Juan Carlos Dos Santos
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Cuando en diciembre del 2019 surgieron las primeras noticias de un virus contagioso y letal que comenzaba a causar estragos en China Continental, veíamos con asombro imágenes que parecían aquellas producciones apocalípticas creadas por la industria del cine y cuyo origen era casi tan desconocido como sus efectos y su alcance.
Cuando en enero de este año el virus comenzó a expandirse velozmente a otros países, la posibilidad cierta de tenerlo con nosotros comenzaba a tomar forma. A finales del mes de enero, el primer caso aterrizó literalmente en Europa, específicamente en la ciudad de Burdeos, Francia, a través de un viajero procedente de Wuhan, la ciudad china que pocos escucharon mencionar alguna vez, pero que se convirtió en el centro mundial del virus.
Wuhan no estaba tan lejos
Las alarmas se encendieron en febrero y para mediados de marzo ya estábamos encerrados en nuestras casas, esperando la llegada del coronavirus que por acción mediática, fue correctamente renombrado a COVID-19 y a partir de ese momento comenzó a tomar control de nuestras vidas, del país, de todo.
Los primeros contagios en el país hicieron que la paranoia aumentase, maximizada por cadenas en grupos de whatsapp o historias en Facebook o noticias desalentadoras en Twitter, todo dentro de las redes sociales. La cantidad de opiniones diversas y dispersas de profesionales y científicos del resto del mundo, nos sumergían las 24 horas en un único y exclusivo tema: la pandemia.
Con estupor veíamos cómo esos números de contagiados y fallecidos crecían a cada segundo en los portales de datos actualizados y el color rojo, señal de lugares en el mundo con casos de personas contagiadas se expandían, exactamente igual que en algunos videojuegos que reproducen catástrofes mundiales.
Incluso hasta ahora, hay personas que piensan que esto es una farsa, por varios motivos, pero luego de casi siete meses del primer caso en Paraguay y cuando nos aproximamos a los 60 mil contagiados a lo largo y ancho del país, todos, casi sin excepción conocemos a alguien que ha sido contagiado y en el peor de los casos, fallecido a causa del COVID-19.
Y de pronto sucedió
Es el caso de una familia conocida mía. Solamente semanas atrás compartíamos jornadas solidarias preparando ollas populares con un grupo de amigos, para zonas vulnerables. Pero de un momento a otro y casi sin esperarlo, llega el mensaje al grupo de whatsapp en el que todos los amigos compartimos.
“Muchachos, una persona con quien tuve una reunión dio positivo y desde ayer me pica la garganta y tengo fiebre. Me hice el hisopado y mañana tendré el resultado”, fue el primer mensaje que dejó en silencio al grupo, hasta que comenzaron a llegar los mensajes de apoyo.
El positivo que nadie desea
El resultado confirmó lo que ya era más que obvio y L.C., se sumaba al grupo de personas contagiadas por el COVID-19, aquel misterioso como lejano virus, que hiciera su misteriosa aparición en Wuhan, ahora ya estaba dentro de nuestro grupo de amigos de infancia.
Casi al mismo tiempo, otro más del grupo confirma el resultado positivo y ya va internado al Ineram. “Hay que cuidarse, esto no es joda”, habrá sido la frase más repetida una y otra vez en el grupo y no dudo que también en otros grupos.
Comienza el aislamiento
L.C se aisla en una parte alejada del resto de la casa, en una habitación casi independiente, con todas las comodidades, pero no solo. Lo acompaña el segundo de los tres hijos que tiene. Ambos habrán tenido mucho tiempo para hablar, quizás compartir historias, pasar tiempo juntos. Quizás sea uno de los pocos lados positivos que se le podría encontrar a este flagelo, si lo hay.
Pasan los días y los síntomas van desapareciendo. En la casa permanecen su esposa S.B, su hija mayor, el menor y su suegra, todos aislados y sin interacción, más que los platos de comidas para ambos que les son dejados en la puerta.
Todo fue en vano
Hoy su esposa, su suegra, su hijo menor, un niño aún y la hija mayor, también se han sumado a las estadísticas de contagiados por el COVID-19 en Paraguay, con una “ensalada” de síntomas. No existe un patrón de comportamiento de esta “caracha”, como lo llama S.B.
“Él (su esposo) dijo que sentía dolores en el pecho y eso fue lo más preocupante, mientras que mi segundo hijo solo perdió el sentido del gusto y del olfato. Para el más pequeño fue solo una pequeña gripe con dolores de cabeza y mi mamá por suerte, solo tiene tos y un pequeño catarro”, nos cuenta ella.
“Pero yo, tos, catarro y un dolor de cabeza punzante, sin embargo mi hija es la que nos preocupa, ella está con mucho dolor en el pulmón y diarrea”. Su preocupación es muy real teniendo en cuenta que su hija fue diagnosticada hace alrededor de un año, con una afección cuyo tratamiento le llega a bajar las defensas por momentos.
Algo que le pasa a otros
“Uno siempre lo ve de lejos (al COVID-19) y decimos, fulano se enfermó, mengano se murió, pero de repente te toca y lo que más duele y asusta de esta enfermedad es que te ciega y te paraliza, porque no sabés cómo te va afectar y más aún, lo que le pueda pasar a tus seres queridos, esa parte duele más todavía”, nos comenta S. B.
“Ahora puedo hablar de los que se creen superhéroes y piensan que a ellos no les va a tomar el virus, de los ancianos que aparte de no comprender, sufren con el encierro, los pobres niños que con su inocencia aguantan esta difícil situación, la gente que trabaja y quienes muertos de miedo, van igual a trabajar porque tienen que llevar el pan a la casa”, agrega.
“Y no les entiendo a los ignorantes, a los negacionistas que dicen que no existe este virus y luego terminan llorando a sus muertos o quejándose del Gobierno. Si esta enfermedad no nos mata, que al menos nos haga más humanos y empáticos”, reflexiona.
“Extraño a papá”
Si soportar que todos en el hogar estén contagiados, es casi igual de difícil tener que contener a los sanos. Cuenta S.B., que una noche, su hijo más pequeño le dijo, “extraño a papá y a mi hermano y eso hizo que yo no lo pueda separar de mi y dormíamos con el alcohol al lado, pero igual nos contagiamos”, cuenta.
Entre risas recuerda que decía a su madre, también contagiada, cuando no quería tomar los medicamentos, “tomá porque ahora no te podés morir, no voy a poder organizar tu velorio, tengo enfermos que cuidar, así que después que pase esta pandemia, sin problemas te podés ir, pero sé que si pasa esta pandemia, va a vivir muchos años más”.
“Ahora entiendo esto que llaman inmunidad de rebaño y se trata simplemente de cuidar a nuestro propio rebaño, a la familia. A este bicho lo vamos a vencer resistiendo, es la única manera”, concluyó S.B.
Como la historia de esta familia que ha caído prisionera del virus, existen varias en el país, incluso con pérdidas de seres queridos y a quienes ni se les ha podido despedir como lo hubiesen querido sus familiares y amigos.
El Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social, recuerda que es necesario cumplir y hacer cumplir el protocolo sanitario, utilizando mascarillas en lugares públicos, lavándose las manos de manera frecuente y manteniendo la distancia.