Un año después de las masacres de Hamás del 7 de octubre, los israelíes se mantienen unidos por ese trauma, aunque la gestión de la guerra y de la liberación de los rehenes retenidos en Gaza divide al país. “El 7 de octubre, la sensación de seguridad de los israelíes se quebró por identificación con las víctimas” y “porque las fuerzas de seguridad fueron incapaces de impedir la invasión del país”, estima Merav Roth, una psicoanalista israelí que trata a exrehenes y familias de las víctimas del ataque.
“Esta invasión del hogar, individual y colectivo, es algo inédito en la historia de Israel y aterrador para los israelíes”, explica. La dificultad adicional es que no es “un trauma que haya terminado, sino un hecho cuyas complicaciones no hacen sino empeorar” con los recurrentes anuncios de muertes de rehenes o soldados y las amenazas de una nueva guerra en el norte contra el movimiento libanés Hezbolá, dice Roth.
El ataque de Hamás conllevó la muerte de 1.205 personas del lado israelí, en su mayoría civiles, según un balance de AFP realizado en base a datos oficiales israelíes que incluye los rehenes fallecidos durante su cautiverio. De las 251 personas secuestradas el 7 de octubre, 97 permanecen en Gaza, aunque el ejército israelí da por muertas a 33 de ellas.
La campaña militar lanzada por Israel contra Gaza en respuesta los ataques han matado a más de 41.450 palestinos, en su mayoría civiles, según datos del Ministerio de Salud del territorio controlado por Hamás, que la ONU considera fiables.
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“A casa, ahora”
El Ministerio de Salud israelí considera que su sociedad se enfrenta a “la crisis de salud mental más grave de su historia”. Sin embargo, el importante movimiento de solidaridad que nació de esa tragedia (voluntarios en la agricultura, comidas para los soldados, acogida de personas desplazadas...) ha permitido que muchos israelíes no queden completamente desestabilizados por la conmoción inicial, indican profesionales sanitarios.
A pesar de esta movilización, una vez pasada una corta tregua con Hamás en noviembre que permitió el regreso de más de 100 rehenes, empezaron a aparecer discrepancias sobre la estrategia a adoptar para garantizar el retorno del resto. No ha pasado una noche de sábado sin que miles de manifestantes salgan a las calles para reclamar al gobierno que los devuelvan “a casa ahora”.
Ante quienes exigen un acuerdo con Hamás “a cualquier precio” se oponen quienes entienden que estas manifestaciones ponen en peligro la vida de los rehenes al otorgar al movimiento islamista un medio de presión adicional. La investigadora Tamar Hermann, del Israel Democracy Institute, señala que estas discrepancias encajan en general con la división izquierda-derecha que ya rasgaba el país antes de la guerra.
La partición se hizo especialmente evidente durante la reforma judicial impulsada por el primer ministro conservador, Benjamin Netanyahu, que fracturó profundamente el país en 2023 y generó uno de los movimientos de protesta más importante en su historia.
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“El norte abandonado”
La brecha entre laicos y religiosos también se ensanchó con la guerra. La exención de reclutamiento del que se beneficiaba una gran parte de los judíos ortodoxos, denunciada desde hace décadas por la mayoría de la población, se hizo inaceptable para muchos israelíes. Con más de 700 soldados muertos desde el 7 de octubre, decenas de miles de reservistas movilizados y la perspectiva de una operación de envergadura en el norte, la cuestión divide más que nunca a la sociedad.
“Mientras mi nieto se juega la vida en (...) Gaza, los nietos de ésta desfilan todos los días por nuestra habitación para visitarla”, se indigna una octogenaria hospitalizada en Jerusalén, señalando con la barbilla a su vecina de cama, una mujer ultraortodoxa. Otra brecha más profunda desde el 7 de octubre es la existente entre las zonas con una economía dinámica, como Tel Aviv, y las periferias.
“El norte está abandonado” por el Estado: este reproche recurrente de los habitantes de las zonas más septentrionales ha cobrado una nueva dimensión con la apertura de un frente contra el movimiento islamista libanés Hezbolá, aliado de Hamás. Los disparos de cohetes y misiles antitanques desde Líbano han sido casi cotidianos desde octubre y decenas de miles de israelíes tuvieron que ser evacuados.
La semana pasada, Netanyahu incluyó como un objetivo de guerra el regreso seguro a sus casas de las 60.000 personas todavía desplazadas en el norte y desde entonces ha intensificado los bombardeos sobre Líbano, alimentando el temor a una guerra abierta contra Hezbolá.
“Solo quiero volver”
La mayoría de estos desplazados fueron realojados en hoteles, como Dorit Diso, una maestra de 51 años evacuada con su familia de Shlomi en octubre de 2023. “Solo quiero volver a casa. No me importan los cohetes”, afirma esta madre de cuatro hijos. A la espera de regresar a Shlomi, cuyo acceso está ahora prohibido, alquilaron en setiembre una casa en una localidad del norte algo más alejada de la frontera.
Atrás quedan meses de idas y vueltas entre un hotel de Jerusalén y el norte de Israel, donde continuó trabajando, a la vez que lidiaba con el reclutamiento de sus hijos y la angustia de su hija de 11 años. “Es el año más duro de mi vida”, dice.
Fuente: AFP.