Amir es un reservista israelí, tiene 30 años y lleva diez sin poner los pies en la guerra. Camuflado a 1,5 km de la Franja de Gaza y con los edificios del enclave palestino en la mirilla de su fusil, dice que le parece “surrealista” encontrarse aquí. Este grafista de profesión, que siguiendo las consignas del ejército israelí no da su apellido, terminó su servicio militar en 2014, después de la última operación terrestre en Gaza. Con cierta timidez, dice guardar de aquella experiencia “duelos” y “traumatismos”.
“Estudios, viajes, fiestas, amor, separación, crisis, primer empleo”, dice enumerando lo vivido en estos nueve años. Pese a los ejercicios anuales de preparación, Amir dice no haberse dado cuenta realmente de que estaba de regreso en la guerra. “Nadie debería encontrarse en esta situación”, dice este antiguo francotirador, que se considera más bien de izquierdas y pacifista. “Todavía sé usarlo, pero espero no tener que hacerlo”, dice el soldado mostrando su fusil Tavor.
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Los israelíes que han hecho su servicio militar, es decir la mayoría de la población adulta judía, están obligatoriamente en la reserva hasta los 40 años. En la unidad de Amir, al igual que en muchas otras, algunos voluntarios que tienen más de 40 años decidieron volver a filas al inicio de la guerra, desencadenada el 7 de octubre por un ataque del movimiento islamista palestino Hamás en suelo israelí.
En Israel hay lo que se conoce como una reserva activa, para los combatientes y las unidades especiales, que se entrenan durante un mes al año. Las mujeres, cuyo número es limitado en las unidades de combate, se ven dispensadas de dichos ejercicios anuales tras el nacimiento de su primer hijo. Además de los 169.500 militares bajo contrato, más de 360.000 civiles israelíes se vieron llamados a filas como reservistas tras iniciarse la guerra.
Una llamada o un SMS
Entre ellos está Elia, una paramédica de 24 años que llevaba cuatro sin vestir el uniforme militar. Esta francoisraelí trabaja en una ‘startup’ y recibió su convocatoria cuando estaba en camiseta en una playa de Tailandia. “Incluso para nosotros es tremendo, y claro que me pregunto qué hago aquí, pero es así, es nuestro deber”, dice a AFP.
El código vestimentario del ejército israelí es rígido, y prevé sanciones para los soldados en servicio por detalles como el color de los calcetines. Pero los reservistas están “llegando tal como son”, explica a AFP una oficial de la policía militar, cerca de Gaza.
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En la gasolinera de Beit Kama, una de las últimas etapas antes de Gaza, y donde el café es gratuito para los soldados, como en todos lados, se ven detalles de lo más variopinto: rastas sobresaliendo de un casco, barbas de hípster, gafas de fantasía, pantalones demasiado grandes y colganderos, y botas de montañismo que son de todo menos reglamentarias.
En Israel, el paso de la vida civil a la militar se produce por medio de una llamada o un mensaje SMS, que da 8 horas a los reservistas para ir a su base. Desde el 7 de octubre, aviones enteros han sido fletados para repatriar gratuitamente a los reservistas que estaban de viaje en el extranjero, o residiendo fuera del país.
Fuente: AFP.