Cuando la ciencia no logra explicar un hecho que es capaz de realizar algo positivo e imposible, entonces aparece a lo que llamamos milagro. Esta expresión fue la que repitieron tanto los profesionales médicos, estudiantes de medicina, familiares, compañeros de trabajo y la propia persona afectada por un terrible accidente laboral sucedido en el 2008.

La búsqueda de historias de vida nos lleva a situaciones límites, donde la fe y el milagro, de manera frecuente, nos dirigen hasta la Virgen María, cualquiera sea la comunidad que la tenga como guía. Es el caso de Jorge Palacios, hoy con 42 años, quien no puede contener la emoción al recordar un hecho que casi le costó la vida hace 12 años.

Por un destornillador

Nos cuenta Jorge que, en aquel entonces, trabajaba en una imprenta en el barrio Jara de la ciudad de Asunción. Un compañero se encontraba trabajando con una pulidora por el piso de una de las dependencias de la empresa y nuestro entrevistado necesitaba afilar un destornillador.

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No vio mejor solución que pedirle al compañero que lo ayudara con el disco de la pulidora, pero este para hacer una buena afilada, decidió cambiar el disco, pero al hacerlo, al parecer no fue bien ajustado. Lo siguiente que recuerda Jorge es un ruido fuerte, un movimiento instintivo y un objeto, el disco que había salido despedido de la pulidora y que pasó golpeando su cuello para golpear la pared.

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Un descuido casi fatal

Era una de esas milésimas de segundos en las que ocurren las tragedias más dolorosas y Jorge, estaba a punto de sumergirse en una de ellas. El disco había dañado la arteria carótida, una rama de la aorta, que nace cerca del corazón y traslada el torrente sanguíneo hasta el cerebro.

Instintivamente, así como esquivó en gran parte al disco, Jorge lleva la mano al cuello, pero solo para sentir emanar su propia sangre a borbotones. “No sabía qué hacer, solo quería salir corriendo para algún lugar y solo presionaba mi cuello pero era imposible detener la hemorragia, me estaba desangrando y estaba desesperado”, recuerda Jorge entre lágrimas.

Sus compañeros lo contuvieron y lo pusieron en el piso, mientras uno de ellos ya corrió hacia la avenida Venezuela, donde se encontraba el Sanatorio Juan Max Boettner, hoy Ineram. Jorge se sintió morir, pues comenzaba a perder conciencia de la situación y recuerda que tomó el brazo de un compañero de trabajo y dejó el mensaje más doloroso que alguien pueda dar, pero a la vez que contiene el amor más profundo de todo ser humano que siente morir.

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“Decile a mi esposa que la quiero mucho”

“Decile a mi esposa y a mis hijas que las amo, que las quiero mucho”, fue lo primero que atinó a decir a su compañero pero ese mensaje, oído de su propia voz, le dio fuerza para luchar y de un salto se puso de pie y recordó que estaba a solamente dos cuadras del entonces Hospital Francés, sobre la avenida Brasilia.

Jorge comenzó a correr para salir a la calle e intentar llegar al centro médico, pero tropezó en la escalera que daba a la acera y cayó a los tumbos, agravando su situación. Cayó en la acera, absolutamente empapado en sangre mientras sus compañeros corrieron hacia afuera para socorrerlo aunque sin saber con precisión qué hacer, en realidad, poca gente está preparada para reaccionar ante estas situaciones trágicas.

Y de nuevo la sensación de muerte, con varios compañeros suyos alrededor hablándole y él ya sin poder responder, en parte por la cantidad de sangre perdida, en parte por las cuerdas vocales dañadas por el impacto del disco. Ya no lograba distinguir a nadie, solo recuerda que el vehículo de la empresa estaba por llegar y le pedían que aguantara.

Las hermanas de la Orden de las Carmelitas Descalzas, comparten la previa de la ceremonia de la beatificación. Foto: Roque Martínez.

Vestida como una Carmelita Descalza

Entre todas esas personas, compañeros suyos, apareció una mujer de bello rostro, vestida con el hábito que a él le recordó a una Carmelita Descalza. La mujer lo tranquilizó, recuerda Jorge, ya con mucha dificultad para continuar contando ese momento increíble de una historia que bien le pudo haber costado la vida.

