Por Juan Carlos Dos Santos
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Se recuerda hoy el 154° aniversario de la batalla de Curupayty, la más importante victoria de las fuerzas militares paraguayas frente al ejército aliado durante la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870). Fue la primera y la última batalla donde los ejércitos aliados estuvieron a cargo del presidente argentino Bartolomé Mitre.
Ni la guerra duró tres meses como lo había prometido Mitre en mayo de 1865, ni las fortificaciones de Curupayty, construidas en pocas semanas por los cinco mil hombres que el general Díaz solicitó al mariscal Francisco Solano López para hacerla, fueron destruidas en dos horas, como lo había anunciado el almirante Tamandaré, comandante en jefe de la flota naval del imperio del Brasil, la mañana del 22 de setiembre de 1866, en aguas del río Paraguay, 20 kilómetros al sur de Humaitá, departamento de Ñeembucú.
“Voy a destruir todo eso en dos horas”, fue la promesa que Tamandaré había hecho a Mitre, la noche antes del ataque a la fortificación de Curupayty. La trinchera de 2.200 metros no hubiese podido ser terminada a tiempo para resistir el ataque de 20 mil soldados de la alianza ni los ataques de artillería realizados con los 101 cañones desde las 16 naves brasileñas, algunas de ellas acorazadas, que aguardaban aguas abajo, de no haber sido por una situación fortuita de la naturaleza.
La lluvia, una inesperada aliada
El ataque se tendría que haber realizado el 17 de setiembre, pero una intensa lluvia de varios días de duración ayudó a que los hombres de Díaz pudieran concluir el cavado de las trincheras y el preparado de los fosos con estacas, aparte de retrasar los planes aliados, de pasar sobre Curupayty para luego tomar Humaitá por tierra.
La opción de conquistar Humaitá a través de un ataque desde el río no estaba en los planes de los estrategas aliados, por considerar casi inexpugnable a la fortaleza por esa vía, algo no tan alejado de la realidad.
Era muy grande el temor que los brasileños tenían a las baterías de Humaitá, ubicadas en ambas costas del río y que en ese lugar presentaba una pronunciada curva poco antes de llegar a la fortaleza. Además el paso había sido obstaculizado con gruesas cadenas que cruzaban de costa a costa el cauce, lo que facilitaría aún más el trabajo a la artillería paraguaya, en caso de atreverse Tamandaré a intentar forzar la situación.
El ataque
Por todo eso, la mejor idea era atacar a Humaitá por tierra y para ello se dispuso de 28 batallones de los tres ejércitos aliados, totalizando casi 20 mil hombres. La flota imperial del Brasil, a las órdenes del almirante Tamandaré, inició exactamente a las 8:00.
Aproximadamente 5 mil proyectiles cayeron en los alrededores de las trincheras, donde permanecían protegidos y ocultos los paraguayos, comandados por el entonces coronel José Díaz. Tras cuatro horas de intensos bombardeos desde los acorazados brasileños, Mitre dio la orden de avanzar, asumiendo erróneamente que Tamandaré cumplió su promesa de destruirlo todo en solo dos horas.
Casi 20 mil hombres distribuidos en cerrada formación avanzaban a duras penas por el terreno pantanoso que estaba muy por debajo de la altura del lugar donde los paraguayos habían cavado las trincheras y colocado sus cañones. Cuando los aliados estuvieron a la distancia apropiada, Díaz ordenó disparar a la artillería y comenzó la masacre.
La carnicería
Quienes lograban superar el fuego de artillería paraguayo llegaban hasta algunos metros antes de las trincheras y eran fusilados, toda vez que no cayeran en los pozos cubiertos por el follaje de los árboles que fueron sacados para cavar la trinchera.
Los soldados aliados que retrocedían se encontraban con los batallones de refuerzos que Mitre enviaba una y otra vez a cargar de manera inútil contra las posiciones paraguayas. Solo dejó de persistir en ello cuando Manuel Marques de Souza III, Barón de Porto Alegre y comandante de las fuerzas brasileñas en tierra, le sugirió que era inútil seguir insistiendo.
