Como cada 28 de abril, hoy se conmemora el día de la beata María Felicia de Jesús Sacramentado, la primera mujer paraguaya que llega a los altares de la Iglesia Católica. A diferencia de otros años, la tumba –espacio de veneración de los devotos– y la capilla contigua están vacías debido a la cuarentena que está vigente y prohíbe la aglomeración de personas.
Sin embargo, las hermanas Carmelitas Descalzas y los devotos de la beata celebran la fecha con alegría y piden por la pronta aparición de un milagro que pueda colocar definitivamente a Chiquitunga entre los santos católicos.
Los devotos aseguran que ella es muy milagrosa y siempre intercede ante su amado Jesús por los pedidos de sus seguidores.
“Su sencillez de vida, una vez que leés su Diario íntimo la conocés por completo, te das cuenta que era única y especial", dice Rubén Paredes, un fiel devoto de la beata. Al ser consultado sobre qué le llamó la atención de Chiguitunga, no duda en decir: “Que con tan poco que tenía en esa época hacía muchísimo”.
Comenta a La Nación que conoció a la beata María Felicia a través de un recorte del diario. “Siempre tuve un cariño especial hacia los santos y cuando me enteré que teníamos una candidata a los altares exploté de alegría”, asegura.
Agregó que desde ese día guarda todo lo que tenga referencia a ella, recortes de diarios, revistas, folletos. “Tengo todas las estampas que se dieron desde que se inició el proceso de beatificación”, aseguró.
Sostiene también que además del cariño hacia ella como beata, también le tiene devoción. “Ya que obró gracias en mi familia (milagros). Mi familia aprendió a quererla a través de mí. Todos le tienen un cariño especial. Y donde quiera que voy doy a conocer su vida, quiero que todos la conozcan”, aseguró.
Asimismo, comentó que participó de la ceremonia de beatificación y aseguró que debió esperar 21 años para ver y participar de la solemne celebración.
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Vida de Chiquitunga
La beata María Felicia de Jesús Sacramentado nació en el seno de la familia Guggiari Echeverría en el año 1925. Más conocida como Chiquitunga, desde pequeña mostró dotes de santidad al regalar su abrigo a una niña que no tenía con qué cubrirse.
Desde pequeña era muy querida por la gente, tanto en su natal Villarrica como en Asunción. A la capital llegó con sus padres cuando era joven. Lideró en las filas de la Acción Católica y realizó un entrañable trabajo de apostolado, llegando a los bañados y visitando asiduamente el Hospital de Clínicas.
Aunque conoció el amor humano –al que luego renunció para ingresar al convento– cuando se enamoró de su amigo, Ángel Sauá, su verdadera pasión era Cristo Eucaristía. Es por eso que adquirió el nombre de María Felicia de Jesús Sacramentado cuando ingresó al convento.
Quienes la conocieron dijeron que era una joven sencilla y siempre dispuesta a ayudar. Una de las que vivió con ella es la hermana María Teresa Filizzola, quien fue compañera de noviciado de la beata. “Nada la hacía más feliz que conquistar almas para Jesús”, dijo en su momento a La Nación, desde Benjamín Aceval, la religiosa.
Al igual que las demás personas que conocieron a María Felicia, la madre María Teresa aseguró que Chiquitunga era una persona amable y muy alegre. "Fue una persona excepcional, como una estrella fugaz, pero que dejó su resplandor, que hasta ahora brilla", precisó la religiosa.
Ella aseguró que mantenía una imagen intacta en su memoria del día que ingresó al convento, en 1955. Para ese entonces, Chiquitunga ya era novicia desde febrero de ese mismo año, por lo tanto, hizo una bienvenida especial para sus nuevas compañeras.
“Ella nos recibió con una lluvia de flores. Se tomó el tiempo para juntar las flores de azahar y cuando ingresamos nos recibió lanzando las flores sobre nosotras. Estaba feliz porque habría más novicias”, recordó.
Doña Beatriz Lila Mercedes Garcete, conocida como Ña Ninón, cuando habló con La Nación dijo que Chiquitunga fue su madrina. “Sigue siendo mi madrina. Sigue siendo mi catequista. Sigue siendo mi guía espiritual en la vida. Hoy puedo todavía decir tantas cosas sobre ella”, había comentado.
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La Santa de la gente
Chiquitunga entra en la historia de la Iglesia paraguaya como alguien que no murió; o si murió –hablando espiritualmente– está viva entre nosotros”, decía a La Nación la hermana Maura Melgarejo, la religiosa del convento de las Carmelitas Descalzas de Asunción que tuvo a su cargo transcribir todos los escritos de la beata.
“Ella no se va a quedar en el altar tiesa, sino que va con la gente porque la gente así le siente, en medio de ellos. La figura estará en el altar, pero ella está viva caminando entre nosotros cada día”, sostuvo la religiosa al indicar que los devotos la sienten en pequeñas cosas, por ejemplo, cuando ven o huelen un jazmín.
Una de las tantas anécdotas que tiene ella con la beata es cuando la hermana plantó un jazmín en nombre de Chiquitunga, las hormigas la habían invadido y no había veneno que parara los insectos. “Un día, cansada de cuidar y que el jazminero no creciera, le dije ‘ahí te dejo, si querés que crezca, cuidale vos’; y esa planta es la que tenemos hasta hoy día al costado de su tumba”, comentó.
