Unas manos impresas con sangre en la pared han quedado como huella de barbarie en una casa de Lagos de Moreno (Jalisco), donde cinco jóvenes, amigos de la infancia, fueron torturados y presuntamente asesinados por sicarios del narcotráfico. Tres semanas después del hecho, Dante, Diego, Jaime, Roberto Carlos y Uriel siguen desaparecidos, como otras 111.200 personas en México.
Mientras, los criminales parecen lograr su cometido: la ciudad vive una psicosis que trunca la vida y envalentona a delincuentes que vigilan cada rincón. “Mantenemos la ilusión de que nos regresen el cuerpo para darle cristiana sepultura”, dice resignado Armando Olmeda, padre de Roberto Carlos, estudiante de ingeniería industrial de 20 años, aficionado al box y quien planeaba migrar a Canadá.
Pero el caso de los cinco amigos secuestrados el 11 de agosto mientras departían, como de costumbre, en un mirador del barrio obrero de San Miguel causó conmoción porque el martirio fue difundido en una foto y un video.
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Lugar y hora equivocados
Bajo un sol intenso, a la entrada de una vivienda rural a medio construir, las lagartijas corren sobre tierra removida por forenses días atrás. Allí fueron torturados los jóvenes de entre 19 y 22 años, según imágenes filtradas por sus verdugos en las que aparecen arrodillados, con las manos atadas, amordazados y el rostro herido.
Pero la escena más estremecedora de esa noche muestra a uno de los muchachos atacando a uno de sus amigos, presuntamente obligado por los criminales. Dos cuerpos más yacen inertes. “Eso no se lo merece ni el más malo”, afirma Ana Martínez, hermana de Jaime, albañil de 21 años a quien recuerda como un “crack” del fútbol que resignó su sueño de ser jugador profesional por falta de recursos.
“Mi hermano estuvo en el lugar y la hora equivocadas. No era un niño malo”, sostiene Ana. El canto de un gallo rompe el silencio en la vereda La Orilla del Agua, donde las casas vecinas lucen vacías y la escena del crimen aterroriza: manchas de sangre, rocas con las que habrían sido golpeadas las víctimas y pintas amenazantes.
“Bienvenidos MZ”, reza un mensaje en aparente alusión a Ismael “Mayo” Zambada, uno de los jefes del Cártel de Sinaloa, en guerra con el Cártel Jalisco Nueva Generación, la mayor organización criminal de México expandida a varios países. Aunque la fiscalía no ha revelado hipótesis, en Lagos circulan múltiples versiones sobre los motivos del crimen.
Desde la pretensión de reclutar por la fuerza a los jóvenes, hasta “calentar” la plaza, como se conoce a ataques de los narcos para mostrar “de lo que son capaces”, comenta Mauricio Jiménez, sacerdote de esta ciudad de 112.000 habitantes y monumentales iglesias. Tras los hechos, las autoridades desplegaron operativos en la zona en los que han capturado a 85 individuos por delitos como desaparición de personas, informó a la AFP el coordinador de Seguridad de Jalisco, Ricardo Sánchez.
Crematorios clandestinos
Con una pujante industria láctea y plantas de gigantes como Nestlé, Lagos es clave al conectar con estados como Aguascalientes, Guanajuato y Zacatecas, donde los cárteles están entronizados. A pocas cuadras del lugar de la tragedia, una rústica ladrillera permanece acordonada luego de que el 21 de agosto la fiscalía anunciara el hallazgo de restos óseos. “El proceso (de identificación) es complicado” porque están “afectados por la combustión”, declaró el fiscal estatal, Joaquín Méndez.
Nervioso, sin fijar la mirada, un poblador asegura que en los hornos de algunas ladrilleras “incineran” cuerpos. Dice haber visto dos hace nueve meses. Jalisco es el estado con más desaparecidos: casi 15.000 del total nacional, la mayoría desde 2006 cuando se militarizó la lucha antidrogas y la tasa de homicidios se triplicó hasta 25 casos por 100.000 habitantes actualmente.
Alegando inacción de las autoridades, familiares buscan a sus desaparecidos con picos y palas y sorteando peligros en municipios como Tlajomulco, donde este año han encontrado centenares de cuerpos. José Servín, quien busca a su hijo Raúl desde 2018, clava una varilla y verifica si huele a cadáver en una casa abandonada. Desafía a autoridades que prohibieron dichas excavaciones en julio, tras un atentado que mató a seis personas en ese suburbio de Guadalajara, capital estatal.
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“Soldados de la mafia”
En Lagos de Moreno, el caso de los cinco mantiene en pánico a los jóvenes, pues la mayoría de los desaparecidos allí tenía entre 20 y 24 años. “Son los soldados de la mafia” que los recluta con “mentiras”, denuncia el padre Jiménez. En mayo, ocho jóvenes fueron asesinados en Zapopan (Jalisco) presuntamente al intentar desertar de un call center donde extorsionaban.
“Ser joven en Lagos y salir en la noche es ponerte una pistola en la boca (...). Ya no sé si voy a regresar”, asegura un estudiante después de que un guardia privado reportara a un presunto “halcón” (informante) merodeando por la universidad local, donde también estudiaba Roberto Carlos.
Los horarios académicos fueron modificados y alumnos como este joven dejaron de salir a divertirse y ya ni tocan la bocina del auto. En 2021, Cristian Hernández (29), fue desaparecido por un motociclista a quien chocó accidentalmente. El impacto económico es demoledor pues las ventas comerciales cayeron 70 %, cuenta una líder gremial, para quien la policía “brilla por su ausencia”. “Ni en pandemia vivimos algo así”.
La tragedia también reabrió heridas. Frente a la casa donde su hijo y otros jóvenes fueron desintegrados en ácido en 2013, Ana Teresa Hernández muestra marcadas ojeras. No puede dormir de pensar en el dolor de las víctimas, que le recuerda el suyo cuando buscaba a Ángel, de 19 años, secuestrado por narcotraficantes. Ana recibió apenas un hueso que sacrificó en una prueba de ADN para salir de dudas. “Es una herida que lacera a toda hora”.
En una noche fría tras una misa, el padre de Roberto Carlos, a quien bautizó así por el futbolista brasileño, espera que la suya empiece a sanar cuando encuentren a su hijo “de la manera que fuese”. Mientras, “vamos a continuar chambeando (trabajando), necesitamos seguir viviendo y alivianando el dolor”.
Fuente: AFP.