Cruzeirinho quedó casi desierto: solo 5 de las 32 familias de esta aldea de cabañas de madera de la Amazonia brasileña permanecen allí. Las demás huyeron a la selva para protegerse de la pandemia de coronavirus.
A una semana de lancha de Cruzeirinho, los habitantes de la reserva Umariaçu, cerca de la triple frontera con Perú y Colombia, optaron por una estrategia diferente frente a la pandemia: se encerraron. “Atención: tierra indígena Umariaçu. Cerrada por 15 días”, dice un letrero pintado a mano a la entrada de la reserva de 5.000 hectáreas.
Lea también: EEUU registra más de 120.000 muertos por COVID-19
El COVID-19 ha puesto en guardia a las comunidades indígenas, de unos 900.000 miembros (0,42% de la población), históricamente vulnerables a enfermedades importadas.
Con 210 millones de habitantes, Brasil es el segundo país (detrás de Estados unidos) con más casos y decesos por COVID-19: más de 1,1 millones de infectados y cerca de 52.000 óbitos.
Entre los pueblos originarios, más de 7.700 indígenas han sido contagiados y casi 350 han fallecido, según datos de la Asociación de Pueblos Indígenas de Brasil (APIB), que acusa al gobierno del presidente ultraderechista Jair Bolsonaro de “no hacer nada” para proteger a estas comunidades. Muchas de ellas decidieron tomar sus propias medidas.
Barreras
En la reserva de Umariaçu, los ticunas prohibieron el ingreso de forasteros y bloquearon la entrada a su comunidad, ubicada a las afueras de Tabatinga, ciudad fronteriza con Colombia.
La decisión fue tan difícil como necesaria para los 7.000 pobladores de la reserva, explica el cacique Sildonei Mendes da Silva. “Esta pandemia complicó mucho las cosas. La gente viene de Colombia, que está a 15 minutos de aquí, y nos compra peces, frutas y varias cosas”, detalla Sildonei, usando una mascarilla con la frase impresa “Salud indígena”.
A pesar de los sacrificios que implicó esta cuarentena autoimpuesta, no detuvo al virus: 24 personas de la reserva están contagiadas y dos fallecieron. A la entrada de la reserva, Weydson Gossel Pereira, coordinador de las medidas de prevención en Tabatinga, controla los desplazamientos.
Ningún indígena de Umariaçu puede salir sin máscara. “Si llega a la barrera sin ella, lo invitamos a ir a buscarse una”, cuenta. En la reserva, sin embargo, las máscaras son escasas y se ven aglomeraciones antes de una misa.
La APIB instó el lunes a la población joven de las comunidades a quedarse en casa para evitar contagiar el virus a sus mayores. “El virus está matando caciques, a los ancianos y a curanderos tradicionales”, indicó.
“La pandemia puede causar daños irreparables en las comunidades, como la pérdida de saberes culturales, de historias tradicionales y de la medicina natural”.
Podés leer: “Nos relajamos”, dice presidente de Uruguay tras nuevo brote de COVID-19
En la selva
Subiendo por el río Javary, un afluente del Amazonas, la mayoría de los habitantes de Cruzeirinho, en lugar de encerrarse, decidieron adentrarse en la selva. “Cinco familias se negaron a llevar sus cosas a la selva. El resto quiso cuidarse y evitar los contactos a causa del virus”, cuenta a la AFP Bene Mayuruna.
Un par de gallinas deambulaban alrededor de Bene en esta silenciosa aldea, donde la población subsiste de la mandioca (yuca) y la pesca en el río que marca la frontera con Perú. Esta comunidad no es una excepción.
“Hemos recibido reportes de Perú, Indonesia, Colombia y Brasil, de indígenas que huyen del coronavirus”, señaló ya en abril en un comunicado el director de Rainforest Foundation Norway, Oyvind Eggen. “La crisis del coronavirus crea una presión adicional a la ya difícil situación para los habitantes en la selva”, añadió.
El Ejército de Brasil recientemente desplegó un equipo de trabajadores de la salud en Cruzeirinho para atender a los pobladores que permanecieron en la aldea.
Con ayuda de intérpretes, los médicos enseñaron a los indígenas a combinar sus remedios ancestrales con la medicina moderna. Por ahora, el diagnóstico es esperanzador en Cruzeirinho: cero casos de COVID-19.
Fuente: AFP.