Berlín, Alemania | AFP, por Yannick PASQUET.
Austera hija de un pastor luterano educada tras la Cortina de Hierro, Angela Merkel accedió al poder en 2005, contra todos los pronósticos, y ahora aspira a un cuarto mandato como canciller de Alemania.
La "canciller inamovible", que intentará conseguir el domingo una nueva victoria en las elecciones legislativas, ya ha coincidido con tres presidentes estadounidenses, cuatro franceses y tres primeros ministros británicos y, de momento, no parece sufrir el desgaste del poder.
"Madre Angela", como la apodó la prensa alemana, no tiene rivales en su país porque, como afirmaba el filósofo Peter Sloterdijk en 2015, encarna como nadie "el deseo ardiente de normalidad" de los alemanes, consecuencia de una historia convulsa y de una mirada circunspecta hacia el mundo.
La placidez de la dirigente, que conservó el apellido de su primer marido, es tan sólo una apariencia. Con el paso de las sucesivas crisis europeas, fue adquiriendo en el extranjero una imagen de verdugo de los países derrochadores, antes de ser presentada como la "líder del mundo libre" tras la elección de Donald Trump, cuyas decisiones acerca de cuestiones fundamentales como el clima no ha logrado cambiar hasta el momento.
– Lugar en la historia –
¿Quién habría apostado en 2005, tras su ajustada victoria contra el canciller socialdemócrata Gerhard Schröder, que esta poco carismática dirigente conservadora sería elegida "mujer más poderosa del mundo" durante seis años consecutivos por la revista Forbes?
Doce años después se ha impuesto como un animal político singular porque, a pesar de su longevidad, su lugar en la historia sigue incierto.
Merkel heredó en gran medida la prosperidad económica impulsada por las impopulares reformas de Schröder, pero sus propios esfuerzos para preparar el futuro son cuestionables.
Además de su decisión de cerrar las centrales nucleares de su país tras la catástrofe de Fukushima en 2011, una medida para satisfacer a la opinión pública, la crisis migratoria fue el principal acontecimiento de sus tres mandatos y, tal vez, el único riesgo que asumió.
En septiembre de 2015, dejando a un lado su legendaria prudencia, Merkel decidió abrir su país a 900.000 demandantes de asilo, una medida que le hizo perder mucha popularidad y provocó un auge de los populistas.
Pero la canciller supo reaccionar adoptando una serie de medidas y negociando un acuerdo con Turquía para reducir de forma considerable la llegada de refugiados a Europa.
La apertura de sus fronteras para los migrantes supone, no obstante, un reto para Merkel tanto en Alemania, donde debe lidiar con la difícil integración de los refugiados, como en Europa del Este, donde algunos la acusan de haber creado un efecto llamada con su medida y se niegan a acoger a más migrantes.
– ‘Aikido’ político –
Pero, a excepción de la crisis migratoria, Merkel ha sabido imponer su estilo atípico, que mezcla un gran conocimiento de las relaciones de poder, con un enorme pragmatismo -que suscita críticas sobre su supuesta falta de convicciones-, y una retórica muy sobria.
"Su forma de actuar recuerda el aikido", ese "arte marcial de los débiles" que consiste en "utilizar la energía de su adversario para dejarle caer por sí solo", analizaba hace poco el diario Handelsblatt.
De su vida privada, se sabe que ocupa un piso sin florituras en el centro de Berlín, y sus pocas pasiones conocidas son la ópera y las excursiones por el Tirol con su segundo esposo, un científico alérgico a la vida pública, Joachim Sauer.
Se le puede ver con frecuencia en un supermercado barato de Berlín, comprando queso y vino blanco.
Merkel tuvo una infancia austera en la República Democrática Alemana (RDA) adonde su padre se trasladó con toda su familia desde Alemania Occidental para contribuir a la evangelización del Estado comunista.
Esta alumna aventajada disfrutaba de las matemáticas y el ruso en la escuela, y años después obtuvo un doctorado en Física. Esperó a la caída del Muro de Berlín, a finales de 1989, para entrar en política, primero como portavoz del último gobierno de la RDA y luego como miembro de la conservadora Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Helmut Kohl.
Es el entonces canciller, el "coloso", quien le da sus primeras responsabilidades ministeriales. En aquella época, Kohl la llama con un tono paternalista "la chiquilla".
Pero en el año 2000, aprovechando un escándalo financiero en el seno de su partido, elimina a su padre político y a todos sus rivales masculinos para alcanzar la presidencia de la CDU. Todos habían subestimado a esta mujer.
Cinco años después, se convertía en la primera mujer canciller en Alemania.