La pequeña Daria juega con sus manoplas en forma de dinosaurio antes de subirse al coche que llevará a su familia lejos de los combates que destruyeron su casa en Irpin, cerca de Kiev, antes de celebrar su cuarto cumpleaños.

“Habíamos previsto un pastel con velas, pero tuvimos que dejarlo atrás”, explica Susanna Sopelnikova, de 29 años, agarrando con fuerza a su hija sentada en sus rodillas. Con su hermano Yehor de seis años, sentado silenciosamente detrás del asiento de su padre Anatoli, esperan poder partir mientras las explosiones resuenan a lo lejos.

Son de los últimos en dejar la pequeña ciudad, donde ya es imposible vivir debido a los intensos combates entre las fuerzas ucranianas y rusas. Aunque el alcalde de Kiev aseguró en la víspera que las fuerzas ucranianas controlaban la mayoría de este municipio al noroeste, la batalla sigue viva como muestran las columnas de humo negro que se elevan hacia el cielo.

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“Nos hemos quedado en el sótano alrededor de tres semanas antes de decidir marcharnos”, dice la madre, con una pañoleta en la cabeza. “Una bomba impactó nuestra casa, pulverizando las ventanas y las puertas. Pero nuestros niños están vivos, nosotros estamos vivos. Los niños están bien, como si nada hubiera ocurrido”, explica.

Con su partida, Daria y Yehor se suman a un éxodo de 4,3 millones de niños, más de la mitad de la población infantil de Ucrania, que se han visto desplazados de sus casas, según Unicef. Localidad tranquila en la periferia de Kiev, Irpin se ha convertido en escenario de encarnizados combates por su ubicación estratégica en el intento de Rusia de rodear la capital.

La mayoría de los habitantes ya la habían abandonado a través de los restos de un puente destruido. Ahora se van los últimos pobladores. Un viento cortante levanta el polvo de las ambulancias que llevan enfermos, ancianos y heridos hacia un improvisado centro de evacuación en los límites de Kiev. Otros son conducidos por voluntarios antes de subirse a los coches de un vivo color amarillo para encaminarse a un futuro incierto.

“Todo destruido y en llamas”

“Había muchos disparos, tocaron mi casa. Las ventanas, las puertas, los techos quedaron destruidos”, explica Iaroslava Delishevska, de 58 años, que huyó con los cinco perros de su familia. La mujer está pendiente de un perro de la raza pomerania, que tirita sentada en una bolsa de plástico. “Tienen miedo de las explosiones y los disparos. No los podía dejar atrás. ¿Cómo podría?”, explica.

Los policías tensos, atentos a eventuales espías o saboteadores rusos, verifican la identidad de cada persona. En pleno cacheo de sus enseres, Leonid Markevich, de 55 años, explica que “los bombardeos de hoy nos han dejado sin nada”. “Ya no hay casa”.

El hombre confirma las declaraciones del alcalde de Kiev, Vitali Klitschko, que aseguró que los ucranianos están retomando Irpin. “Nuestros muchachos los repelen cada día”, afirma. “Es duro para ellos, pero son fuertes”, agrega. La batalla parece intensificarse en el frente oeste de la capital, donde las tropas locales responden con lanzacohetes a la artillería rusa.

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Tras un mes de guerra, el balance de pérdidas civiles por la invasión sigue ampliándose e incluso los más curtidos acaban dejando sus casas. “Hemos pasado todo el mes allí, pero no podemos más (...) Todo está destruido, todo está en llamas”, explica Halyna Protsai, de 83 años, tomándose un descanso en una silla.

La bibliotecaria jubilada, envuelta en una manta espesa y con un gorro de lana rosa protegiéndola del frío, espera que los soldados ucranianos puedan pasar de la feroz resistencia ante las tropas rusas a un contraataque. “Es verdad, han tomado control de la mayoría de Irpin. Ayer vimos sus tanques pasar”, relata. “Con refuerzos, los rechazarán por completo”, quiere creer.

Fuente: AFP.

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