Brutal, imprevisible y excéntrico, el presidente bielorruso Alexánder Lukashenko no deja de poner a prueba la paciencia de Europa, oscilando en función de sus necesidades entre Occidente y Rusia y explotando su rivalidad para mantenerse en el poder.
Si las relaciones entre Bruselas y Minsk ya atravesaban un mal momento, esta semana cayeron a mínimos. El presidente bielorruso incluso amenazó con cerrar un importante gasoducto que lleva a través de su territorio el gas ruso a Europa si se aprueban nuevas sanciones contra él.
La advertencia ocurre en plena crisis migratoria en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, que Bruselas ve instigada por Lukashenko para vengarse de las sanciones europeas contra su régimen tras la represión del movimiento de protestas en 2020. Lukashenko dispara donde duele. La Unión Europea sufre una penuria energética antes del invierno que está disparando los precios de la electricidad. Y, además, quiere ponerla en evidencia en una cuestión sensible como la inmigración.
Sobrevivir en el poder
“Es imprevisible. Utiliza todos los medios tácticos a su disposición”, indica a AFP el politólogo Alexéi Makarkine. “Pero es muy previsible en cuanto a estrategia: aferrarse al poder a cualquier precio”, asegura. “Los migrantes son uno de los medios de presión”, apunta el politólogo Konstantin Kalatchev. “Muestra a Europa que más vale no contrariarle, que hay que aceptarlo como es”.
Para ello, “Lukashenko utiliza los medios a su disposición. Hace todo para conseguir un objetivo: resistir todavía uno, dos, tres años”, agrega el analista. En el poder desde hace casi tres décadas, el presidente oscila desde hace años entre Moscú y Bruselas, aprovechándose de su rivalidad geopolítica para seguir al mando sin transformarse en un simple vasallo de Rusia.
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De hecho, hasta hace poco, las relaciones con la UE y el líder bielorruso, a menudo llamado “el último dictador de Europa”, estaban mejorando. Pero en 2020, su discutida reelección para un sexto mandato provocó una ola de protestas sin precedentes que Lukashenko no dudó en sofocar brutalmente.
El mandatario, muy dado a declaraciones burdas, se hizo grabar con un kalashnikov en la mano y calificó de “ratas” a decenas de miles de manifestantes. Tras meses de represión, este hombre bigotudo y calvo, de expresión imponente, no dudo en proclamar: “No tengo nada más que Bielorrusia, me aferro a ella y la sostengo”.
Los países occidentales discutieron su legitimidad y aprobaron múltiples sanciones para su régimen. Pero no consiguieron frenar la represión que, incluso, alcanzó niveles insospechados cuando en mayo forzó el aterrizaje de un avión comercial para detener un periodista opositor a bordo.
“Hasta el final”
Maniobrando entre las sanciones europeas y la ambición de Moscú de una mayor integración entre ambos países, el presidente bielorruso supo mantener la independencia de su país, rechazando a ceder ante Europa y ante Vladimir Putin.
Lukashenko cuenta con la particularidad de ser el más cercano y el más turbulento de los aliados de Putin. En los últimos días, Minsk se ha esforzado en implicar a Rusia en la crisis migratoria mientras varias voces en Europa señalan a Putin como el instigador de esta situación.
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Moscú le muestra su apoyo, pero se resiste a verse sumergido de lleno en la crisis. Por ejemplo, el Kremlin no dudó en desautorizar las amenazas de Lukashenko y asegurar las entregas de gas ruso a Europa. Y aunque haya irritado a Europa, la estrategia parece haber mejorado su imagen en Moscú, a pesar de algunos disgustos.
Lukashenko “va a plantar cara hasta el final”, estima Makarkine. “Se ha hecho respetar en Moscú en este último año. Es un +verdadero hombre+, no un débil (...), no ha huido”, explica. “El principal mérito que se puede atribuir es mantener la soberanía de Bielorrusia”, coincide Konstantin Kalatchev. “En eso, se parece a Putin”.
Fuente: AFP.