Lía Cristaldo siempre dice que creció bajo las faldas de la Virgen María. Su casa estaba ubicada en la esquina de la parroquia Natividad de Santa María. Desde pequeña acudió al templo para rezar, en compañía de la hermana Carolina, quien le enseñó sus primeras armas con el rosario. “Vamos a darle besos a la Virgen”, le decía la religiosa cada vez que la buscaba para enseñarle a rezar.
En su adolescencia se insertó al trabajo juvenil y siempre colaboró con la comunidad religiosa, aunque ya de grande, cuando fue a la facultad y también cuando empezó a trabajar, se alegó de la Iglesia. Acudía cada tanto, pero ya no con asiduidad como antes.
Al cumplir los 27 años conoció al que ella consideró el amor de su vida. Pronto hicieron planes para una vida conjunta, y en julio de 2001, la pareja conformada por Carlos Díaz (37) y Lía (29) estaban emocionados por la llegada de su primer hijo, aunque admite que Carlos ya fue padre antes, producto de un anterior matrimonio.
Cuando supo de su embarazo, ella acudía a los controles prenatales todos los meses porque sabía de la importancia de cuidar al bebé desde el primer momento, y Carlos la acompañaba, porque si bien ya fue padres antes, este bebé era muy especial.
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“Cuando cumplí el segundo mes de embarazo nos emocionamos al escuchar latido del corazón del bebé, que seguía formándose en mi vientre. Era como un motor con 12 caballos de fuerza. Así se escuchaba en la ecografía”, recuerda Lía. La pareja a menudo compartía con sus amigos jornadas de pesca y otras actividades al aire libre, cree que fue justamente una actividad como esta la que hizo que casi pierda al bebé.
Habían ido al otro lado de la Bahía de Asunción para pescar. Llevaron sillas y mesas para pasar un lindo día de fin de semana. Aunque Lía estaba embarazada, se sentía liviana y muchas veces olvidada que tenía otro ser dentro de ella. Al volver de la jornada de picnic que tuvieron, al bajar de la embarcación ella saltó y sintió una punzada el vientre, pero que pronto pasó.
Sin embargo, en la semana ella notó algo distinto cada mañana, pues su ropa interior amanecía mojada. Pensando que por no querer levantarse a orinar se mojaba, dejó pasar el detalle y siguió con su vida normal. Acudía a la oficina que estaba ubicada en el centro de Asunción y cumplía con su trabajo sin problemas. Sin embargo, el jueves comenzó a sentir malestar y le comentó a su pareja. Decidieron que al día siguiente irían al médico para ver de qué se trataba la molestia.
Al llegar el viernes fueron a consultorio y Lía comentó al médico el malestar que sentía. Cuando el doctor le estaba por dar reposo para descansar, ella recordó el detalle de la ropa interior mojada. Eso alertó al médico que inmediatamente realizó controles más exhaustivos y se percató que tenía la bolsa fisurada. Le ordenaron tranquilidad y reposo absoluto, pues en el mínimo movimiento brusco o emoción fuerte, la bolsa se rompía.
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Además del reposo, el doctor le dijo que debía estar internada en un hospital bajo cuidado de profesionales de la salud. Ella no tenía servicio social, por lo tanto acudir a IPS era imposible, debía rebuscarse por hospitales de alta complejidad del sector público o pagar en un servicio privado.
Desesperada por la situación porque la vida de su hijo estaba en peligro, Lía recordó los años de devoción a la Virgen y le suplicó por la vida de su hijo, aunque apenas tenía 27 semanas de gestación confío en que todo saldría bien. Con fe y devoción le entregó a su hijo y le pidió una oportunidad para conseguir un lugar donde internarse.
