A la ex viceministra de Educación María del Carmen Giménez Sivulec, que siempre prefiere antes que todo expresarse como docente, le inquieta la actual coyuntura educativa del país, un resultado de décadas de atraso.

Sumadas a las justificadas preocupaciones por la crisis sanitaria y sus complejas repercusiones, se ha acentuado en estas últimas dos semanas la incertidumbre respecto a la escuela, al régimen propuesto y al futuro inmediato. Conversando con La Nación, manifiesta su punto de vista y el análisis conforme su experiencia en otro período dentro de la cartera estatal de Educación.

¿Cómo ve esta creciente tensión respecto a la educación formal y la crisis?

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Y no es para menos, no tenemos ninguna claridad respecto del desenvolvimiento de esta cuestión, por lo que resulta particularmente difícil tomar decisiones a nivel de sistema, asumiendo que aún fuera del COVID-19, las aristas que entran en juego en educación son sensibles y volátiles, se han puesto de manifiesto antes en problemas de menor escala, como inundaciones o eventos climáticos y, como casi en todas las políticas públicas y los mecanismos institucionales, no hemos logrado la eficiencia necesaria para anticiparnos ni fortalecernos.

Pesimismo y frustración

Una gran diversidad de opiniones, más críticas y expresiones de pesimismo o frustración que propuestas viables, inunda las redes. Algunos han expresado miradas juiciosas con las que coincido: “no hay soluciones totales, universales ni mágicas”, decía hoy Franck Baudelet (18.04.20), haciendo referencia a que la crisis afecta de manera diferente a los sectores y familias, habiendo también condiciones de respuestas distintas ante esta coyuntura.

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¿Tenemos problemas viejos y problemas nuevos?

Debemos recordar que en educación, la crisis en nuestro país es muy anterior a la presencia del coronavirus, venimos en picada los últimos 20 años sin poder dar vuelta al timón, en lo que hace a la calidad. Solo que como es educación, todavía hay sectores de la sociedad que parecen no hacerse eco de que la responsabilidad está distribuida en muchos actores y los problemas en este sector repercuten en el corto, mediano y largo plazo en todos los demás.

Déficit…

Las evaluaciones de logros de los últimos quince años dan cuenta de que tenemos entre 70% y 80% de los estudiantes por debajo de los mínimos niveles de aprendizaje; solo entre 6% y 8% de los mismos “sabe lo que tiene que saber” según el grado o curso en el que está matriculado. Esto no es nuevo, estamos hablando de resultados en “tiempos ordinarios”, con clases presenciales. Esto suele llevarnos a crisis periódicas, mediáticas y políticas, pero al parecer no avanzamos.

Los problemas que tenemos son estructurales; upéa ja’e guaraníme jypy'ū ha ipypuku, tal como plantean los diferentes especialistas: un Estado gigantesco, burocrático e ineficiente; también podríamos tener bien ocupado a todo el sector público y mejorar sustancialmente los servicios, sería igual una mejora valiosa, la crítica es que se gaste tanto y al mismo tiempo sea tan inoperante, además de problemas de financiamiento, marcos normativos y de acción desfasados e ineficientes, actores claves confundidos y desmotivados, muy escasa capacidad de diálogo y consenso que redundan en solitarios esfuerzos, aislados y discontinuos, que se complejizan con la corrupción y la desconfianza generalizadas.

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¿Por dónde empezamos?

Tenemos que “forzar” la reforma completa, del Estado y del sector, forzar en el buen sentido: designar líderes legítimos en los diferentes frentes, apoyar ágilmente las reformas legales, aumentar progresivamente el presupuesto a los sectores salud y educación (por eso me duele en el alma cuando leo al sector empresarial negarse rotundamente a pagar más impuestos, aunque entienda muy bien las razones concretas).

El planteamiento si fuésemos conscientes, y espero genuinamente que aprendamos todos de esta crisis, debiera ser algo así: “veamos cómo apuntalar una reforma real, progresiva y realista, con una mayor carga (equitativa) para todos los sectores, y con garantías de buen uso, concertado y por etapas”.

Debemos mejorar la inversión, pero también la calidad del gasto: tenemos que pensar en intervenciones acordadas que arranquen en el corto plazo, mientras cada uno pelea solo por su sector, sin mirar las consecuencias de un modelo muy excluyente, generaciones enteras crecen y pasan a las filas del sector productivo: empleados, operarios y peones con muy pocas o nulas habilidades, sin disciplina ni estándares de productividad, sin adhesión a las normas, sin proyectos de vida, capacidad de aprender o emprender, de resiliencia ni creatividad o, peor, vividores, invasores, chantajistas, delincuentes o políticos demagogos y oportunistas listos a luchar para perpetuar la pobreza y la ignorancia.

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En el sector económico en general ya se siente el impacto y en los servicios educativos privados también, todos estamos impacientes. ¿Cómo movernos en esta complejidad?

Ni el sector privado ni el Estado, solos, pueden resolver y administrar una carga social creciente como la que tenemos, no solo es un riesgo para la economía, atendiendo que debemos y podemos crecer más como país, no podemos renunciar a nuevas estrategias de desarrollo real, sino también para la salud pública, la integridad física, la seguridad territorial y la soberanía.

