Desde hace cinco años, Julio César, alias “Chiva”, es el alma de la panadería del Centro de Rehabilitación Social (Cereso). Ese es el tiempo que lleva recluido en dicho lugar, donde despliega su trayectoria de 40 años de experiencia en el rubro, horneando 10.000 galletas crujientes para 1.245 personas privadas de libertad (PPL), además de capacitar en el oficio a cuatro PPL.
El trabajo de “Chiva” inicia antes de salir el sol, a las 6:00 a.m., pues debe tener enfriados y embolsados los panes que quedaron en reposo para la cocción desde la tarde anterior. “Aprendí de grandes maestros panaderos en Argentina y Brasil y cada vez que salgo con el pan caliente del día siento la satisfacción de que las PPL comen saludable”, manifestó.
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Complacido, amasa 150 kilos de harina y cuenta que no les adhiere conservantes, prestando también atención a las diferentes dietas de las PPL. Aparte de las galletas, es muy probable que en días especiales saque horneados de los fogones galletones con anís, pan cañón, francés, de Viena, de leche, de hamburguesa, integral o dietético y hasta coquito o rosquita.
Cocina siempre contrarreloj y sin descanso, con la ayuda de cuatro PPL que llevan tiempo aprendiendo con él. “Solo necesitan ganas de formarse, con algunos conocimientos básicos es suficiente. Si aprenden, podrán poner un puesto de pan al salir”, les dice el maestro, al momento de impartir sus conocimientos.
Visión al futuro
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Aún le queda completar dos años de condena, pero siempre que hace una pausa para el descanso, “Chiva” tiene la cabeza ocupada en el futuro. La panadería del penal no le deja rédito, pero sí la cantina de verduras y frutas frescas que montó con dos secretarios privados de libertad y con el visto bueno del director.
Las ganancias ahorradas se materializaron en un tinglado que pudo levantar para su futura panadería, además de comprar máquinas de segunda mano para equiparla. Mientras que la venta de un auto viejo servirá para adquirir un camioncito repartidor.
A sus 51 años y con tres hijos, al recuperar la libertad anhela llevar una vida tranquila. Cuenta que de niño, a los siete años ya salió a ganarse la vida cobijado a su abuela, que lo crió lavando ropas. “De mita’i fui responsable, hice changas como lustrabotas, canillita y a los 11 años me estrené como vendedor de una panadería, cuyo dueño me adoptó como el padre al que nunca conocí”, añadió.
“Al recuperar mi libertad trabajaré en mi propia panadería y viviré para ser útil a la sociedad, porque la ambición me quitó mucho”, aseguró “Chiva” y agregó que el penal lo hizo más espiritual, más humano.