Criticado por su gestión de la crisis en un Reino Unido gravemente afectado por el coronavirus, el gobierno británico está contribuyendo con millones de libras de dinero público a los esfuerzos de sus investigadores en la búsqueda global de una vacuna.
La Universidad de Oxford y el Imperial College de Londres están en primera línea de la investigación, se congratula el gobierno de Boris Johnson.
Con más de 41.000 muertes atribuidas al COVID-19, el Reino Unido es el segundo país del mundo más golpeado por la enfermedad tras Estados Unidos.
El Estado ha destinado más de 85 millones de libras (104 millones de dólares, 95 millones de euros) a la línea de investigación de Oxford y casi 43 millones de libras (52 millones de dólares, 48 millones de euros) a la del Imperial College.
Al mismo tiempo, espera crear una infraestructura capaz de producir en masa una futura vacuna en la primera mitad del próximo año.
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El gobierno también ha prometido 388 millones de libras (470 millones de dólares, 430 millones de euros) para un proyecto internacional de desarrollo de vacunas, pruebas y tratamientos, y será el anfitrión de una cumbre internacional, organizada en línea el 4 de junio para la alianza para las vacunas GAVI.
"El Reino Unido sigue liderando la respuesta internacional para encontrar una vacuna, y el gobierno está apoyando a nuestros científicos para que lo hagan lo antes posible", afirmó recientemente el ministro de Empresas, Alok Sharma, al anunciar un incremento en la financiación pública.
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“Ninguna garantía”
La Universidad de Oxford tiene puestas sus esperanzas en una vacuna basada en un adenovirus modificado de chimpancé.
La primera de sus tres fases de ensayos clínicos comenzó en abril y ha llevado a cabo 1.000 inmunizaciones. Para la siguiente fase está reclutando a 10.260 adultos y niños.
Según la Organización Mundial de la Salud, que ha identificado 118 proyectos de vacuna en todo el mundo, Oxford es uno de los ocho que ya se encuentran en la etapa de ensayos clínicos en humanos.
"Los estudios clínicos están progresando muy bien", dijo el viernes Andrew Pollard, que dirige el grupo de vacunas de Oxford.
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Al mismo tiempo, la universidad y el gigante farmacéutico AstraZeneca han firmado un acuerdo para la fabricación y distribución mundial de la vacuna en desarrollo.
Si todo va viento en popa, 30 millones de dosis podrían estar disponibles para el Reino Unido en septiembre.
El jueves, la farmacéutica anunció una contribución de 1.000 millones de dólares de Estados Unidos para ampliar la producción hasta los 1.000 millones de dosis.
Por su parte, el Imperial College London está trabajando en una vacuna basada en el ARN, que utiliza una forma de codificación genética para crear una inoculación que instruye a las células a provocar una respuesta inmune al COVID-19.
Pero “generar dosis de vacunas y tener los datos para demostrar que una vacuna es a la vez segura y eficaz contra el COVID-19 son dos cosas diferentes”, advierte el profesor Robin Shattock, que dirige el trabajo del Colegio Imperial, subrayando que no hay “ninguna garantía” de éxito.
Un enfoque diferente
Junto a estos pesos pesados de la investigación biológica, actores más pequeños realizan también sus propias investigaciones, como Stabilitech, una compañía del sur de Inglaterra.
Su apuesta consiste en una vacuna oral. Administrada a través del sistema digestivo, esta debe desencadenar una respuesta inmunológica en las membranas mucosas, como las de los pulmones, la garganta y la nariz.
Según este laboratorio, es un método más eficaz contra las enfermedades respiratorias como el COVID-19.
"La reacción es mucho más fuerte", dice a la AFP el director de la compañía, Wayne Channon.
Ha reasignado 300.000 libras de ayuda (365.000 dólares, 335.000 euros) gubernamental a esta labor, inicialmente destinada a su investigación de una vacuna contra la zika, y ha solicitado otros 5 millones de libras (6 millones de dólares, 5,6 millones de euros) de ayuda.
Los ensayos clínicos deben comenzar en junio con 50 participantes, para incrementarse después a 250 y más tarde llegar a varios miles. Si tiene éxito, la compañía espera comenzar la producción masiva el próximo año.
Con tantas investigaciones en marcha, "la posibilidad de desarrollar una vacuna, que tenga una eficacia mensurable y sin demasiados efectos secundarios, es bastante alta aunque no segura", afirma Adam Finn, profesor de pediatría de la Universidad de Bristol.
“Es más difícil predecir cuánto tiempo llevará y cuán bien funcionará la vacuna”, advirtió.