Por Isabelle CORTES
Más de dos años después del inicio de la batalla contra el COVID-19, airear una habitación para dispersar las partículas contaminadas sigue siendo un “arma” marginal contra el virus, pese a su importancia más allá de esta pandemia.
“Para reducir la mortalidad y contener la pandemia, habría que disminuir el nivel de contaminaciones, lo que hoy por hoy la vacuna por sí sola no logra hacer”, constata el epidemiólogo Antoine Flahault.
“Se necesita una nueva fase, la de la mejora de la calidad del aire interior”, afirmó el director del Instituto de Salud Global de la Facultad de Medicina de la universidad de Ginebra.
El Sars-Cov-2 se propaga principalmente por el aire. Nubes de partículas se escapan cuando los humanos respiran, y más aún cuando hablan, gritan o cantan.
En una habitación cerrada y mal ventilada, estas partículas pueden permanecer mucho tiempo en el aire, acumularse, moverse por todo el espacio y aumentar enormemente los riesgos de infección.
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Si bien se acepta que la transmisión de COVID a menos de dos metros puede realizarse tanto por gotas como por partículas suspendidas, no hay consenso sobre la importancia de la transmisión aérea a larga distancia en interiores.
Según investigadores de la Universidad de Bristol y de la agencia británica de Seguridad Sanitaria en la última edición del British Medical Journal, la transmisión a más de dos metros es posible en diferentes interiores.
Sin embargo, su trabajo, basado en 18 estudios de observación en varios países, tiene algunas limitaciones metodológicas.
Mejorar la calidad del aire interior
Lo que es seguro es que, si se ventila lo suficiente, las partículas se disipan. Sin embargo, los esfuerzos para sanear el aire interior siguen siendo insuficientes, según los especialistas.
La ventilación es uno de los “gestos barrera” recomendados por las autoridades. Pero, “en general, los gobiernos no tratan este tema”, observa el profesor Flahault. Solo unos pocos países, en Asia, América o Europa, anunciaron planes en este aspecto.
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En Estados Unidos, el gobierno de Biden invitó en marzo a los propietarios y administradores de edificios, escuelas y otras organizaciones a instaurar “estrategias para mejorar la calidad del aire interior en sus edificios y reducir la propagación del COVID-19″.
Este plan, dotado de financiación a través del programa de reactivación postpandemia, afecta también a los edificios públicos.
Se prevén exámenes de los sistemas de calefacción, ventilación, aire acondicionado y la compra de unidades de filtración de aire portátiles, filtros de aire y ventiladores.
En Europa, la Unión Europea no estableció normas vinculantes para mejorar la calidad del aire interior. Solo Bélgica anunció un plan para los lugares abiertos al público (cafés, restaurantes, cines, gimnasios, etc).
Las medidas, voluntarias hasta finales de 2024, serán obligatorias después de esta fecha.
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Más allá del COVID-19, la batalla del aire podría marcar una nueva etapa para la salud pública, según los expertos. Esto podría excluir a los patógenos, pero también reduciría otras transmisiones, incluidos los contaminantes.
“Tales medidas también mitigarían considerablemente el impacto de otras enfermedades”, observó recientemente Stephen Griffin, profesor asociado de medicina en la Universidad de Leeds, en el Science Media Center.
“Una mejor ventilación también mejora la cognición al reducir los niveles de dióxido de carbono y, con la filtración, puede reducir el impacto del polen y las alergias”, detalló.
Fuente: AFP.