Videlba Reyes se mueve inquieta esperando para recargar los cilindros de oxígeno que necesita su cuñado enfermo de COVID-19: tras varios intentos fallidos para internarlo en alguno de los desbordados hospitales de Caracas, la familia optó por dejarlo en casa y esperar lo mejor.

“Estoy esperando a ver si me pueden vender (la recarga de) una bombona y rogando a Dios que cuando llegue a la casa aún esté respirando”, dice a la AFP esta contadora de 44 años, con la voz quebrada y el rostro cansado.

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Llegó temprano este viernes a una distribuidora. Cada segundo cuenta, su familiar de 58 años tiene muy baja la saturación en la sangre y lleva ya una hora sin oxígeno. A cada rato ve el celular, está desesperada.

Su tragedia es una de muchas en la fila de unas 30 familias que esperan como ella por recargar sus cilindros. “Tenemos dos, tres semanas en esto, es una tortura”, explica. “Él amerita seis bombonas diarias”, pero “está el inconveniente de que no siempre hay oxígeno” y además es muy costoso para la mayoría de la población de este país que atraviesa una profunda crisis económica.

Recargar un cilindro grande cuesta 30 dólares, equivalente a 37 salarios mínimos. “Mi paciente tiene en este momento una hora sin oxígeno y él no puede estar sin oxígeno porque satura muy bajo”, añade.

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Venezuela atraviesa una segunda ola de COVID-19, vinculada a dos variantes brasileñas “más virulentas y letales”, según las autoridades del gobierno del presidente Nicolás Maduro, que reconoce poco más de 171.000 casos y 1.720 muertes.

Estos números han sido cuestionados por oenegés como Human Rights Watch que consideran que existe un elevado subregistro. Maduro ha dicho en días recientes que, al primer síntoma, los pacientes deben acudir a un hospital público para ser tratados.

“Llegan casi a morirse a los centros de salud”, dijo el mandatario el 4 de abril. “Nosotros estamos 24 horas al día para atender”. Pero encontrar un cupo en un hospital es cada vez más difícil, asegura Reyes basada en su propia experiencia. Solo jueves “ruleteó” (movió) a su cuñado por seis hospitales y una clínica privada: “no encontramos cupo” y “optamos por tenerlo en la casa, en el lugar donde quiere estar”.

“Necesitamos ayuda”

Antes de entrar a la distribuidora, los cilindros son desinfectados. Este centro surte a otra sede en las afueras de Caracas en camiones cargados de bombonas.

Ramón López, comerciante de 59 años, conoce bien el protocolo: todos los días desde hace tres semanas viene aquí para recargar la bombona grande y dos pequeñas que necesita su madre de 86 años, enferma de COVID-19. “Hemos estado luchando con ella, ya tiene tres semanas, pero todavía está delicada”, explica. “Se saca el dinero de donde no se tiene para hacer lo que hay que hacer”.

Las redes sociales están inundadas con pedidos de ayuda para recargar oxígeno o comprar cilindros, que superan los 1.500 dólares en el caso de los más grandes. En el hospital Domingo Santaella, referencia en Los Teques, ciudad vecina a Caracas, hay camas disponibles y el suministro de oxígeno garantizado, según su director Miguel Tovar.

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“A diario nos surten oxígeno”, asegura a la AFP. “Hemos ampliado y vamos a seguir ampliando las capacidades (...) para estar preparados para la contingencia”. Con todo, algunos pacientes han denunciado que cuando buscan cupo en los centros de salud del Estado, les exigen que lleven su propio cilindro con oxígeno.

Jaime Lorenzo, de la ONG Médicos Unidos, explica que la demanda de oxígeno en Venezuela aumentó entre tres y cuatro veces y que también se disparó la atención domiciliaria. Reyes, sin parar de ver el celular, espera que uno de los trabajadores suba sus dos bombonas al auto para volver a casa a toda marcha.

“Una persona que no gane para siquiera comprar una bombona está destinada a morirse”, lamenta esta mujer al sugerir que su situación tampoco es holgada. “Necesitamos ayuda, necesitamos oxígeno, necesitamos que nos ayude el gobierno”.

Fuente: AFP.

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