A Rubén Navarrete le tocó aprender de golpe. Su primera vez al frente del volante fue en una carretera angosta y empinada con un feroz incendio a sus espaldas. Su familia tenía dos días preparándose, empacando todo, para dejar su casa en Cold Springs Rancheria, una reserva indígena amenazada por el incendio Creek, que arrasó más de 71.000 hectáreas en las colinas del bosque nacional Sierra, en el centro de California.
Su tíos Jamie y Joshua Smith, con quienes vive desde hace varios años, lo estuvieron preparando. “Es como un videojuego, Rubén”, recuerda el chico, de 14 años, que se prepara para comenzar el noveno grado, que le decía Joshua. Y llegó el momento, el lunes por la noche.
La familia (los tíos, los tres primos y el hermano de Rubén, que precisa de una silla de ruedas) recibieron una llamada cerca de la medianoche para que evacuaran cuanto antes. Jamie al frente en su camioneta, Rubén al medio en una Chevrolet Traverse azul y Joshua en la retaguardia, con una pick-up que, para colmo de males, no tenía luces delanteras.
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“Estaba muy nervioso, con mucho miedo”, dice Rubén a la AFP en el cuarto de hotel donde ahora vive con su familia en Clovis, una ciudad cercana adonde llegan los evacuados.
El fuego “estaba detrás de nosotros... no quería ni ver porque tenía que estar enfocado, no quería chocar o algo. Pero si te asomabas por la ventanilla veías la colina empinada”, rememora. “Era un largo camino... Creo que cuando iba por la mitad del camino me comencé a sentir más cómodo”.
Era la primera vez que conducía, la primera vez que tenía que evacuar por un incendio. Y hasta ahora los Smith no saben si su casa se mantiene en pie. Jamie trata de no hablar mucho del asunto y en las camas del hotel colocó mantas que empacó para tratar de dar una sensación más hogareña.
“Estoy listo”
Desde su casa en las colinas hasta Clovis fueron unos 50 km. “Lo hizo muy bien”, lo felicita Jamie. “Iba un poco lento, pero mejor... lo importante era llegar a salvo”. “Fue un curso megaintensivo”, lanza con una carcajada. “Había manejado apenas un cuarto de milla (500 m) por casa”.
Por esas carreteras también huyó Stan Jordan, de 68 años, en su caravana, que es su hogar desde noviembre pasado, cuando decidió recorrer Estados Unidos cumpliendo un sueño que siempre tuvo con su esposa, hoy fallecida. Stan --que a diferencia de Rubén es un experimentado camionero-- quedó también impresionado por lo que vio en la carretera.
“Fue increíble, nunca vi llamas tan altas”, dice haciendo una pausa sobrecogido por la emoción. “Era muy difícil de imaginar”. En la evacuación percibió el pánico de la gente, que a las carreras dejaba el campamento donde estaban estacionados. Con planes de quedarse en Shaver Lake hasta octubre, ahora emprenderá camino a Arizona.
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Su casa rodante lo sigue a Stan a donde él va, a diferencia de los Smith, que, acostumbrados a los espacios abiertos de la montaña, están confinados en el hotel. Las niñas Smith, Julissa y Georgina, saltan de una cama a otra, mientras Jamie les llama la atención. “Aquí no pueden hacer ruido como en casa”, les advierte esta mujer con tono amable.
Recibió 10 días en un hotel pagado por la Cruz Roja, que por la pandemia no puede ubicar a los evacuados en los típicos albergues con camas alineadas en un gimnasio. Más de 1.200 cuartos han sido dispuestos para estas familias, dijo el organismo a la AFP.
“Estoy muy agradecida, pero extraño mucho mi casa”, donde quedaron dos perros cuyo destino desconoce. Se le quiebra la voz solo de pensar en ellos. Rubén por su parte espera la vuelta a casa. Manejando, claro. “Estoy listo para conducir de nuevo. Es bien divertido”, dice.
Fuente: AFP.