Tras recorrer diversos hospitales y rebotar de todos porque no había terapia intensiva neonatal en caso que nazca su bebé, o por los excesivos costos de la internación, desesperada acudió al Hospital San Pablo, donde ya le habían atendido y le dijeron que vaya a reposar en casa y tome sus medicinas. Cuando volvió a la consulta, el médico le recrimina porqué no esté reposando, y ella, sacando fuerzas de donde no tenía, le dice que era el único doctor que le pedía que esté en su casa, pues los demás coincidían en que ella debía ser asistida por profesionales en un hospital.
Tras percatarse que comenzó a perder sangre la dejaron internada. Todo ese tiempo le pidió a la Virgen que vele por la integridad de su retoño y se ofrecía ella a cambio, si alguna vida tenía que tomarse. Dos semanas más tarde, cuando estaba a punto de cumplir 30 semanas, sucedió lo peor: tras una discusión con su pareja rompió bolsa. El parto era inminente.
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Los dolores se intensificaban cada vez más y los médicos se reunían alrededor de ella para determinar qué hacían: una cesárea podría dejar sin vida al niño, pero si no actuaban con rapidez también la vida de ella corría peligro. Ella solo se entregó a la Virgen y le dijo que interceda por la vida de su hijo. Para ella solo importaba él.
Casi a la media noche del frío miércoles 25 de julio nació su hijo, un pequeño que tenía poco más de 1 kilo. Los médicos se sorprendieron por su peso, pues era mucho mayor del que esperaban, ya que su vientre era tan pequeño y las ecografías indicaban que solo tenía 700 gramos. Tras varias horas de luchar por su vida y nacer en un parto normal, su hijo dio un grito cuando vio la luz del mundo y su llanto retumbó hasta la sala de espera donde estaba su padre, también orando y aguardando por él. Ese grito fue la certeza que tuvo Lía de que su oración, su súplica, había sido escuchada por la Virgen, su madre celestial.
El pequeño prematuro no dejó de sorprender a los médicos y pese a ser pequeñito podía respirar solo, no necesitó respirador mecánico, igual urgía conseguir una cama de terapia intensiva neonatal por su bajo peso y las pocas semanas de gestación. Los familiares llamaron a varias radios y pidieron ayuda. Los médicos también se pusieron en campaña porque vieron que el niño tenía ganas de vivir.
Tres horas después, consiguen una cama y su hijo se queda internado en el mismo hospital donde nació. Sin dudas la intervención de la Virgen hizo posible este milagro no solo para el nacimiento con vida de su hijo sino también para conseguir la cama de terapia. Tras su recuperación, Lía fue llevada de la sala de partos hasta una sala común. Al día siguiente, juntando fuerzas para salir caminando del brazo de su pareja, fue hasta la unidad de cuidados intensivos neonatales para conocer al verdadero amor de vida, ese pequeñín ser por el que ella estaba dispuesta dar su vida.
“Era el bebé más hermoso que vi en mi vida. La Virgen me bendijo inmensamente con su vida y la fuerza que tenía mi hijo era increíble. Aunque era pequeño y nació prematuro, el no tenía otras complicaciones, en general estaba sano”, sostiene Lía. Pero como el peligro no había pasado y las primeras horas son las más críticas, luego de muchos años Lía volvió a tomar un rosario y comenzó a “dar besos a la Virgen”, en agradecimiento por la parto rápido, la vida de su hijo y sobre todo, pidiendo que no suelte su mano.
“Le dije: Virgencita, mi hijo se llama Jesús María en agradecimiento a tu hijo Jesús y a vos, Madrecita. Eso es por salvarle la vida. Desde antes de nacer te encomendé y ahora con más razón. Queda en tus manos, porque yo solo puedo rogarte”.
La evolución de Jesús María sorprendió a los médicos y enfermeras, pues en menos de un mes no solo logró pesar 1.800 gramos, sino además, no presentó ninguna complicación y menos infección hospitalaria, que era lo que más temían los médicos. Si bien usó oxígeno durante tres días, pronto su respiración se normalizó y en 25 días Jesús pudo ir a su casa. Hoy, tiene 20 años y Lía no duda que la Virgen fue la que realmente movió los hilos para que todo suceda de manera milagrosa.
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