Pero no es posible resolver el rezago histórico y la crisis actual, al mismo tiempo y en el corto plazo: el problema es serio y necesitamos un plan serio, liderado por gente seria y con apoyo serio de todos los sectores.

Muchos esfuerzos se han pensado, diseñado o iniciado, pero estamos tan fragmentados y polarizados en nuestras opiniones que no apoyamos ninguna iniciativa ni a nadie: toda propuesta es rechazada o subestimada, toda autoridad es cuestionada o boicoteada y se insta, con frecuencia, a desoír incluso las decisiones de las instituciones competentes.

No es posible construir si no concertamos y nos apoyamos hasta ver los resultados: apoyo político, mediático, presupuestario, técnico, etc, para lograr la fuerza que necesitamos y movernos con perspectiva de mejora. Todos quieren mejorar, pero pocos están dispuestos a hacer el esfuerzo que se requiere, preferimos desacreditar, denunciar, insultar, acusar o quedarnos indiferentes. El “sector educativo” somos todos.

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¿Le parecen apropiadas estas medidas tomadas por el MEC esta semana?

Mantener algún nivel de actividad escolar, por las vías posibles, mientras se contiene la crisis y se buscan nuevas estrategias, parece tener sentido: dejar sin actividad escolar a los niños y jóvenes no es un buen mensaje, sumará ansiedad (está estudiado que la rutina escolar ayuda a mantener las esperanzas) en los chicos y en los grandes; no es prudente decir a los más pequeños: “estamos en crisis, por eso tenemos que parar todo”.

Ellos están aprendiendo de nosotros, de cómo estamos manejando esta contingencia, es una oportunidad de enseñar en tiempo y en situación real cómo se abordan los problemas.

Si somos criteriosos, tal vez, esta generación pueda aprender más en este año que en toda su trayectoria escolar anterior

Y no hablo solamente de ecuaciones, de la revolución comunera o las palabras agudas. Creo que el mensaje debe ser, más allá de la escuela incluso: “si este camino no funciona, busquemos otras alternativas, no vamos a darnos por vencidos y estamos decididos a salir airosos, juntos”. Ellos vivirán en un mundo de crisis permanentes: políticas, económicas, sanitarias, climáticas… ¿qué pasará si en cada crisis entran en pánico o paran? El mundo cierto y predecible ya pasó. Y este es, apenas, un período de entrenamiento intensivo.

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Muchos opinan que no tenemos condiciones para tener clases virtuales, sin computadoras ni internet, además de mucha incertidumbre y ansiedad. ¿Es así?

Tampoco podemos esperar que el sector educativo formal se haga cargo en este momento de todos los problemas sociales, como la pobreza, el hacinamiento, el maltrato infantil, la salud mental, la estabilidad emocional... etc.

Está muy bien ponerlos a la vista, ya que los procesos educativos y formativos son permeados por todas esas variables. Por ahora, necesitamos sostenernos por un lado y, por otro, pensar juntos las reformas económicas y sociales más integrales, empezando por el rol del Estado y la resignificación de sus responsabilidades y alcances así como los demás actores, incluyendo el sector económico, las familias, los maestros, los medios de comunicación. Más que nunca, está visto lo interdependientes que somos los sectores y lo valioso y frágil que es cada ser humano.

Las inequidades en el acceso a la escuela, a la conectividad, a la calidad de la educación no son nuevas y no vamos a resolver en esta crisis, pero es una dolorosa e impostergable oportunidad para “hacer conciencia, construir acuerdos y operar rápidamente en mejoras estructurales”, mientras los maestros y padres podemos “hacer el aguante”.

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¿Qué más podemos hacer?

Algunos como Federico Mora (2020) han planteado claramente que “no podemos esperar que las tareas virtuales o los cuadernillos suplan a las clases presenciales”, pero nos mantendrán unidos y trabajando juntos en áreas académicas menos densas, tales como ciencias sociales, ciencias naturales, arte y un repaso permanente en áreas instrumentales como la lectura, escritura y matemática. A ese período crítico, una vez que el riesgo disminuya, sumarle “un esquema de ciclos escolares diferenciados de los habituales, períodos de nivelación y refuerzos desde la casa”.

Otros han comentado que se puede pensar en “disminuir a la mitad los alumnos por aulas, clases al aire libre, horarios escalonados, complementados con clases a distancias; paquetes de alternativas que se puedan adaptar a la situación, como la edad de los alumnos, la ubicación del centro educativo, la situación económica de las familias”. (Franck Baudelet, 2020).

Pensemos también, desde el corto plazo, en decisiones y estrategias descentralizadas, avancemos como se pueda en este trimestre y mientras dure la crisis más fuerte, facilitemos que los departamentos y distritos piensen por sí mismos qué más pueden hacer para apuntalar los procesos educativos.

Las medidas muy centralizadas no solo son poco efectivas, tampoco permiten que a nivel local se desarrollen capacidades y responsabilidad por los resultados.

“El problema es serio y necesitamos un plan serio, dirigido por gente seria y con apoyo serio de todos los sectores”… el Paraguay nos necesita a todos.

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