POR RICARDO RIVAS, corresponsal en Argentina

A los 92 años falleció en Israel, Rafi Eitan. Casi podría ser un desconocido para muchos aunque, sin embargo, en la historia del Siglo XX fue protagonista de algunos episodios que marcaron el mundo posterior a la II Guerra Mundial. Rafael Hentman, su nombre real, nació el 23 de noviembre de 1926 en el Kiburtz Ein Harod, en el norte de Israel, en el valle de Jezreel, cercano al Monte Gilboa, donde desde algunos años funciona un country en el que también se desarrollan actividades hoteleras. Un lugar encantador.

Pero a Rafi –de quien casi podría afirmarse que era venerado en su país donde se lo considera un héroe– es conocido sólo por unas pocas actividades profesionales que lograron trascender los gruesos muros del espionaje, porque fue uno de los más relevantes agentes del Mossad, el servicio de inteligencia exterior israelí, fundado el 13 de diciembre de 1949 por David Ben-Gurion.

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En ese contexto, dirigió y participó activamente de la Operación Garibaldi, una operación clandestina que en mayo de 1960 –luego de violar la soberanía argentina– concretó el secuestro de Adolf Eichmann, criminal de guerra nazi que, bajo las órdenes de Adolf Hitler, fue la mano ejecutora del Holocausto judío que terminó con la vida de seis millones de personas en campos de concentración desplegados en los territorios ocupados entre 1939 y 1945 por los ejércitos del Tercer Reich. Mucho se ocupó la prensa mundial de aquel suceso que condujo al nazi capturado ilegal e ilegítimamente en la Argentina a la horca.

REVELACIONES

Generalmente se asegura que los agentes de cualquier servicio de inteligencia se niegan a revelar, o al menos reconocer, alguna de las operaciones de las que participaron. Sin embargo, en noviembre del 2010, Eitan, en el Salón Moshe Dayan de la Universidad de Tel Aviv, aceptó hablar ante un grupo de becarios que en Israel y en Palestina estudiaba la evolución histórica y coyuntural de la situación en Oriente cercano.

Por aquellos días se había publicado “La casa de la calle Garibaldi”, un libro en el que Isser Harel, en los ’60 jefe del servicio secreto de Israel, relata la captura de Ricardo Klement, el nombre falso con el que Eichmann ocultaba su verdadera identidad cuando residía en la zona Norte de los suburbios de Buenos Aires, la capital argentina.

Así las cosas, cuando los participantes de aquel curso –integrado por argentinas y argentinos– tuvieron delante de sí a Rafi Eitan las preguntas fueron inevitables: “¿Leyó el libro de Harel?”. La respuesta, tampoco demoró: “No cuenta nada sustancial. No tiene importancia”.

Desde ese momento, la única voz que se escuchó por poco más de una hora fue la de Rafi. Detrás de unas pequeñas lentes que proyectaban la imagen de un pequeño longevo que está de vuelta de todo aseguró que “antes de viajar a la Argentina, acordamos con Ben Gurión que, cuando estuviéramos en viaje de regreso hacia Israel, con Eichmann lo notificaríamos para que él se ocupara de informarle al presidente argentino, a Frondizi (Arturo, 1958-1962) qué habíamos hecho”.

“Fue un secuestro… se violó la soberanía de un país con el que Israel mantenía y mantiene relaciones diplomáticas”, dijo con celeridad uno de los visitantes con un tono que sonó como acusatorio. Sin inmutarse –casi como si lo esperara– Eitan cerró levemente sus pequeños ojos y con una imperceptible sonrisa que procuró contener, simplemente respondió: “Fue una misión importante que la cumplimos como nos ordenaron. La planificamos muchos meses y sabíamos que nuestro éxito se convertiría en un conflicto que Ben Gurión aceptó y no quiso rehuir”.

SIN VACACIONES

El viejo combatiente –legal y clandestino– continuó sin que en momento alguno su voz evidenciara algún cambio de ánimo. Confidenció ante ese auditorio que lo escuchaba en silencio porque muchos de los que allí estaban creían que eran historias cinematográficas, que él era “un hombre con mucha mala suerte”. Sin esperar las preguntas que muchos debieron postergar para minutos más tarde, comentó: “La única vez que me tomé vacaciones viajé a un país muy importante en América y tuve que suspender rápidamente mi descanso porque de una instalación secreta desapareció, robaron casi un kilo de uranio y rápidamente me culparon a mí”.

Nunca comprendí, hasta ese día, por qué Gabriel García Márquez sostenía que el de periodista “es el mejor trabajo de mundo”.

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