Explicó que a la beata María Felicia se la relaciona con el jazmín, pues era la flor que no solo llevaba en el pecho, sino además era la que regalaba a la gente. Muchas veces, cuando ella pasaba por algún lugar y no encontraba a nadie, dejaba una flor de jazmín en el sitio.
Ya en el convento, la beata formaba la palabra Jesús con las flores del jazmín. “Entonces, cuando la gente venía, sabía que Chiquitunga estuvo allí. Y eso es como que quedó, cuando se huele jazmines siempre se la siente a ella”, explicó.
La hermana Maura fue la encargada de transcribir todos los escritos de la beata, por lo tanto es la que mejor conoce a Chiquitunga. Agregó que debido a las acciones –vida apostólica que llevó María Felicia– ella tenía fama de santidad.
“La gente le quería mucho porque ella tenía mucho amor para dar. Ella conoció todas las facetas del amor: amaba a Dios, a Jesús, a sus padres, sus hermanos (…), también amó a un joven (Ángel Sauá) que le había ayudado mucho a entender su vocación, porque ella se sintió plena cuando entró al convento y se entregó por completo a Dios”, explicó la hermana Maura.
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Fama de santidad
Chiquitunga era muy querida y cuando se supo de su muerte, varios sacerdotes fueron a celebrar misa pidiendo su eterno descanso, según recordó la entonces madre superiora, Teresa Margarita del Sagrado Corazón de Jesús, en una carta remitida a la M. Rda Madre Priora, contando la vida y muerte de María Felicia.
En ese documento –que está copiado íntegramente en el libro “Un Lirio de la Acción Católica”–, la superiora también cuenta que mucha gente llegó hasta la reja del convento a rezarle responsos.
“Imponente fue el acompañamiento que llegó hasta la necrópolis de la capital donde se pronunciaron sentidas alocuciones fúnebres”, describía la religiosa al indicar que Chiquitunga era un “alma sencilla y generosa”.
La beata María Felicia de Jesús Sacramentado nació el 12 de enero de 1925 en la ciudad de Villarrica. En el año 1941 ingresa a las filas de la Acción Católica, donde militó hasta ingresar al convento de las Carmelitas Descalzas, en febrero de 1955.
Antes de entrar al convento, en 1950 ingresó a la escuela de profesores del Colegio Presidente Franco y fue delegada de los niños de la Acción Católica.
En enero de 1959 su salud comienza a deteriorarse, pues es hospitalizada en la Cruz Roja a causa de la hepatitis infecciosa. Más tarde, a finales de marzo su hermano Freddy le diagnostica púrpura y ordena internación inmediata.
Su salud cada vez más deteriorada hace que solicite la extremaunción que le fue dada el 18 de ese año. Tras recibir este sacramento ella escribe: “Si Jesús me lleva, como estoy esperando a veces, no sé por qué, de un momento a otro estoy completamente dispuesta, aunque después de la extremaunción se está dilatando un tanto y los sentidos todos parece como que quisieran escaparse para ponerse al contacto de cosas y casos que ya no les interesan”.
A partir de la noche del 27 de abril comenzó la agonía y en varias ocasiones se desvaneció, por lo que ella decía: “Otra vez me quedé, Jesús está jugando conmigo”. Sin embargo, el 28 de abril, a las 4:10 dice sus últimas palabras antes de morir: “¡Jesús te amo!”, “¡Qué dulce encuentro!”, “¡Virgen María!”.
El proceso de beatificación y canonización de la beata comenzó en 1997, el 30 de marzo, cuando se envió el pedido al postulador en Romapara para iniciar la causa. El 17 de junio se autorizó al arzobispo de Asunción abrir el proceso y el 13 de diciembre la causa fue abierta, iniciando las primeras sesiones del Tribunal el 26 de diciembre. Se tuvieron en cuenta los diarios íntimos, las cartas y también las declaraciones de los testigos para continuar el proceso.
Tras seguir los pasos correspondientes, en marzo del 2010, el papa Benedicto XVI la declara venerable, mientras que en el 2018, la Congregación de la Causa de los Santos acepta el milagro obrado por Chiquitunga y en marzo de ese año el papa Francisco decretó la promulgación de la beatificación.
El acto se realizó el 1 de junio ante una multitud ferviente en el estadio Pablo Rojas. Ahora se espera un segundo milagro, para que finalmente María Felicia sea erigida como la primera santa paraguaya y pase a engrosar el altar con San Roque González y sus compañeros mártires.
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Un rostro hecho de rosarios
Tras darse a conocer la noticia de la pronta beatificación de Chiquitunga, desde la Arquidiócesis de Asunción se inició un proceso para la ceremonia. Fue una de las más solemnes y concurridas; y para la celebración el artista plástico Koki Ruiz realizó un retrato de la beata, con más de 70 mil rosarios donados por los devotos.
La campaña para juntar los rosarios se inició en febrero y se extendió hasta semanas antes de la celebración. La magnífica obra fue diseñada por la joven artista Macarena Ruiz, bajo la dirección de su padre, el artista plástico Koki. El retrato no fue desvelado sino hasta el día de la beatificación. Se trata de una imagen majestuosa.