Algunos se fueron tras la invasión estadounidense, otros durante la guerra civil o cuando los yihadistas ocuparon sus pueblos. Con todas estas tragedias, la comunidad cristiana de Irak se evaporó. De Erbil a Australia, de Amán a Suecia, la AFP ha encontrado a familias que sueñan con el exilio y otras que se fueron ya hace años y tienen nostalgia del país.
Todas esperan que el papa Francisco dé un contundente mensaje durante su visita a principios de marzo a Irak, aunque no se hacen ilusiones sobre un país que ha pasado por guerras, crisis económicas y violencia, y que no levanta cabeza.
Lea más: La radio: el gran pedestal de los artistas
“Espero que cuando visite Irak, el papa pida a los países que reciben refugiados cristianos que nos ayuden”, resume Saad Hormuz, un antiguo taxista de Mosul, en el norte de Irak, que se fue a vivir a Jordania. “Porque regresar a Irak es imposible”, reconoce.
En 2003, cuando Sadam Husein fue depuesto, Irak contaba con 1,5 millones de cristianos, el 6% de la población. Actualmente, en un país donde no se ha hecho ningún censo en años, quedarían entre 300.000 y 400.000 (de 40 millones de habitantes), dice a la William Warda, fundador de la ONG de defensa de las minorías Hammurabi.
Cerca de un millón han ido a Estados Unidos. Otros optaron por los países escandinavos o Australia. Es el caso de Rana Said, de 40 años, que hace más de una década se fue de Mosul, en la frontera con Siria y Turquía.
De Mosul a la Gold Coast
La noche de fin de año de 2007, cuando los tíos de esta dentista siriaca ortodoxa fueron asesinados por disparos al azar de soldados estadounidenses, Rana y su esposo Ammar al Kass decidieron quedarse.
Pero hartos de no obtener justicia, la pareja se fue finalmente en 2008 al Kurdistán iraquí vecino. También huían de “una serie de asesinatos perpetrados por las milicias”, entonces reinas del país en plena guerra confesional, principalmente contra cristianos, dice a la AFP Ammar, biólogo veterinario de 41 años.
En 2013, la pareja dio el gran salto, en dirección a la “Gold Coast” (costa dorada) australiana, una región costera del este del país famosa por sus playas, donde encontraron empleo en su campo y donde la familia aumentó: después de Sara nacieron Liza y Rose. Desde el confín del mundo la familia Kass siguió con ansiedad la entrada del grupo Estado Islámico (EI) en su pueblo natal en el verano de 2014.
Lea más: “Vamos a traer más inversiones al Paraguay”
“En aquella época, estaba embarazada de Liza por lo que Ammar alejaba de mí los teléfonos y ordenadores. No quería que viera las informaciones y que me preocupara e hiciera daño al bebé”, recuerda Rana.
“A menudo tenía una pesadilla horrible en la que los yihadistas mataban y violaban a mi familia”, dice tratando de contener las lágrimas. Y es que estos se ensañaron en particular con las minorías, reduciendo a las mujeres al papel de esclavas sexuales, en particular a las yazidíes.
Ammar descubrió las imágenes de la destrucción de la iglesia Santa María de 1.200 años, en el corazón de Mosul, entonces “capital” iraquí del “califato” autoproclamado. “Mi padre se casó en ella y fue arrasada por completo”.
Hoy, de su país de origen, las tres hijas de la pareja, de entre 3 y 10 años, saben árabe, que hablan en casa, y arameo, el idioma de Cristo, que los padres quieren que aprendan. Y el inglés tiene un fuerte acento australiano.
Después del EI, las milicias
Saad Hormuz, de 52 años, vivió en directo la llegada de camionetas con la siniestra bandera negra del EI. El 6 de agosto de 2014, los yihadistas desembarcaron en Bertalla, una gran localidad multiétnica a las puertas de Mosul, donde era taxista.
“Inicialmente huimos hacia al Qoch”, localidad cristiana más al norte, y después a Erbil, la capital del Kurdistán, cuenta a la AFP. Con su esposa Afnan y sus cuatro hijos, vivieron un mes en una iglesia antes de alquilar un apartamento a 150 dólares al mes durante cerca de tres años, gracias a sus ahorros.
Cuando el ejército anunció la liberación de Bertalla en octubre de 2017, la familia creyó que podría recuperar la vida de antes. Pero se encontraron con la vivienda familiar quemada y saqueada. Una vez reparados los daños materiales, los Hormuz descubrieron que nada era igual en Bertalla.
Los antiguos paramilitares de la milicia Hashd al Shaabi, ahora mayoritarios en la planicie de Nínive, tienen el control de la zona. Estas fuerzas, de mayoría proiraníes y chiitas, se toman la revancha en una provincia donde sunitas y cristianos son más numerosos. Las denuncias de extorsiones e intimidaciones abundan.
“Vivíamos con miedo de los retenes y las milicias omnipresentes. ¡Una vez le dijeron a mi esposa que se pusiera el velo!”, dice con rabia Saad. En febrero de 2018 “vendí todo, incluso el taxi, y nos fuimos a Jordania”, cuenta en su pequeño apartamento de un barrio popular de Amán.
La capital jordana solo será una etapa para la familia Hormuz que sueña con Canadá, donde ya se han instalado algunos allegados. Pero entre la pandemia de COVID-19 y el flujo de refugiados expulsados por el EI en Irak y Siria, el dosier no avanza.
