“Algunas personas piensan que soy un verdadero genio”. Con provocaciones, insultos y tuits burlones, Donald Trump ha escrito un capítulo completamente extraordinario en la historia de Estados Unidos. Tanto es así que la elección del martes, donde buscará, a los 74 años, un segundo mandato, está planteada como un verdadero referéndum sobre su persona, sobre un estilo de presidencia completamente nuevo.
A la vez síntoma y multiplicador de los miedos y fracturas de Estados Unidos, este presidente “showman” siempre se negó, una vez instalado en la Casa Blanca, a asumir el rol de unificador, en asumida ruptura con sus antecesores. Incluso en el pico de la pandemia de COVID-19, que se ha cobrado más de 226.000 vidas en Estados Unidos, cuando el país buscaba una voz estable y tranquilizadora, rechazó obstinadamente cualquier muestra de empatía.
Lea más: Cineasta paraguaya fue ganadora en la 72° Edición de los Premios Emmy
Durante cuatro años, los estadounidenses han presenciado, entusiastas, angustiados o asustados, el espectáculo sin precedentes de un presidente que llegó al poder con estruendo y que no se impuso ninguna restricción.
La deriva autoritaria o el colapso económico anunciados por algunos el 8 de noviembre de 2016, día de su sorpresiva elección, no se produjeron. Las instituciones, a menudo abusadas, han demostrado su solidez y una serie de indicadores -empezando por las cifras de empleo- fueron buenos durante mucho tiempo antes del impacto devastador del coronavirus.
“Me divierto”
Pero en un mandato plagado de escándalos, que contrasta fuertemente con el de su predecesor Barack Obama, el septuagenario de la larga corbata roja dañó la función presidencial, atacó a jueces, legisladores y funcionarios, y alimentó tensiones raciales.
Más allá de fronteras, intimidó a los aliados de Estados Unidos, mostró una inquietante fascinación por los líderes autoritarios, desde Vladimir Putin hasta Kim Jong Un, y asestó un golpe brutal a la movilización contra el cambio climático.
Propenso a las exageraciones, rostro triunfante de un populismo desenfrenado, el hombre que, según el escritor Philip Roth, utiliza “un vocabulario de 77 palabras”, ha hecho perder el sentido de la mesura a sus admiradores y detractores. El 45° presidente de Estados Unidos también sufrió la deshonra de un juicio político en el Congreso que quedará como una mancha indeleble en su mandato.
“El show es Trump, y hay actuaciones con entradas agotadas en todas partes. Me divierto haciéndolo y seguiré divirtiéndome”. La frase, tomada de una entrevista que el magnate inmobiliario concedió a la revista Playboy en 1990, pudo haber sido pronunciada ayer. Y aplicarse a cada uno de sus días al frente de la máxima potencia mundial.
“Pinocho sin fondo”
Dotado de un verdadero talento como tribuno, capaz de encender a multitudes en las gradas de la campaña, el multimillonario de peculiar peinado rubio ha logrado la hazaña de posicionarse como el vocero de los “olvidados” y los “deplorables”, por citar a la expresión desdeñosa de su rival demócrata de 2016, Hillary Clinton. Demostrando un verdadero talento político, Trump captó las ansiedades de un Estados Unidos predominantemente blanco, bastante mayor, que se sentía despreciado por las “élites” de la costa este y las estrellas de Hollywood de la costa oeste.
Este gran consumidor de hamburguesas y Diet Coke, que se había hecho conocido en los hogares estadounidenses gracias al ‘reality show’ “El aprendiz”, aplicó sin descanso una regla simple: ocupar el espacio, a cualquier costo. Desprecio por la ciencia, estimaciones, falsedades: sus declaraciones obligaron al equipo de verificadores de datos del Washington Post a crear una nueva categoría: “El Pinocho sin fondo”, para afirmaciones falsas o engañosas repetidas más de 20 veces.
Lea más: Productos innovadores que van moldeando el futuro de Israel
Desde el Ala Oeste de la Casa Blanca donde se concentran las oficinas presidenciales, Trump cavó la brecha entre dos Estados Unidos: el rojo (republicano) y el azul (demócrata). Lejos de apelar, como Abraham Lincoln en 1861, a “la parte de luz en cada uno de nosotros”, jugó incansablemente con los miedos.
Desde el anuncio de su candidatura en 2015, sacudió el fantasma de los inmigrantes ilegales “violadores” y “criminales”. Y durante la campaña de 2020 se presentó como el único garante del “orden público” ante la amenaza de la “izquierda radical”. En un país al que le gustan los momentos de unidad nacional, por muy efímeros que sean, Trump muy pocas veces quiso encontrar el tono para sanar heridas, incluso después de un desastre natural o un tiroteo sangriento.
Se sirvió de sus brutales ataques a los medios de comunicación, a los que llamó “deshonestos”, “corruptos” y “enemigos del pueblo”, para poner más a una parte del país contra la otra. Y en un hecho notable, el expropietario del certamen de Miss Universo es el único presidente en la historia cuyo índice de popularidad nunca superó la marca del 50% durante su mandato.
