Hezbolá anunció ayer que su líder, Hasán Nasralá, murió en un bombardeo israelí cerca de Beirut, un duro golpe para el movimiento islamista libanés proiraní, que generó condenas en la región y amenazas de represalias contra Israel.

Para las autoridades israelíes, la muerte de Nasralá constituye una gran victoria frente a su archirrival Irán y sus aliados en la región: el primer ministro Benjamín Netanyahu afirmó que marca un “punto de inflexión histórico” en la lucha de su país contra sus “enemigos”. “Saldamos nuestras cuentas con el responsable del asesinato de innumerables israelíes y muchos ciudadanos de otros países, incluidos cientos de estadounidenses y decenas de franceses”, afirmó Netanyahu, que advirtió que seguirá “golpeando” a sus contrincantes. La muerte de Nasralá, considerado como el hombre más poderoso de Líbano, corre el riesgo de desestabilizar a este país y a Medio Oriente, casi un año después del estallido de la guerra en Gaza entre Israel y Hamás.

Israel continuó el sábado sus operaciones en Líbano y una fuente de seguridad libanesa dio parte del bombardeo de un depósito cerca del aeropuerto de Beirut. El Ministerio de Salud libanés anunció que 33 personas murieron y 195 resultaron heridas en los intensos ataques aéreos israelíes contra Líbano el sábado.

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Según un comunicado militar israelí, Ali Karaké, presentado como el comandante del frente sur de Hezbolá, y otros dirigentes del movimiento murieron junto a Nasralá en la operación llamada Nuevo orden. “Nasralá era uno de los mayores enemigos de todos los tiempos del Estado de Israel [...]. Su eliminación hace que el mundo sea un lugar más seguro”, declaró el portavoz del ejército israelí, Daniel Hagari.

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, afirmó que el asesinato de Nasralá era “una medida de justicia por sus numerosas víctimas, entre ellas, miles de civiles estadounidenses, israelíes y libaneses”.

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