Bloqueado en un país donde los refugiados no pueden trabajar, obligado a veces a recurrir a las sopas populares de las iglesias, la pareja presta apoyo escolar benévolo a los jóvenes refugiados cristianos de Irak para ocuparse. Ahora esperan del papa Francisco que pida a los países de acogida que “ayuden” a los refugiados cristianos.
Muchos cristianos iraquíes se instalan en Jordania o Líbano y activan los contactos hechos en el país para presentar su dosier de emigración y, mientras esperan, inician una vida precaria temporal.
Como en casa... en Suecia
Los fieles del obispo caldeo Saad Sirop Hanna tampoco quieren regresar. En 2017, este prelado nativo de Bagdad fue enviado a Suecia por la Iglesia caldea para liderar la mayor congregación en Europa: unos 25.000 fieles. Como los 146.000 residentes nacidos en Irak que viven en Suecia, el obispo Hanna vio caer a su país en un “enorme caos” después de la invasión estadounidense.
En 2006, cuando todavía era sacerdote en Bagdad, fue secuestrado por yihadistas después de una misa. Durante 28 días, “pasé mucho, incluso la tortura y el aislamiento”, cuenta a la AFP. “Esta experiencia me hizo más fuerte, fue un renacimiento. Desde entonces veo la vida de manera diferente, con mucho amor y como una bendición”, dice púdicamente.
Aunque la Iglesia le envió a estudiar a Roma, quiso pasar por Bagdad antes de instalarse en Sodertalje, ciudad del suroeste de Estocolmo convertida en una etapa inevitable para los recién llegados iraquíes.
Es allí donde Raghid Bena se reunió con su hermano en 2007 cuando tenía 26 años. “Hay tantos caldeos aquí que ni siquiera tengo la impresión de estar exiliado”, dice este dentista que ha reabierto su clínica dental cerrada en Mosul debido a la extorsión de los yihadistas.
“Diez veces menos” en Bagdad
Tanto los hermanos Bena como las familias Kass y Hormuz dejaron atrás a sus padres. Suele ocurrir, dice William Warda. Antes había unos cinco miembros por familia cristiana en Irak, “hoy son en torno a tres”, generalmente los más viejos se quedaron y los hijos se fueron a buscar un futuro mejor a otra parte, explica.
Solo en Bagdad, asegura a la AFP, “había 750.000 cristianos en 2003, hoy son diez veces menos”. Aunque el éxodo empezó en 2003, o incluso antes -bajo la dictadura de Sadam Husein-, un acontecimiento lo aceleró en la capital, cuenta a la AFP el padre Yunan al Farid: el atentado de Al Qaida contra la catedral Nuestra Señora del Perpetuo Socorro que dejó más de 50 muertos la víspera de Todos los Santos en 2010.
En Irak, con menos fieles, “20 a 30% de las iglesias han cerrado”, dice este sacerdote greco-ortodoxo, cuyo hermano se fue a Canadá y su hermana a Estados Unidos. Y “las partidas siguen, los cristianos solo esperan tener suficiente dinero para irse”.
“No es mi lugar”
El dinero es la principal razón que lleva a Haval Emmanuel a querer irse. Su hija mayor ya está en Noruega con su marido y él solo espera una respuesta de emigración para que se pueda ir con su esposa y sus otros tres hijos.
Este funcionario caldeo instalado en el Kurdistán iraquí, después de que una milicia colocara una bomba delante del colegio de sus hijos en su barrio que antes era de mayoría cristiana en Bagdad en 2004, no consigue llegar a final de mes.
“Solo recibo un salario de medio tiempo cada dos meses”, cuenta en su casa situada a dos pasos del obispado de Ankawa, en el centro de Erbil, capital de esta región autónoma donde las autoridades no pagan a los funcionarios desde hace meses. Y “en cuanto cobro, pago mis deudas y no me queda nada”.
En enero, su hermano y su hermana se fueron con sus familias a Líbano. “Si abrieran todas las puertas, puede estar seguro de que no quedaría ni un solo cristiano al día siguiente”, dice. “En este país estamos asfixiados: no tenemos ni ayudas sociales ni servicios sanitarios ni escuelas públicas ni trabajo”.
En el extranjero, además, “nos sentiríamos al fin respetados como humanos”, agrega Emmanuel, que dice estar alucinado por la presencia “por todas partes” de “retratos de (el difunto guía supremo de Irán Ruholá) Jomeini”, colocados por los grupos armados chiítas proiraníes. “Es el espacio público y no es mi lugar”, confiesa.
“Un ángel frente a los demonios”
Después de la invasión estadounidense de 2003, la influencia política y económica del nuevo Irak se ha repartido entre los chiitas (dos tercios de la población), los sunitas y los kurdos. El islam inspira exclusivamente la nueva legislación, a tal punto que ahora, los cristianos de Irak se rigen por el código de familia... islámico.
Haval Emmanuel, de 50 años, que creció en Basora, al sur de Irak, antes de casarse en Bagdad, suele contar a sus hijos los “buenos viejos tiempos” de su juventud cuando Irak era un faro cultural y universitario del mundo árabe. Pero eso ha quedado lejos.
“Hoy lloro cuando veo que, en Basora, de donde salieron el petróleo y las riquezas de Irak, frente al mar, la gente no tiene agua potable.” Todo es culpa de los políticos, acusa Emmanuel, cuya hija estará en el coro que recibirá al papa Francisco a principios de marzo en Erbil.
¿Qué espera de esta visita histórica? Es “como un ángel que desciende sobre Irak. ¿Pero cuántos demonios se va a encontrar aquí? Un hombre de paz que visita a los señores de la guerra, ¿qué podría hacer para que cambien?”, se pregunta.
Fuente: AFP.