El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, reunirá el lunes a la cúpula institucional en un intento de mostrar unidad un año después de la asonada de bolsonaristas en Brasilia, pero la esperada ausencia de figuras de derecha evidencia que la polarización sigue a flor de piel en Brasil.
En el primer aniversario de la invasión al palacio presidencial, el Congreso y la corte suprema por parte de simpatizantes del expresidente Jair Bolsonaro disconformes con la elección de Lula, el izquierdista encabezará un acto en el Parlamento para “recordar el intento de golpe de Estado” que sufrió.
La depredación de los edificios “dejó cicatrices profundas”, pero la “democracia salió victoriosa”, dijo Lula, por tercera vez en el poder. Hasta ahora, una treintena de participantes en la asonada fueron condenados a penas de hasta 17 años de cárcel y el ultraderechista Bolsonaro es investigado como posible instigador y autor intelectual de los ataques.
La ceremonia reunirá a los líderes del Legislativo, magistrados de la corte suprema, gobernadores, comandantes militares, líderes de la sociedad civil y embajadores. Para el politólogo André César, Lula buscará reproducir la imagen de “unión” nacional del día siguiente a la invasión, cuando caminó simbólicamente junto a otras autoridades entre los destrozos de la plaza de los Tres Poderes, epicentro político de Brasilia.
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Grietas
Pero el acto mostrará grietas por la esperada ausencia de figuras relevantes de la derecha como el gobernador de Sao Paulo, Tarcisio Freitas, exministro de Bolsonaro. Freitas, posible presidenciable, y otros opositores ven en el acto una intención política y no pretenden “reforzar la imagen de Lula como gran constructor” de la “unificación del país”, apunta César, de la consultora Hold.
Los ataques de miles de bolsonaristas pidiendo una intervención militar una semana después de la investidura de Lula fueron el colofón de un periodo de máxima tensión en Brasil, fracturado entre dos visiones de sociedad completamente opuestas.
En el primer año de Lula, no obstante, un clima de apaciguamiento aparente se instaló en Brasil, especialmente después de que Bolsonaro quedara fuera de juego por su inhabilitación política, al haber desacreditado sin pruebas el sistema electoral.
La invasión dejó al menos un saldo “positivo: el fortalecimiento de las convicciones democráticas”, según Geraldo Monteiro, profesor de Ciencia Política de la Universidad del Estado de Rio de Janeiro. “Pero las posiciones polarizadas persisten”, dice a la AFP.
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“¿Un golpe sin armas?”
Mientras la izquierda denuncia una intentona golpista, aliados de Bolsonaro apoyan a los participantes en los disturbios. “¿Han visto un golpe sin armas? ¿Han visto un acto terrorista sin bombas?”, deplora a la AFP el influyente pastor evangélico Silas Malafaia, al estimar que la invasión no fue violenta.
“Pura persecución política” contra “gente inocente”, agrega este amigo personal del exmandatario, que lo casó con su esposa Michelle. La justicia, no obstante, no ceja. “No hay límite” para las investigaciones contra los participantes de los ataques, aseguró el juez del Supremo Alexandre de Moraes, protagonista de esos procesos. Y políticos con comprobada participación en estos “deben ser alejados de la vida política, más allá de la responsabilidad penal”, apuntó al diario O Globo.
“Barreras frágiles”
Para los expertos, el 8 de enero se tornó una nueva pieza en la polarización, como en las “guerras culturales” que se libran entre campos ideológicos sobre temas como el acceso a armas, despenalización del aborto y derechos LGTB+. Para César el fenómeno alcanzó una “calcificación”, al “ultrapasar el límite de la política y convertirse en un asunto de identidad”.
“Es una pelea que no tiene armisticios ni treguas”, apunta Monteiro. En las redes sociales, algunos bolsonaristas llamaban a una paralización del país el 8 de enero, abogando porque sea considerado “El día del patriota”. Sin embargo, las autoridades no esperan protestas de calado.
Unos 2.000 policías actuarán en Brasilia, donde el tránsito estará interrumpido alrededor de los sitios de poder. Un año después, los edificios invadidos fueron reparados, con vidrios y portones reforzados. Pero sin muros levantados, Brasilia, capital fundada en 1960, mantiene su ideal de “ciudad transparente”, pero “con barreras frágiles”, dijo a la AFP el urbanista Jorge Francisconi.
Fuente: AFP.