El número de fallecidos por las lluvias récord registradas el fin de semana en el sureste de Brasil se elevó a 48, informaron las autoridades este miércoles, al cuarto día de búsquedas por decenas de desaparecidos. “En este momento tenemos 48 víctimas y trabajamos con un número de 38 desaparecidos, que puede variar”, dijo Tarcísio de Freitas, gobernador del estado de San Pablo, donde ocurrieron los deslizamientos e inundaciones. El balance anterior era de 46 muertos.
“Continuaremos las búsquedas. Estamos intentando identificar las áreas donde hay desaparecidos”, añadió Freitas. Más de 680 milímetros de lluvia cayeron en 24 horas en Sao Sebastiao, un concurrido destino de playa entre el mar y la sierra, ubicado a unos 200 km al norte de la ciudad de San Pablo. Es el mayor acumulado en un día en la historia de Brasil, según el gobierno del estado.
Con ayuda de máquinas excavadoras, motosierras y palas, las búsquedas continuaban en las laderas del barrio Vila Sahy, el más golpeado por la tragedia, aunque las esperanzas de encontrar sobrevivientes menguaban desde el martes. Un vecino que se identificó como Marcio vio cómo desenterraban de los escombros los cuerpos de sus padres, cuya casa en la que vivieron durante 30 años fue arrasada por el alud.
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“Estaban siempre juntos y así los encontraron”, dijo a la AFP antes de romper en llanto sobre el hombro de un allegado. Unas 2.500 personas fueron desplazadas de sus hogares, según las autoridades. Algunas familias que viven en áreas de riesgo se resistían a abandonar sus viviendas por temor a que les roben sus pertenencias, informó el gobierno, que anunció un refuerzo en la seguridad para evitar saqueos.
Los deslaves bloquearon carreteras y dejaron barrios enteros aislados. A medida que los equipos de bomberos lograban desobstruir las vías, el gobierno de San Pablo exhortaba a los turistas que habían viajado para el carnaval a abandonar la región aprovechando los períodos del día con buen tiempo.
El presidente Luiz Inácio Lula da Silva sobrevoló el lunes el área del desastre, y advirtió sobre el peligro del urbanismo improvisado. En Brasil, 9,5 millones de personas viven en áreas de riesgo por deslizamiento o inundación, según cifras oficiales. Están previstas nuevas lluvias a lo largo de la semana en la región, aunque menos intensas, de entre 20 y 50 mm por día, según el Instituto Nacional de Meteorología (Inmet). Esta alerta regía también para la ciudad de Rio de Janeiro.
La comunidad más golpeada
Marcio miraba la escena incrédulo: una veintena de hombres removían barro, troncos y piedras para desenterrar los cuerpos de sus padres, cuya casa en la que vivieron durante 30 años fue arrasada por un devastador temporal en el litoral brasileño.
Doña Neuzinha y don Mauro, como los conocían los vecinos del morro de Vila Sahy, en el estado de San Pablo (sureste), “estaban siempre juntos y así los encontraron”, dijo a la AFP sin comunicar su apellido Marcio, antes de romper en llanto sobre el hombro de un allegado.
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La vivienda quedó reducida a un montón de escombros por el alud que dejó una grieta en la mata de la colina y una marca de dolor profunda en la comunidad más damnificada por el temporal del fin de semana, donde murieron al menos 48 personas y 38 están desaparecidas. Los deslizamientos en este y otros puntos de la costa borraron la carretera y dejaron aislado el municipio de Sao Sebastiao, limitando el acceso a barcos y helicópteros.
En las laderas de Vila Sahy trabajaban el martes bajo el sol del mediodía decenas de bomberos, militares, policías, voluntarios y vecinos, en una misión común: hallar a las personas sepultadas por los desprendimientos que arrasaron parcialmente esta urbanización improvisada de unos 3.000 habitantes. Con máquinas excavadoras, motosierras, palas y hasta tecnologías de radiofrecuencia para detectar la señal de celulares, los grupos de trabajo se distribuyeron por el lugar.
Se acaban las esperanzas
Junto a cada montaña de destrozos, familiares y amigos de desaparecidos aguardaban una previsible mala noticia. Antonio da Silva, un albañil de baja estatura, hacía equilibrio para caminar entre los escombros en un barrial junto a los militares encargados de buscar a sus tres sobrinos adolescentes.
Ahí, el agua barrió dos viviendas hacia la de sus familiares, donde fueron hallados otros dos cuerpos y un bebé con vida. “Un milagro”, definió un bombero, sin identificarse. También Taiara Lopes, una empleada doméstica, de 26 años, calificó de milagroso escapar del “pantano” que la enterró hasta los hombros en su cocina.
“Sujeté el tronco de un árbol y mi marido me ayudó a salir. Después trepamos al techo”, dijo la joven, exhibiendo las piernas rasguñadas y llenas de moretones. Pero con el correr de las horas, casi nadie esperaba nuevos milagros. “El barro con muchos materiales acumulados y la cantidad de casas próximas dificultan la tarea”, dijo Rodrigo de Paula, capitán de una brigada de bomberos civiles.
“Más y más cuerpos”
Elenilson Batista Gomes, de 47 años, apenas se había dado un respiro desde que llegó el domingo en busca de noticias de su hijo Caio y su nuera, Michelle, casados desde hace cuatro meses. “No me voy hasta encontrarlos; voy a dar un entierro digno a mi hijo y a su mujer”, afirmó, apurado por retomar la búsqueda donde alguien dijo haber escuchado gritos de socorro tras el deslave.
Cuatro perros de la policía rastreaban cadáveres en un área pelada donde, según vecinos, había una decena de casas. Hallaron el cuerpo de un hombre contra un muro y otros dos debajo de un árbol arrancado de raíz. Aunque pasó sus últimos tres días apoyando a los rescatistas, Natalia Cerqueira se sentía “inútil”. “Hacemos, hacemos y parece que no hacemos nada. Quitamos el barro, y siempre hay más, hallamos cuerpos y todavía hay más”, dijo esta cocinera de escuela, de 25 años.
“Vivir con miedo”
María Vidal conocía a muchos de los que no tuvieron su “suerte” de sobrevivir al torrente que pasó frente a su puerta, en lo alto del barrio. “Me temblaban las piernas; solo intentaba agarrar a mi nieto”, relató la mujer, de 50 años, quien nunca vivió una tragedia parecida.
“Las imágenes de niños muertos se me repiten sin parar”, lamentó, acomodándose el cabello rizado para disimular el llanto frente a su nieto de cuatro años, que hacía volar un muñeco de Superman. Con su casa intacta, Lucas da Rocha tampoco ocultó su tristeza por perder “lo importante”: amigos.
“Estoy esperando a que se libere la ruta para irme con mi familia. El morro puede volver a derrumbarse en cualquier momento”, señaló este padre de dos niñas, de 31 años. Por la tarde, nuevos nubarrones y truenos obligaron a interrumpir los rescates. La lluvia avivó la amenaza. “No se puede vivir con este miedo”, sentenció da Rocha.
Fuente: AFP.