Mientras la pandemia avanza y tiene a millones de perso­nas confinadas, alrededor de 80 equipos de investigación en diferentes países, trabajan para desarrollar una vacuna que nos proteja de este nuevo coronavirus y que nos permita paulatinamente regresar a la normalidad. La mayoría de los expertos creen que podría obte­nerse para mediados del 2021, un cálculo que algunos, no obs­tante, consideran optimista.

Uno de los factores que demora el proceso es que en la llamada fase III, en la que se evalúa la seguridad y eficacia de la vacuna, decenas de miles de personas tras participar en el ensayo continúan con su vida diaria. Y generar y analizar esta información es algo que lleva mucho tiempo.

Para acelerar este proceso, un equipo internacional de exper­tos de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres (LSHTM) y de la Universidad Rutgers (Estados Unidos) lanzó una osada propuesta que no está exenta de polé­mica: remplazar esta fase en el proceso de creación de vacu­nas por los llamados “ensayos clínicos de exposición o de pro­vocación”.

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En términos más simples: pro­bar algunas de las vacunas que parecen más prometedoras en un número reducido de perso­nas –alrededor de 100 o 150– y contagiarlas artificialmente después con el virus para ver si funcionan.

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