Japón. AFP

De repente, Mayu Iizuka deja de lado su personalidad tranquila y comienza a dar pequeños gritos y gesticu­lar en un estudio de graba­ción improvisado en Tokio mientras su avatar aparece en las pantallas de cien­tos de fans. Considerados durante mucho tiempo como un pequeño segmento de la subcultura japonesa, los youtubers virtuales (“Vtu­bers”) –como esta joven de 26 años, que presta su voz y gestos a un personaje lla­mado Yume Kotobuki– son ahora una industria lucra­tiva, con algunos canales que ganan más de un millón de dólares al año.

Los videos están diseña­dos para que los fans sien­tan que están interactuando directamente con el perso­naje animado en la panta­lla, y algunos suscriptores pagan cientos de dólares para que se destaque uno de sus comentarios durante una transmisión (stream). “Cuando juego a videojue­gos en directo y gano, mis fans me felicitan” y envían pequeñas sumas de dinero “para mostrar su apoyo”, dice a la AFP Mayu Iizuka.

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Gracias a una cámara web y un sensor de movimiento alrededor del cuello, la joven da vida a Yume. Con su voz aguda, su falda corta y sus enormes ojos morados parece el típico avatar de los Vtubers.

Junto a ella, su equipo con­trola las expresiones facia­les del personaje.

SU FAMILIA

El mundo de los “Vtubers” ha crecido rápidamente desde su aparición hace unos cinco años y cuenta con 16.000 pro­ductores de contenidos acti­vos en todo el mundo, según la empresa especializada User Local, y con florecien­tes comunidades de fans en plataformas como Twitch y TikTok. El año pasado, los nueve canales de Youtube que más ingresos genera­ron a través de este sistema eran de “Vtubers”, todos de la misma agencia de talentos de Tokio. Estos canales reciben hasta 1,5 millones de dólares en donaciones al año, según el sitio de análisis de datos Playboard.

Kazumi, un informático que solo quiso dar su nombre de pila, decoró su pequeño apartamento de Tokio con pósteres, fotos enmarcadas y llaveros con su ídolo Mio Ookami, un personaje mitad niña, mitad lobo. “Puedo pasar de cinco a diez horas pensando en ella”, dice. “Es como si fuera parte de mi familia”.

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