Juan Carlos Dos Santos G.
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Mientras el termómetro marcaba cerca de 40ºC a la sombra y el denso humo, producto de los incendios y focos de calor inundaban el ambiente, una pareja de indígenas plácidamente compartían juntos una presa de pollo sentados en la acera de la avenida Fernando de la Mora en Asunción. La escena descripta corresponde al sábado 21 de agosto del 2021, en horas de la tarde.
Librada y Carlitos, tal como se identificaron, no prestaban mucha atención a lo que sucedía a su alrededor. Estaban inmersos en su mundo. Ella sostenía en sus brazos a la pequeña hija de ambos de apenas dos años mientras Carlitos, su pareja, cortaba con la mano pequeños trozos de un muslo de pollo asado que gentilmente les fue regalado por una mujer que pasó por el lugar e iba a bordo de una camioneta.
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¿Capital de las oportunidades?
Nos acercamos para conocer más de ellos y con cierta natural desconfianza inicial, Carlitos confiesa que hace unos meses dejaron su Caaguazú natal porque no encontraban oportunidades para ganarse la vida. Entonces, llegaron hasta Asunción en busca de alguna oportunidad.
“No hay nada allá y acá nos rebuscamos todos los días”, explica Carlitos en idioma guaraní. Ante la pregunta si conocían el Instituto Nacional del Indígena (Indi), Carlitos dijo tímidamente desconocer la institución. Pero allí Librada interviene.
“Más dinero si es para caña”
“Che ja aháma upépe, pe Indi pe (Yo ya fui al Indi)”, dice Librada y mira a su pequeña hija de dos años, recordando que fue por ella que recurrió al organismo estatal. La institución es la encargada de velar los derechos de los pueblos originarios, en especial por la salud y la educación, el acceso a la tierra y la preservación de las identidades culturales indígenas, según se lee en su portal de internet.
“Me pidieron muchos papeles para poder acceder a una ayuda para mi hija que estaba enferma. Al final me dieron G. 100 mil y salí con eso”, recuerda Librada algo molesta, porque ella afirma que para “caña repyrã, ome’ê hetave (dan más dinero si es para la caña)”, aseguró.
Triste y frecuente
Ambos viven en una pequeña pieza que cuenta con algunas comodidades como una cama y un baño. Carlitos se dedica a la venta de golosinas en las esquinas de la zona y Librada pide ayuda a los automovilistas que paran en el semáforo. Es una escena tan triste y frecuente, ya que a diario se observa situaciones similares a lo largo y ancho de la capital del país. Escenas como estas son tan comunes que hasta se ha normalizado la necesidad y precariedad en la que viven.
Al terminar de hablar con ellos, les dejamos una pequeña ayuda que, según cuenta Carlitos, les servirá para poder pagar el alquiler diario del lugar donde viven.
Salvando el día
Ambos sonríen y agradecen en el preciso momento en que se detiene otro automóvil para entregarles un paquete con comida. Carlitos nos mira y dice “ja ro salvama el día (ya salvamos el día)”, mostrando el obsequio que acababan de recibir.
Como ellos hay decenas de indígenas de diferentes parcialidades que llegan de distintos departamentos hasta la capital o sus alrededores buscando dejar atrás el abandono y el olvido en el que viven en sus comunidades. Arriban a Asunción como parte de grupos que son traídos para participar de protestas o simplemente lo hacen por sus propios medios buscando algo mejor de lo que tienen en sus comunidades.
Luz roja, luz de esperanza
Hoy martes por la mañana el viento de sur aplacó en parte el calor y el humo producido por los incendios a lo largo y ancho del país, pero se mantuvo lejos de aplacar las necesidades de una joven madre que con su bebé en brazos, aguardaba por la generosidad de los automovilistas en la esquina de la Avda. Boggiani y R.I. 18 Pitiantuta, en el barrio Villa Aurelia de Asunción.
Cada encendido de la luz roja del semáforo prende en ella la esperanza de recibir cualquier tipo de ayuda por parte de los conductores o sus acompañantes. Cualquier moneda o alimento es bienvenido.
Desconoce existencia del Indi
A sus 23 años Sonia decidió dejar su asentamiento en Caaguazú hace dos meses. Lo hizo con Erwin en brazos, su bebé de meses. Decidió probar suerte en la capital del país dejando a su familia que vive del cultivo en su propia tierra.
Ella pertenece a la parcialidad mbya-guaraní y alquila por G. 20 mil diarios una pequeña habitación en la zona de la Terminal. Dijo desconocer la existencia del Indi como institución y por consiguiente, tampoco conoce que puede acercarse a pedir algún tipo de ayuda.
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Admite que las cosas no son nada fáciles y que cuando dejó su tierra lo hizo pensando que podría obtener algún tipo de empleo en la capital, teniendo en cuenta que culminó el bachillerato. Ella, a diferencia de muchos otros indígenas que abandonaron sus estudios, logró concluir sus estudios primarios y secundarios. Otros no tuvieron la suerte o la posibilidad siquiera de ingresar al sistema educativo formal.
Lo que dice el Indi
Desde la institución encargada de los asuntos indígenas afirmaron que la situación de personas en situación de calle, a quienes vemos con mayor frecuencia en las calles de la capital y alrededores, tiene varias características.
Muchas de ellas son personas que fueron expulsadas de sus comunidades, otras viven en asentamientos que se establecieron en cercanías de la capital y llegan a buscar algo para “salvar el día”, como bien lo relatan los propios afectados.
Madres jóvenes
Las mujeres, en su mayoría jóvenes con hijos pequeños, son las que más llegan a las zonas urbanas en busca del sustento, pues explican que si se quedan en sus comunidades, se les dificulta generar ingresos porque deben ocuparse solas de cuidar a sus niños.
Aunque esa situación no cambia si llegan hasta zonas urbanas, pueden pedir ayuda en las calles manteniendo a sus pequeños hijos junto a ellas, como sería el caso de las dos mujeres indígenas cuya historia de vida la contamos brevemente en esta nota.
Arreados y luego a probar suerte
Otra situación que genera la presencia de indígenas en situación de calle en Asunción y ciudades del departamento Central se da a partir de las marchas de protestas en las que son de alguna manera traídos por sus líderes y tras esto deciden quedarse en la capital por su cuenta.
La mayor parte de los problemas surgen con las comunidades de la región Oriental, sobre todo en los departamentos de Caaguazú y Canindeyú, y atribuyen esta particularidad a la gran distancia que deben recorrer quienes habitan en el Chaco, además que en su mayoría ya trabajan en las estancias de esa región, mientras que los de la región Oriental tienen mayor facilidad para obtener ayuda y eso puede resultar nocivo para ellos mismos y para la institución.
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