POR CARLOS FELIPE JARAMILLO

Vicepresidente del Banco Mundial para América Latina y el Caribe.

Los pueblos indígenas de Amé­rica Latina y el Caribe son enor­memente resistentes. Lo han demostrado durante siglos. Pero las desigualdades pade­cidas en épocas normales exa­cerbaron las vulnerabilidades que sufren ahora en tiempos de pandemia.

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Su situación es hoy sumamente frágil. Aunque representan el 8% de la población regional, son el 14% de los pobres y el 17% de los extremadamente pobres. Es decir, en forma despropor­cionada integran las filas de los más vulnerables. Esto se tra­duce en menos acceso a servi­cios de salud, menos recursos para comprar insumos básicos y más exposición al contagio.

Los resultados de siete estu­dios realizados por organiza­ciones indígenas, financiados por el Banco Mundial, reve­lan que los pueblos indígenas se sienten una vez más invi­sibilizados. Perciben que no tienen garantizadas las con­diciones mínimas de testeo, tratamiento y rehabilitación; que los costos asociados a la atención por coronavirus –usualmente en centros urba­nos alejados– están fuera de su alcance, y que problemas crónicos como malnutrición, enfermedades respiratorias y diabetes agravan el cuadro sanitario. Una parte de los casi 4.000 millones de dólares que el Banco Mundial ha destinado a la región para mitigar los efec­tos de la pandemia está dirigida a paliar estas situaciones.

A esto se suman las consecuen­cias económicas desastrosas del coronavirus, que han exa­cerbado las desigualdades y la exclusión. Los pueblos indí­genas han visto sus ingresos menguados por la menor acti­vidad y sufren el cierre de mer­cados locales. Algunos alimen­tos e insumos básicos para la higiene, como jabón y cloro, no se consiguen en sus comunida­des o se encarecieron mucho. Y las ayudas estatales no siempre llegan o requieren de los bene­ficiarios trámites electróni­cos, cuentas de banco o factu­ras de servicios, exigencias que no contemplan la realidad eco­nómica y cultural de las comu­nidades.

Frente a la ola de contagios, muchas comunidades deci­dieron aislarse e impedir el ingreso de visitantes. Pero no fue suficiente. Hemos visto en regiones del Amazonas y en Panamá, por ejemplo, que con el regreso o el paso de trabaja­dores migrantes los casos de coronavirus se multiplicaron entre la población indígena. El resultado es tasas alarmantes de mortalidad.

Lo mismo ocurre entre quie­nes viven en las ciudades, ais­lados en barrios marginales, y con empleos informales en su mayoría. La falta de datos epidemiológicos desagrega­dos por origen étnico impide apreciar la verdadera dimen­sión del problema. Es necesario echar luz sobre estas realidades si queremos lograr una mayor inclusión y apoyar el desarro­llo sobre bases sólidas e igua­litarias.

El Banco Mundial ha asumido el desafío de colaborar en forma concreta en los esfuerzos por promover el bienestar de los pueblos indígenas de la región. Ese compromiso está hoy más vigente que nunca y la cele­bración del Día Internacional de los Pueblos Indígenas del Mundo, este 9 de agosto, nos da la oportunidad de recordarlo.

En Panamá, por ejemplo, donde la población indígena representa más del 12% del total, tenemos en marcha desde el 2018 un proyecto de US$ 80 millones https://youtu.be/JX2GoTsVZvY que surgió de una mesa de diálogo con 12 pueblos indígenas y que está dirigido a promover el desa­rrollo y cerrar brechas persis­tentes de exclusión. En Ecua­dor se avanza en esta misma dirección. Y en Paraguay tene­mos un programa de más de diez años liderado por las pro­pias comunidades indígenas, dirigido a promover la agricul­tura y el desarrollo sustentable mediante capacitaciones, ges­tión de recursos, organización comunitaria y mejor acceso a mercados, que ya benefició a casi 8 mil familias pertene­cientes a 180 comunidades, asimismo, 67 comunidades accedieron a agua potable y electricidad.

Además, el grueso de los pro­yectos del Banco Mundial en la región incluye estándares sociales y ambientales que en un 70% de los casos activan medidas específicas para mejo­rar las condiciones de vida de los pueblos indígenas. Salud, educación, seguridad, infraes­tructura sanitaria y de trans­porte, inclusión tecnológica y financiera, planes de estímulo económico, promoción cultu­ral y fortalecimiento de las ins­tituciones y las organizaciones comunitarias son algunos de los aspectos que se toman en cuenta.

También el trabajo analítico y la asistencia técnica que desde el Banco Mundial desarrolla­mos en la región son clave para iluminar el diálogo político con diagnósticos precisos, que per­mitan reordenar prioridades y dirigir los mayores esfuerzos hacia los más necesitados.

No podemos seguir tolerando las injusticias del pasado, una de las cuales –quizá la mayor– ha sido la exclusión histórica de los pueblos indígenas. Repen­sar el futuro de América Latina y el Caribe implica acabar con la discriminación, levantar a los que han sido excluidos y que los beneficios del crecimiento y la inversión pública y privada lleguen a los sectores con más necesidades.

La pandemia subraya la urgen­cia de avanzar hacia estos obje­tivos.

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