Buenos Aires, Argentina. AFP.
Dagna Aiva cocina de lunes a viernes en su propia casa para proveer el plato de comida a 200 personas de las decenas de miles que viven en un barrio marginal del sur de Buenos Aires. Alejados de los vaivenes del valor del dólar que obsesiona a muchos argentinos, en la Villa 21-24 la prioridad es conseguir alimento para sus habitantes, un bien escaso pese a vivir en un país que produce comida para 440 millones de personas, lo que significa 10 veces su población actual.
Mujeres con bebés en brazos y niños jugando alrededor, ancianos y discapacitados hacen fila frente a esta casa donde se entregan las raciones. Nadie habla de dólares entre los pasillos angostos de este asentamiento pobre de 60 hectáreas donde habitan unas 60.000 familias, frente al contaminado río Riachuelo, en el borde sur de la ciudad.
“Yo no tengo dólares, ¡qué me importa! Hay otras necesidades básicas que tengo que solucionar ya. Hay que priorizar otras cosas, salvar el día a día, comer todos los días”, se resigna Aiva. Esta mujer de ojos claros coordina el espacio Casa Usina de Sueños de la Villa 21-24, que cuenta también con un merendero donde se ofrecen actividades recreativas y apoyo escolar.
“POBREZA CERO”
“Acá está lleno de gente que trabaja muchísimo, es triste ver que no podemos tener un plato de comida”, dice la activista de 48 años al lamentar el empeoramiento de la situación en la villa en estos años. Argentina es uno de los tres países latinoamericanos, junto a Venezuela y Guatemala, donde el hambre más aumentó en el 2018.