Empresa de demolición
Tanto sus oponentes como sus partidarios están de acuerdo en un punto: Donald Trump, de hecho, ha cumplido algunas de sus promesas de campaña. Tal como había anunciado, desechó una serie de tratados o pactos duramente negociados, entre los que destaca el Acuerdo de París firmado por casi todos los países del planeta en un intento por limitar el temido calentamiento global.
Pero esta fidelidad a los compromisos de campaña se hizo desde la demolición. Con respecto a sus iniciativas, el balance es más magro. En el tema del programa nuclear iraní, por ejemplo, rompió el duro acuerdo negociado por su predecesor, aumentó la presión sobre Teherán hasta la eliminación del poderoso general iraní Qasem Soleimani, pero nunca presentó una verdadera estrategia.
El gran plan de paz para Medio Oriente, encomendado a Jared Kushner, su yerno y asesor, nunca se concretó. Sin embargo, puede jactarse de patrocinar la normalización de las relaciones del Estado hebreo con tres países árabes: Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Sudán. La muerte, en octubre de 2019, del líder del grupo yihadista Estado Islámico (EI) Abu Bakr al Bagdadi durante una operación estadounidense en Siria quedará sin duda como un hito de su presidencia.
Lea más: Desarrollan traductor en tres idiomas
Su mayor audacia, por la que estuvo soñando en voz alta con el Premio Nobel de la Paz, no tuvo el resultado esperado. Hubo dos cumbres con el líder norcoreano Kim Jong Un, hubo abrazos y complicidad durante una visita histórica a la zona desmilitarizada, hubo “química” y cartas “magníficas”, pero el esfuerzo fue en vano. Nada cambió en el tema central de la desnuclearización.
En la compleja y cambiante geopolítica del siglo XXI, Trump apuntó personalmente contra Justin Trudeau, Emmanuel Macron, Angela Merkel y Theresa May. La advertencia más mordaz no provino de sus oponentes políticos, sino de Jim Mattis, jefe del Pentágono. En su carta de renuncia, este general recordó al presidente de Estados Unidos una simple regla de la diplomacia: “Tratar a los aliados con respeto”.
“Nacionalismo tambaleante”
En un escenario político inédito que ningún conservador había pronosticado, Trump, con su capacidad de electrificar a su base electoral, se metió en el bolsillo al partido republicano, que inicialmente lo había subestimado o incluso ignorado. A veces los legisladores del “Grand Old Party” (GOP, o Gran Partido Antiguo, el nombre del partido republicano) expresaron su desacuerdo, como con su actitud extraordinariamente conciliadora hacia Putin en Helsinki en 2018.
Pero, con el tiempo, cerraron filas en bloque. Para disgusto de algunas voces disidentes, como la del exsenador John McCain, quien, antes de su muerte en agosto de 2018, había advertido de la tentación del “nacionalismo tambaleante y falaz”. Trump siempre operó bajo un principio simple: se está a favor o en contra de él, sin matices.
El exjefe del FBI, James Comey, brutalmente despedido por el mandatario, evocó en sus memorias a un presidente que somete a su entorno a un código de lealtad que le recordaba la actitud de los jefes mafiosos observada al inicio de su carrera como fiscal.
Escándalos en cascada
Nacido en Queens, Nueva York, educado en la escuela militar, Donald J. Trump se sumó a la empresa familiar después de estudiar negocios. Contrariamente a la leyenda, no es un “hombre hecho a sí mismo”. Después de la Segunda Guerra Mundial, su padre, Fred Trump, descendiente de un inmigrante alemán, ya había levantado un imperio en la ciudad de Nueva York construyendo edificios para la clase media en barrios populares.
Y cuando el New York Times reveló hace poco que Donald Trump había pagado solo 750 dólares en impuestos federales sobre la renta en 2016 y que muchas de las empresas habían acumulado pérdidas, su imagen como empresario exitoso se vio empañada de nuevo.
Lea más: La Noche de los Museos tendrá su versión online
Padre de cinco hijos de tres mujeres diferentes, diez veces abuelo, Trump nunca ha dejado de elogiar públicamente a Melania, la exmodelo eslovena convertida en la “magnífica primera dama”. Pero las revelaciones sobre sus supuestas aventuras extramatrimoniales, particularmente con la estrella porno Stormy Daniels, y las acusaciones de agresión sexual dirigidas contra él, no encajan bien con su alabanza de los valores familiares repetidos palabra por palabra en cada encuentro con cristianos evangélicos.
Apoyándose en un estrecho círculo familiar, pero también siempre poniendo por delante su “instinto”, Donald Trump, cuya caída fue anunciada mil veces, ha sobrevivido a todos los escándalos. Como si, de tanto acumularse, ya no lo afectaran.
Fuente: AFP.