A cada ráfaga de viento, trozos de pared, partes de muebles y fragmentos de cristal salen volando y van a parar a los pies de lo que queda de las torres del centro de Chernígov, destrozadas la víspera por un bombardeo ruso. Con la mirada clavada en el suelo, Sergei intenta evitarlos, con su bolsa de comida de gatos pegada al vientre como si fuera un escudo.
“Había cuerpos en el suelo por todas partes. Esperaban para entrar en la farmacia aquí, y están todos muertos”, explica este superviviente, todavía desorientado por el constante ruido de las sirenas, aviso de un ataque inminente.
Chernígov, una ciudad clave del norte del país, situada a 120 km de Kiev y ubicada en la trayectoria de la incursión de las tropas rusas hacia la capital ucraniana, resistió siete días. Al octavo, las fuerzas rusas mostraron que no se trataba de aumentar la presión sino de aplastar la ciudad, en unas imágenes de desolación que recordaban a Grozny, en Chechenia, en 1995.
El jueves por la mañana, los aviones rusos, tras despegar de la vecina Bielorrusia, se acercaron con un sonido atronador. A la altura del barrio residencial, donde también había una clínica, soltaron una lluvia de pequeños artefactos con hélices, bombas de racimo, según dijo a la AFP un habitante, Serhiy Bludnyy, que recogió algunos restos.