Más de 200 millones de votantes están llamados a las urnas para las elecciones presidenciales del martes 5 noviembre en Estados Unidos, pero el resultado puede depender de tan solo unas decenas o cientos de miles de votos. Y es que los votos de los electores de siete de los denominados estados bisagra tendrán mucho más peso que los de los demás.
En Estados Unidos los votantes eligen al candidato por el que quieren que los electores de su estado voten. Los estados bisagra no se inclinan claramente hacia uno u otro partido, a diferencia de los otros estados que ya se consideran favorables a los demócratas (California o Nueva York, por ejemplo) o a los republicanos (Texas o Florida, entre otros). Representan un número significativo de electores (93 de 538).
Como no importa quién gane la mayoría de los votos en todo el país, lo único que cuenta es el resultado en cada estado, el candidato más votado en un estado gana todos sus electores (excepto en Nebraska y Maine). El objetivo es alcanzar la cifra mágica de 270, sinónimo de victoria nacional. Por eso, el republicano Donald Trump y la demócrata Kamala Harris centran sus energías en estos estados e invierten en ellos la mayor parte de sus fondos.
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Quizá el estado más codiciado con sus 19 grandes electores. Trump ganó por la mínima en 2016 y Biden se impuso en 2020 pero también por escaso margen. En este estado en declive industrial, los obreros tienden a dar la espalda a los demócratas. Pero Harris cuenta con los grandes proyectos de infraestructuras lanzados por el presidente Biden y con el apoyo de los sindicatos para conservarlo. Las grandes ciudades de Filadelfia y Pittsburgh se inclinan por ella, mientras que Trump apuesta por la población rural.
Al igual que Pensilvania, este bastión demócrata -y sus 15 grandes electores- fueron a parar a Trump en 2016, para sorpresa de todos, frente a Hillary Clinton. Biden lo reconquistó en 2020. En esta cuna de la industria automovilística, también en declive, Harris ha recibido un fuerte apoyo del principal sindicato del sector (UAW), pero no de los numerosos votantes árabes-estadounidenses o musulmanes indignados por el apoyo de Estados Unidos a Israel en la guerra de Gaza. Trump apuesta en particular por el coste de la vida para movilizar a la clase media contra Harris, que se presenta como la heredera de un mandato de Biden marcado por la inflación.
Junto con Pensilvania y Michigan, es el tercer estado que resquebrajó el “muro azul” en 2016, un bloque de una veintena de estados considerados firmemente demócratas. Hillary Clinton perdió sus diez grandes electores, que Biden recuperó en 2020. Como muestra de la importancia del estado para ellos, los republicanos celebraron allí su convención en julio, en Milwaukee. Entre los votantes moderados, los demócratas agitan la “amenaza existencial para la democracia” que representaría Trump.
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Quizás el más importante de los estados bisagra, junto con Pensilvania. En el corazón del sur religioso y conservador, Georgia confía tradicionalmente sus 16 grandes electores al candidato republicano. Pero en la estela de los movimientos antirracistas, este estado, con su numerosa comunidad afroestadounidense, prefirió hace cuatro años al demócrata Biden.
Hija de padre jamaicano y madre india, Harris tiene 59 años, casi 20 menos que Trump, y un mejor perfil para atraer a los jóvenes y a las minorías de los centros urbanos y universitarios. Pero el electorado religioso alaba a Trump como artífice de la suspensión de la garantía federal del aborto. Un logro por el que parecen proclives a olvidar la imputación del expresidente por intentar alterar los resultados de las elecciones en Georgia en 2020.
Otro estado sureño, Carolina del Norte (16 grandes electores) no vota por los demócratas desde Barack Obama en 2008, pero su gobernador es demócrata desde 2017. Sin embargo, al igual que en Georgia, Harris cuenta con los afroestadounidenses (en torno al 20 % de la población) y los jóvenes. Los demócratas se esfuerzan por aumentar el número de votantes registrados con la esperanza de mejorar la participación.
Este estado predominantemente republicano del suroeste (11 grandes electores) dio la sorpresa en 2020 al elegir a Biden por solo 10.457 votos de ventaja. Trump ha centrado su campaña en la inmigración ilegal, un tema importante en este estado fronterizo. Esto juega en contra de Harris. La esperanza de la actual vicepresidenta radica en que en las elecciones de medio mandato de 2022 el estado prefirió a una demócrata para gobernadora, en detrimento de una candidata trumpista.
Este estado del oeste de Estados Unidos con seis grandes electores, conocido por sus casinos, no ha votado por un republicano desde George Bush en 2004. Pero los conservadores creen que pueden conseguirlo gracias en parte a la población latina, parte de la cual se distancia de los demócratas. Los partidarios de Harris esperan que la llegada de nuevos habitantes (empleados más jóvenes y mejor formados que suelen proceder de la vecina California para trabajar en el sector tecnológico o en la transición energética) juegue a su favor.
Fuente: AFP.