Debido a su posición geográfica frente al norte de África, la pequeña isla de Lampedusa, en el mar Mediterráneo, se ha convertido sin quererlo en símbolo de la llegada de migrantes a Europa. A mediados de septiembre, este territorio de apenas 20 km2 se vio nuevamente perturbado por la llegada masiva de migrantes.
Casi 8.500 migrantes desembarcaron en apenas tres días a esta isla, de 6.500 habitantes, que vio desbordadas sus infraestructuras de acogida. El centro de migrantes, un complejo prefabricado con menos de 400 plazas rodeado de altas vallas en medio del campo, tuvo que requisar camillas para hacer dormir a los recién llegados que se acumulaban ante sus puertas.
Italia pone Lampedusa como ejemplo de la escasa solidaridad de la Unión Europea con la península en materia de migración. La extrema derecha europea califica de “invasión” la llegada masiva de migrantes. Desde hace unos días no se avistan barcos de migrantes frente a las costas de Lampedusa debido a las malas condiciones climáticas en Túnez y Libia.
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En esos dos países se embarcan las personas, en su mayoría procedentes del África subsahariana, que intentan llegar a Europa en busca de una mejor vida. Sin embargo, “el buen tiempo podría favorecer la llegada de más personas”, pronostica Serena Corniglia, portavoz de la Cruz Roja, la oenegé que gestiona el centro.
“Nos estamos preparando para ello”, explica Corniglia en una entrevista a la AFP desde el centro. Esta ayudante humanitaria confirma que la mayoría de las personas llegadas por barco ya fueron trasladadas al continente, con la excepción de un centenar de menores no acompañados. “Tenemos operadores y voluntarios especializados para los menores no acompañados”, dice.
“Todos somos migrantes”
Pero esta actividad febril no parece repercutir en vía Roma, la arteria peatonal del puerto, repleta de bares, restaurantes y tiendas de recuerdos por donde pasean turistas despreocupados. Cuando el centro de acogida no está desbordado, los migrantes viven al margen de la población, como dos universos paralelos que nunca se entrecruzan.
La situación dista del escenario apocalíptico dibujado por la primera ministra de extrema derecha, Giorgia Meloni, elegida hace un año con un discurso de marcado tono antimigrantes. Pero el flujo no ha cesado y desde enero han llegado a Italia 133.000 migrantes. Este fin de semana, Meloni dijo que debía hacerlo “mejor” a pesar de sus medidas para obstaculizar el trabajo de las oenegés de ayuda a migrantes y la presión para implicar a Europa en este asunto.
Frente a la puerta de Europa, una escultura monumental colocada encima de un promontorio para recordar a los migrantes fallecidos en el mar, Marco Franciosi, un turista de 57 años de Turín (norte), no comprende por qué Italia y Europa no pueden acoger dignamente a los migrantes. Respecto a la población europea, “la proporción es realmente muy poco significativa”, coincide su compañera Mónica. “Si Europa entera colaborara, esto no sería nada”, agrega. “Todos somos ‘migrantes’. En la historia de nuestras familias, siempre hay una historia de migración”, insiste la mujer.
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“No hay ningún motivo para tener miedo, nadie nos invade”, continúa. Las oenegés cuyos barcos patrullan las costas para salvar migrantes hablan de fracaso sin paliativos del gobierno italiano. “Desde que Giorgia Meloni está en el poder, constatamos el mayor número de muertos desde 2016, es decir, casi 2.500 personas que se ahogaron este año en el Mediterráneo Central”, dice a la AFP Felix Weiss, de la organización alemana Sea-Watch.
Para él, esto es “resultado evidente de esta política migratoria racista del gobierno italiano”. En el último año, Roma ha impuesto múltiples trabas al trabajo de estas entidades. “Nuestros barcos son bloqueados en los puertos, lo que es increíble cuando miras el número de migrantes a rescatar”, protesta. “Su política migratoria (de Meloni, ndlr) fracasa completamente porque las cifras aumentan y no cumple con las promesas que hizo”, afirma.
Fuente: AFP.