la única funcionaria y encargada del lugar.
Con estructura deteriorada, paredes quebradas y el peligro al asecho, la profesional sabe que el Puesto de Salud no es la “tierra prometida” donde recibe a la gente y organiza el servicio a las tres comunidades nativas a su cargo.
Tragar polvo es parte de su vida recorriendo hasta lejanas comunidades para cumplir con su tarea, porque no existe un solo metro de camino empedrado o pavimentado en la zona que le toca trabajar, así como lo es en la mayor parte del interior del país. En ese terreno, ella se desplaza en su propio vehículo y paga el combustible porque, de lo contrario, ningún nativo se vacunaría contra el COVID-19.
“Muchas veces nosotros tenemos que vernos con nuestras necesidades. No recibo ningún apoyo”, dijo la encargada del Puesto de Salud de la colonia Tierra Prometida, de Itakyry. En ese escenario de abandono por parte del MSP, ella logró un alto porcentaje de vacunación entre los indígenas de las tres comunidades que atiende. Un método que aplicó es convencer primero a los caciques, a los líderes indígenas y luego trabajar juntos para que toda la comunidad acepte la aplicación de los biológicos.
Fue posible mediante su insistencia, su propia inversión personal y económica para ir una y otra vez hasta las comunidades y, así lograr convencer, finalmente, sobre la importancia de la vacunación. Empezó a vacunar contra el COVID-19, hace dos meses. Es lo que resultó de la consulta realizada por La Nación, con la citada funcionaria. Reconoce que esa no es la condición en que debe trabajar, sin ningún apoyo.
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Ypora Poty, Capiíbary y Ko´eju
Uno de los poblados nativos es Ypora Poty, donde la vacunación contra el COVID-19 ya llegó al 91%, incluyendo adolescentes y adultos. Esta colonia queda 12 kilómetros del puesto de salud. “Me queda cerca y eso ayudó a avanzar más rápido”, dijo Ramona Flores, tomando los 12 kilómetros como si fuese el caminar de unos metros. En Ypora Poty están 40 familias conformadas por unas 360 personas, según la enfermera.
Otra es la comunidad Capiíbary donde el porcentaje de vacunados es del 50%, solo en adultos. El lugar queda 19 kilómetros del puesto y Ramona atribuye a la distancia como uno de los problemas, porque se dificulta llegar muchas veces más. La pertenencia a grupos religiosos que rechazan la vacuna es otro inconveniente, según la enfermera. En esta comunidad son 17 familias y unas 86 personas sus integrantes.
La tercera población nativa que atiende es Ko´eju, distante a unos 30 kilómetros de su puesto. El 80% de los adultos ya fue inmunizado contra el COVID-19. Son dos zonas: primera y segunda línea con un total de 49 familias, integradas por 350 personas.
Muchos no tienen documentos
La enfermera Ramona Esther cuenta a La Nación que entre las dificultades para vacunar contra el COVID-19, un gran problema es la falta de documentos. “Es mucho protocolo para vacunar contra el COVID”, dice la encargada del Puesto de salud de Tierra Prometida, recordando que son muchos los nativos sin documentos.
Consultada cómo sobrevive en medio de tanta precariedad, Ramona Esther explicó que aprendió a trabajar así, en medio de dificultades, con la doctora Lucía Giménez, del Centro de Salud de Itakyry. “Con ella salíamos a las colonias a trabajar, es un poco estricta, pero se trabaja, no es para sacar selfie ni nada”, cuenta la funcionaria.
Requerida qué plantea al MSP, pidió apoyo para seguir avanzando. Mencionó que si pide funcionarios ya sabe que en Itakyry no hay porque, “todos estamos pidiendo auxilio, el de Santa Lucia también lo está pidiendo. Lo que hacemos es apoyamos entre compañeros”, dijo la enfermera.
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