Mitre ordenó la retirada a las 16:00 y media hora después los paraguayos comenzaron a salir de sus trincheras a festejar la más grande victoria de toda guerra contra la triple alianza. Los datos registrados dan cuenta de entre cuatro a cinco mil bajas en el ejército aliado, aunque otros lo elevan a diez mil, mientras que en el lado paraguayo las bajas fueron exactamente 92, un total de 23 muertos y 69 heridos.
Bartolomé Mitre dejó el mando de la guerra y se retiró a Buenos Aires, con la excusa de atender problemas internos en su país y fue reemplazado por el mariscal de Caxías, mientras que el almirante Tamandaré fue relevado de su cargo de la flota imperial y reemplazado por el vicealmirante Joaquim José Inácio de Barros. La guerra se detuvo casi un año y la fortaleza de Humaitá cayó el 19 de febrero de 1868, con el paso de la escuadra brasileña, un año y medio después de la batalla de Curupayty.
El genial estratega
Ascendido a general, una hora antes de su muerte, José Eduvigis Díaz Vera nació en Pirayú el 17 de octubre de 1833. Se incorporó al ejército en 1852 y en 1862 fue ascendido a teniente en el batallón de la Policía. Tras ser ascendido a sargento mayor le encomendaron la organización del más célebre cuerpo del ejército paraguayo, el Batallón 40.
Considerado intrépido, valiente y creativo, fue quizás el más importante militar del Paraguay en la Guerra contra la Triple Alianza. La batalla de Curupayty, planificada y dirigida por él mismo, fue la más grande victoria militar en la historia bélica nacional.
Su brillante actuación, organizando las trincheras de Curupayty, inflingió una catastrófica derrota a los ejércitos aliados, al punto de paralizar casi un año el conflicto y descabezar a toda la plana mayor del comando aliado, entre ellos al propio presidente argentino Bartolomé Mitre.
La muerte del general Díaz
Su valentía, su coraje y sus intrépidas acciones le costaron la vida, al resultar herido por las esquirlas de un proyectil lanzado de un acorazado brasileño, mientras tomada nota del movimiento de las naves, haciéndose pasar por pescador juntos a otros compañeros del ejército. El 26 de enero de 1867, el mariscal López le encomendó que realice un estudio de las corrientes y los movimientos de la flota brasileña. A las 8:45, su ayudante, el sargento Coatí, le avisó que la canoa estaba lista para partir para realizar la misión encomendada.
Díaz estaba acompañado por cuatro soldados más, además del sargento Coatí, que hacía de timonel. Muy cerca de uno de los acorazados, Díaz ordenó que echaran anclas y lanzaron liñadas al agua, simulando pescar, como desde dos meses antes lo venían haciendo.
Repentinamente vieron al acorazado llenarse de humo y la canoa estalló en pedazos, dos de los acompañantes murieron destrozados, un teniente de apellido Álvarez resultó herido, así como Díaz, quien tenía el muslo destrozado. El sargento Coatí, como buen payaguá, se lanzó al agua y a duras penas logró llevarlo hasta la orilla.
Procedieron a amputarle la pierna en dos operaciones, tras fallar una de ellas. La gran pérdida de sangre, tras verse afectada la arteria femoral, no era un buen presagio para el vencedor de Curupayty. Su preocupación en los días que duró su agonía fue que sus soldados de Curupayty fueran bien atendidos y en sus pocos momentos de total lucidez, conversaba con López de planes bélicos y lo aconsejaba sobre las cualidades de los otros comandantes que lo rodeaban.
Murió en Paso Pucú, el 7 de febrero de 1867 y sus restos reposan en el Panteón Nacional de los Héroes, al lado de don Carlos Antonio López.
La polca Tujami, compuesta por Emiliano R. Fernández, describe el encuentro, a comienzos del siglo pasado, entre un joven y un veterano de la Guerra del 70, quien combatió contra el ejército aliado y la flota imperial brasileña en Curupayty. Durante el encuentro, el anciano de 86 años y quien formó parte del Batallón 40 narra detalles de la batalla comandada por el general José E. Díaz.