“Entrégate al Señor, él te va a proteger”, le dijo la mujer, quien con una biblia en la mano le acarició la cabeza y le dio fuerzas. “De repente me reanimé y de nuevo me puse de pie, seguía sangrando y entré al vehículo y me llevaron al Hospital Francés”, apenas puede Jorge terminar esta parte de la historia, la emotividad lo sacude.

Un doctor de apellido Arias, especialista en otorrinolaringología, se disponía a iniciar una cirugía programada desde hacía varias semanas. Era viernes y no era un día habitual para que él esté presente. Las coincidencias también pueden ser milagrosas. El doctor Arias fue llamado a urgencias y de inmediato cambió de paciente en la sala del quirófano.

A medio milímetro de la muerte

“La arteria carótida tiene tres capas”, nos explica Jorge, “y una de ellas fue cortada, solo faltó medio milímetro para que la corte toda, eso fue un verdadero milagro”, recuerda. La operación fue un éxito y tras tres meses de intensa rehabilitación con varios tipos de profesionales, nuestro entrevistado pudo retornar a su vida normal.

La palabra milagro fue la primera que escuchó de boca de su doctor, apenas se despertó de la compleja y hasta casi inédita cirugía, tres días después. Poder ver de nuevo a su esposa Mariela y a sus hijas, en ese entonces de 5 y 1 año de edad, era nacer de nuevo. Pero él solo recordaba a la mujer de bello rostro, que sin conocerle se metió entre sus compañeros y con una biblia en la mano, lo reconfortó y le dio fuerzas y esperanzas para seguir luchando por la vida.

Uno de sus pulmones, una parte del brazo y sus cuerdas vocales resultaron afectados, cuenta hasta casi con alegría, porque considera que no es nada, luego de la terrorífica y casi fatal situación por la que atravesó en aquel momento.

¿Quién era ella?

Pero Jorge solo tenía una pregunta que hacer y eso sucedió cuando aún convaleciente, recibió en el hospital la visita de sus compañeros de trabajo que, en aquel día hicieron un gran esfuerzo por salvarle la vida. Tras escuchar las anécdotas que siempre tienen las personas con quienes compartimos muchas horas del día, Jorge se puso serio y con la poca voz que le quedaba luego de la operación de sus cuerdas vocales, él se atrevió y la hizo.

¿Quién era la mujer que se metió entre ustedes y con la biblia en mano me tocó la cabeza y me dijo, entrégate al Señor, él te ayudará? Sus compañeros no entendieron la pregunta y cuando la comprendieron quedaron tan o más sorprendidos que el doctor que lo operó cuando ya no tenía posibilidades de sobrevivir.

“No había ninguna mujer, Jorge, éramos solo nosotros, nadie más”, le responden. En este momento de la conversación Jorge no puede continuar hablando, llora. Deja fluir esa emoción, mezcla de amor y agradecimiento, porque fue en ese preciso momento que comprendió todo.

Celebración del Domingo de Ramos en la Parroquía de la Virgen de Caacupemi en Lambará. Foto: Gentileza.

Nuestra Señora de los Milagros Caacupemí

Él y su familia ya eran devotos de la Virgen de los Milagros Caacupemí, en el barrio Ysatí de Lambaré y participaban de una comunidad familiar cristiana, van en familia de manera frecuente hasta Caacupé, aunque este año no lo harán por la pandemia y luego el siguiente domingo a la festividad de la Virgen de Caacupé, ayuda y participa junto a su familia de las celebraciones en Lambaré, junto a su esposa y sus ahora, tres hijas.

Hasta ahora sigue en contacto con el doctor, así como con la hija, quien tiene la misma especialidad. Recuerda que poco después de la recuperación, lo llevaban a la Facultad de Medicina para que los estudiantes puedan aprender de su caso. “Soy como un trofeo”, comenta riendo, por primera vez en toda la conversación.

“Cada vez que doy este testimonio, parece que que me renuevo. Seguramente tenía algo para mi aún en el camino, tenía alguna misión en esta vida y esa mujer de rostro tan bello me dio la oportunidad”, concluye Jorge.

Jorge y su familia, mantienen su fervor religionso y su devoción a la Virgen María. Foto: Gentileza

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