Bruselas, Bélgica | AFP. Por Françoise MICHEL con Fulya OZERKAN en Estambul y Alexandre HIELARD en París

De Bruselas a Estambul, miles de exconfinados redescubrieron este lunes sus tiendas o sus centros de belleza preferidos a la búsqueda de un delineador de ojos, un libro de filosofía o un arreglo de barba.

La desescalada avanzó en varios países, entre ellos Bélgica, Francia o Turquía, donde las filas eran visibles ante la puerta de los comercios considerados hasta ahora como "no esenciales", como tiendas de ropa.

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"Necesito unos 'jeans'. Montó mucho en bicicleta desde hace dos meses y sólo tengo unos usados", explica Brigitte Szekely, de 61 años, esperando en la entrada de un comercio en la comuna bruselense de Ixelles.

En Stockel, en otro barrio de Bruselas, Deborah Aragon se afana en calzar a su hijo de 2 años y medio, quien se quedó sin pares de su talla durante el confinamiento y tuvo que "utilizar los de sus hermanos mayores".

Ante la esperada avalancha de consumidores, la calle Neuve, la gran arteria comercial de la capital belga, amaneció con una línea de vallas en el centro para separar el sentido de circulación de los clientes.

A menos de un kilómetro, en las acristaladas Galerías Reales, un profesor de francés espera la reapertura a las 11H00 de la reputada librería "Tropismes" para adquirir un libro del filósofo Henri Bergson.

"Durante el confinamiento, encontré una conferencia de Bergson, en la que describía la Alemania de principios de la guerra como se habla hoy en día de China", explica a la AFP Julien Fang, de 38 años.

“La vida se reanudó”

En Estambul, la agenda del barbero Sadettin Celikcioglu, que reabrió en el barrio de Nisantasi, está llena hasta la noche. "Lo mismo mañana. Somos cuatro barberos y trabajaremos por turnos", explica.

"Durante esta crisis, algunos pidieron a sus mujeres que les recortaran la barba, otros compraron una afeitadora. Pero nadie puede ejercer nuestra profesión. Es una de las más difíciles", asegura Sadettin con una sonrisa.

En el mismo barrio, Inci no esperó y, ya en la mañana, acudió sin falta a su peluquería para que la "pongan guapa". "Soy una clienta habitual y tengo confianza en las medidas de higiene que han tomado", subraya.

La imagen también está en el centro de las prioridades de Nathalie que, en Bruselas, espera, mascarilla en boca, comprarse un delineador tras "haber dejado el maquillaje durante los dos meses de confinamiento".

Pese a que la "vida se reanudó", en palabras de los aliviados comerciantes de la calle comercial Ermou en el centro de Atenas citados por la televisión pública, la sombra del nuevo coronavirus sigue presente.

“Ahora tengo 75”

En París, el salón de belleza dirigido por Fabien Provost cerca de los Campos Elíseos ya no ofrece ni café ni revistas a sus clientes, que además deben desinfectarse las manos con gel hidroalcohólico al llegar.

Dentro del salón, donde solo la mitad de los puestos de lavado de cabeza o de peinado están ocupados, los clientes deben vestir una bata desechable y seguir una ruta marcada para limitar los contactos.

Cliente "desde 1983", Hervé Dabin, de 68 años, entiende las limitaciones. "Es una casa seria. Yo sabía que estaría todo bien organizado y en regla", asegura este jubilado que espera su "corte clásico".

Con la agenda "completa toda la semana y bien llena ya la próxima", Provost teme decepcionar a algunos de sus clientes por no poder acogerlos "de inmediato", aunque este no parece ser el sentimiento este lunes.

“¡Tenía 100 años cuando llegué y ahora tengo 75!”, bromea Florence Desazars, de 85 años, con su impecable cepillado y sus teñidas raíces blancas, que ahora espera volver a ver a sus hijos tras dos meses de reclusión.

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