Scott Krakower, un psiquiatra infantil de un hospital de Nueva York, fue diagnosticado con COVID-19 a mediados de abril, pero tres meses después aún hay días que siente fatiga extrema, se queda sin aliento o sufre una ronquera que casi no le permite hablar.

Este médico neoyorquino de 40 años es parte de una ola de pacientes a los que se les denomina en inglés “long-haulers” (de largo plazo), cuyos períodos de recuperación se extienden más allá de las cerca de dos semanas que les lleva en promedio a los pacientes recuperados.

Krakower dijo a la AFP que algunos días duda de sí mismo y se pregunta si no debería estar otra vez en el trabajo, si los síntomas que atraviesa son reales, hasta que, por ejemplo, sale a caminar y por su voz en el teléfono su esposa o sus padres pueden sentir que está jadeando.

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Este fenómeno se atribuye a una enfermedad posviral de la que aún se sabe muy poco, pero que cada vez es más reportada por pacientes que comparten sus experiencias en foros como el Grupo de Apoyo COVID Largo, en Facebook, que cuenta con más de 5.000 miembros.

“Justo cuando pienso que estoy en una buena racha y tengo tres o cuatros días buenos, tengo tres o cuatro horas en las que otra vez no puedo hablar o mi ganglio linfático empieza a inflamarse en el lado derecho de mi cuello”, dijo Krakower en una entrevista por videollamada desde casa en Long Island.

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Krakower trabajaba como jefe de unidad en el departamento de psiquiatría del Zucker Hillside Hospital, en Queens, que es donde sospecha que se contagió durante la epidemia en Nueva York.

Primero perdió el olfato y el gusto, “todo sabía a goma”, recuerda, luego una molesta tos que le impedía hasta teletrabajar, hasta que perdió la voz completamente. Unas tres semanas y media después, además de escalofríos y fiebre alta, comenzó a toser con tanta violencia que escupía sangre. Ya no podía tragar y su voz se volvió aguda. Terminó en una sala de emergencia.

Fase posviral

“La hinchazón (de la laringe) que experimentaba era por una inflamación posviral que ocurrió semanas después del virus”, explicó el médico Robert Glatter, quien trató a Karkower. Por precaución se aisló de su esposa y sus hijos durante cinco semanas, que fueron especialmente difíciles para la familia.

Su hija Hazel, de dos años, y Evan, su hijo, que en ese entonces tenía apenas cuatro meses, lo veían solo a través de videollamadas, que Krakower utilizaba para “unirse” a sus seres queridos a la hora de la cena o para leerles cuentos antes de dormir.

“Realmente no quería que nadie atravesara lo que yo atravesé”, dijo, y agregó que todavía lo deja sensible pensar sobre su cuarentena. Después de dos exámenes de coronavirus negativos, abandonó el confinamiento.

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Según Glatter, la fatiga que manifiesta Krakower es similar a la que ha sido documentada en otras enfermedades que causan síndrome de fatiga crónica. Los científicos desconocen por qué sucede, pero Glatter considera que podría estar relacionado a una lesión en la mitocondria, una parte de las células responsable de generar energía.

Para Glatter, quienes experimentan estos síntomas de forma prolongada no deben sucumbir a la confusión que puedan causarle médicos, otras personas o ellos mismos, al atribuir los síntomas a la ansiedad. “Esto es real”, dijo Glatter. “Esto no está en la cabeza de la gente. Esto es lo que viven todos los días, lo que publican online”, aseveró.

Fuente: AFP.

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